La muerte de la ilusión
El coronavirus llegó a Argentina cuando la enfermedad estaba haciendo estragos en varios países europeos, donde millones de personas vivían un estricto confinamiento que buscaba evitar la transmisión de un nuevo tipo de coronavirus. Seguramente pocos imaginaron que dos meses más tarde su propio país viviría una cuarentena similar, que incluso sería más extensa que la de Wuhan.
En aquel momento mirábamos a Europa con miedo y asombro, las únicas noticias que se escuchaban a diario tenían que ver con la cantidad de muertes, con la desigual situación dentro de los hospitales, donde había que decidir a quién priorizarle un respirador, o una cama en terapia, ya que la enorme cantidad de infectados que requieran asistencia, desbordaba la capacidad de los centros de salud.
La gente había entrado en pánico y desesperación, había desabastecimiento de insumos y las imágenes que llegaban mostraban los cementerios colapsados. En ese momento la lógica sobre cómo se habían dado las cosas parecía tener una simple respuesta, los había encontrado por sorpresa, sin estrategia alguna, sin haber podido tomar medidas y decisiones a tiempo, sin posibilidad de planificar. Todo indicaba que en Europa habían reaccionado tarde, no teniendo después herramientas para apalear la situación.
Mientras todo esto sucedía, Argentina miraba con detenimiento, tenía un lugar de privilegio como observadora y aún contaba con una carta para jugar… "el tiempo", ese elemento tan preciado daba la posibilidad de tomar decisiones anticipadas para no repetir lo que otros estaban viviendo. La posibilidad que Europa no había tenido, era lo que Argentina debía aprovechar. A ellos el tsunami del Covid-19 los había agarrado con el agua en los tobillos y a nosotros mirando desde la playa.
En el mes de marzo, Argentina decreta la cuarentena, el aislamiento preventivo social y obligatorio dispuesto por el gobierno nacional, con el fin de controlar la propagación del virus, y al mismo tiempo contar con el tiempo suficiente para que el sistema de salud se pueda abastecer de equipamiento, insumos, recurso humano y capacitación del mismo. Había un objetivo claro y estaba centrado en evitar que haya contagios masivos, eso provocaría sin dudas el colapso del sistema de salud.
El país se paralizó, las calles estaban vacías, solo se veía transitar a quienes desarrollaban tareas esenciales. La gente se asomaba a los balcones cuando oían pasar el ruido de una ambulancia. Había una mezcla de alivio y preocupación. Seguíamos mirando a Europa y ya se percibía algo de tranquilidad, se habían tomado a tiempo las medidas que otros no pudieron, los resultados no tardarían en llegar.
Había pocos contagios, estábamos resguardando a los más vulnerables y el sistema sanitario estaba descomprimido. El tiempo comenzó a pasar, y el encierro, la falta de contacto social, la situación económica en algunos casos comenzó a jugar una mala pasada. El miedo al confinamiento, la depresión de no poder ver a los seres queridos, la falta de rutina en nuestras actividades diarias, comenzó a tornarse complicado con el correr del tiempo. Cuando parecía que solo nuestro cerebro era quien estaba jugando un rol fundamental, comenzaron a aparecer lo primeros contagios, y la curva comenzó a crecer a pasos agigantados. Cada vez más personas tuvieron que pasar por la pérdida de un ser querido o la terrible situación de no conseguir cama ante la necesidad de internación por cuadros complicados. Nuestro cerebro sumaba otra preocupación más y la depresión amenazaba la salud mental de la sociedad. Las noticias diariamente comenzaron a mostrar cómo se desbordaba todo, primero CABA y provincia de Buenos Aires, tiempo después el resto de las provincias del país colapsaron sus hospitales. La gente entro en desesperación, entro en pánico, el miedo al contagio se apoderó de nosotros. Estamos encerrados, deprimidos y ahora con miedo a morir.
Pero algo pasa de repente cuando nos detenemos por un instante, nuestro cerebro reflexiona y mira hacia atrás. Ahora viendo el camino recorrido se entristece, se acongoja, en algún momento cuando sabíamos que nos estábamos anticipando a lo que había sucedido en Europa quisimos pensar que nade de eso iba a sucedernos, teníamos la ilusión de que no nos iba a pasar y repentinamente y como un acto instintivo del cerebro se produce la "muerte de la ilusión", aquella ilusión que nos permitió sobrellevar las diferentes situaciones y hoy vemos romperse como pequeños fragmentos de vidrio cayendo sobre nosotros.
¿Cómo va a recordar el cerebro una crisis sanitaria de esta magnitud? Dependerá de las experiencias que viva la persona en medio de esta crisis. Generalmente recordamos con mayor intensidad o mayor facilidad aquellas cosas que tienen componentes emocionales en nuestra vida. Este evento que estamos viviendo sin duda será importante, tal como recordamos lo que paso durante un terremoto u otra tragedia, o incluso cuando ocurrieron eventos positivos en nuestras vidas. La emoción que va asociada a esta vivencia es un componente que fortalece las memorias.
El camino que aún nos toca transitar es de incertidumbre, la llegada de la vacuna no tiene fecha cierta, pero sabemos que lo que falta es mucho menor de lo que ya transitamos. Poco a poco todo volverá a la normalidad, y la situación por la que nos vimos atravesados terminará fortaleciéndonos como personas y dejará una sociedad más humana, solidaria y comprometida con el medio ambiente.
Director Ejecutivo de Emerger