La mujer en las Sagradas Escrituras
“Creó Dios al ser humano, varón y mujer los creó, a imagen y semejanza de Dios los creó” (Génesis, capítulo 1).
De manera lamentable, la mayoría de las civilizaciones a lo largo de la historia se han caracterizado por el machismo: como los hombres son, en promedio, biológicamente más fuertes, dominaban a las mujeres, tratándolas como un objeto o, en el mejor de los casos, una sirviente condenada a velar por el bienestar de su patrón.
Incluso filósofos notables como Aristóteles o Platón, pilares del pensamiento occidental, no dejan de reproducir prejuicios respecto a las mujeres que siguen teniendo repercusiones negativas en nuestra sociedad: al considerarlas naturalmente inferiores al hombre, degradan su dignidad humana y las ubican en un rol secundario dentro de la sociedad.
Hay que tener especial cuidado en evitar utilizar a Dios para justificar prejuicios propios, oprimir al prójimo o autoafirmarse en una situación de poder. Por eso, debemos rechazar de plano las interpretaciones misóginas y machistas de las Sagradas Escrituras. Creemos firmemente en que cualquier interpretación que lleve a la opresión y la brutalidad debe ser descartada como una lectura sesgada y superficial.
El lector seguramente conoce la historia narrada en los capítulos 2 y 3 de Génesis: Dios creó a Adán a Su imagen y semejanza, de la costilla de Adán extrajo a Eva, la serpiente sedujo a Adán y Eva y ellos pecaron comiendo del árbol prohibido, siendo, en consecuencia, expulsados del Jardín del Edén.
Si nos detenemos en los capítulos ya mencionados de Génesis, podemos encontrar algunos puntos interesantes para dilucidar el rol de la mujer en el judaísmo. A pesar de que probablemente muchos lectores asuman que el pecado de Adán y Eva está relacionado con el deseo sexual, la exégesis judía tradicional considera que en el pecado de los primeros seres humanos nada tuvo que ver el sexo.
De acuerdo al judaísmo, la intimidad de la pareja es una actividad que puede y debe ser santificada, como todos los órdenes de la vida. El error de Adán y Eva fue dejarse llevar por sus pasiones en vez de guiarse por la razón.
Cuando comenzaron a utilizar su intelecto para excusar su conducta en vez de utilizarlo para conocer el mundo y desentrañar la Voluntad de Dios, se desviaron en su accionar. De hecho, el segundo error de Adán - y el que terminó de condenarlo- fue echarle la culpa de su pecado a Eva, en vez de tomar la responsabilidad de sus actos, reconocer su falta y buscar corregirla.
Ya desde los principios de la humanidad encontramos cómo el hombre, en lugar de aceptar sus propios errores y trabajar para erradicarlos, exterioriza su culpa en la mujer, echándole una carga que no le corresponde.
Según la tradición judía, el ser humano fue creado hermafrodita: hombre y mujer simultáneamente, sin ninguna distinción. Luego, Dios los separó, y así surgieron los dos géneros, iguales, con la misma dignidad, con derechos y obligaciones ambos.
Las Sagradas Escrituras nos transmiten una enseñanza radical: las diferencias sexuales no implican ninguna diferencia de jerarquía. Los hombres y las mujeres somos seres humanos en pie de igualdad, porque pertenecemos a la misma especie.
Esta idea es revolucionaria para la época y sigue teniendo vitalidad en nuestra sociedad, todavía atada a prejuicios que es necesario desarraigar. Quien cita a la Biblia como justificación para excluir a la mujer y relegarla a un lugar secundario en la sociedad, debería releer con ojos atentos las Sagradas Escrituras: su espíritu, en directo contraste con los mitos paganos de la antigüedad, pregona la igualdad del hombre y la mujer en el plano de los derechos.
Sin embargo, es cierto que existen diferencias biológicas entre el hombre y la mujer, y que estas diferencias expresan tendencias espirituales y psicológicas específicas. Pero nada tiene que ver esas diferencias con la jerarquía de ambos.
Para lograr una sociedad más justa, libre y equitativa es necesario acabar con toda forma de opresión y discriminación basada en diferencias de género. Las Sagradas Escrituras, leídas bajo el prisma de la rica tradición judía, pueden ayudarnos en ese cometido.
Gran Rabino de la Comunidad Sefardí de Buenos Aires y Presidente de la Organización mundial para la Juventud – Menora