La mujer propone y el sistema dispone
Mi abuela tuvo a sus tres hijos en su propia casa; mi madre, promediando los años 60, nos tuvo a mi hermano y a mí en un sanatorio; y yo tuve a los míos, que ahora están cerca de los 20 años, también en una institución médica. La trayectoria de nacimientos de mi familia no es más que un reflejo bastante fiel de lo que cuenta cualquier historia de la medicina. Del parto doméstico, atendido por la partera en el hogar hasta las primeras cuatro o cinco décadas del siglo XX, al parto hospitalizado, en manos de profesionales de la obstetricia.
Pero en los últimos tiempos empezó con fuerza una tendencia de regreso: muchas mujeres evitan parir en un sanatorio y programan su parto en la casa. Según una estimación del año pasado de la Asociación Argentina de Parteras Independientes, en los últimos cinco años se triplicó la cantidad de nacimientos domiciliarios.
Hartas de imposiciones y maltratos, temerosas de no tener ni voz ni voto, de no poder mechar ni una línea propia en el principal protagónico de sus vidas, muchas mujeres empezaron a optar por parir en la casa. Cuando se hace de modo responsable, se convoca a parteras que escuchan las necesidades de la mujer y con obstetras que aceptan intervenir sólo si la situación se complica y compromete la salud de la madre o el bebe.
A mí no me dijeron: "Callate y pujá", no me dijeron: "Bien que no te quejaste cuando lo hacías, mamita, ¡no grites ahora!". Tampoco me impusieron una cesárea cuando se podía llegar a un parto natural. Pero estaba claro que todo lo que sucedía ahí era decidido por otros y nadie me había consultado ni explicado nada. Ni por qué decidieron inducir el parto (y entonces las contracciones que venían siendo regulares se desbocaron sin control) ni por qué la episiotomía. En una sala de partos, la mujer -en el mejor de los casos y si tiene mucha suerte- propone y el sistema médico dispone.
Eso quiso evitar Agustina Petrella, la primera mujer en hacer un juicio civil por violencia obstétrica contra la prepaga, el obstetra, la neonatóloga y la clínica donde nació su segunda hija. Había tenido una mala experiencia en el primer parto, así que se informó bien para el segundo y supo que existía una ley, la ley 25.929, de parto humanizado, y que ella tenía derecho a presentar en la clínica su plan de parto, es decir, una lista con sus pedidos personales en el trato hacia ella y su hijo. Lo hizo, pero tampoco sirvió: "Vos sos la que presentó la cartita. Acá no estamos para satisfacer caprichitos de los padres", le dijo la coordinadora de neonatología, según relató ella en estos días en el sitio Infobae y había denunciado antes en la Defensoría del Pueblo de la Nación, que dio por probada la violencia obstétrica.
Prácticas invasivas y muchas veces innecesarias, como el rasuramiento, las enemas, la episiotomía, la inducción del parto, las cesáreas que podrían evitarse, la obligación de adaptarse a la posición horizontal de las camillas, la negativa a permitir que la mujer entre acompañada a la sala de partos, cuando no la impaciencia o la hostilidad. Hay varias ONG y diversas iniciativas (muestras de arte, documentales) que denuncian estas experiencias de violencia obstétrica, una forma de la violencia de género.
Ya casi que adivino el gesto de fastidio de algunos hombres (y de algunas mujeres), la mirada suspicaz que quiere apurarse a denunciar exageración femenina. "¿Ahora también quieren denunciar machismo en el parto?" "No es para taaanto", parecen apurarse a decir. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud viene alertando de modo insistente sobre prácticas invasivas y hostiles que muchas veces responden más a la rutina médica y a la rigidez de las instituciones que al cuidado de la madre y del hijo. Los los cultores del "noesparatantismo" tendrían que tomar nota de que fue necesario promulgar una ley.