La montaña y el libro al azar
Por Antonio M. Battro
El 26 de abril de 1336, el poeta Francisco Petrarca, a los 32 años, ascendió a la cima del Monte Ventoso, de 1900 metros de altura, en la Provence francesa. Desde allí contempló un panorama maravilloso y quedó extasiado. Abrió un libro - "Las confesiones", de San Agustín-, eligió un párrafo al azar (X, 8, 15) y leyó: "Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos". Impactado por el sentido profundo de este mensaje emprendió el descenso en silencio.
Así lo cuenta el poeta en un carta (Familiares, IV, 1, 3) que escribió al llegar, ya muy entrada la noche, en el albergue del pueblo de Malaucéne , al pie de la montaña. Esa carta se hizo famosa y sigue dando que hablar. Se trata, ante todo, de uno de los primeros relatos detallados de montañismo. Pero es, además, una alegoría de la vida. Petrarca, como tantos otros poetas, toma el ascenso a la montaña como un modelo de la vida humana, donde hay senderos estrechos, difíciles y escarpados y caminos anchos, fáciles y llanos.
En esta subida, Petrarca reconoce que su hermano Gerardo siempre tomaba el camino más áspero mientras que él prefería el más amable. El símbolo de esta "división de caminos" es la Y, llamada por los clásicos bivium pythagoricum. Dice el poeta: "Pitágoras inventó la letra Y, que no es esencial para la escritura, pero en cambio es muy útil para la vida". La base de la Y puede ser entendida como la juventud y las dos ramas como las opciones morales que se presentan en el camino de la madurez, la derecha hacia el bien, la izquierda hacia el mal.
La carta, al parecer, no fue escrita en una noche, como afirmó el poeta, sino que llevó varios años de correcciones, y nunca llegó a su destinatario, un monje agustino, precisamente quien le regalara aquel ejemplar de "Las confesiones", que murió sin haberla recibido. San Agustín, en sus Confesiones, narra su conversión, donde también abre el Evangelio al azar y lee una frase de la Epístola de Pablo a los Romanos (13, 13) que lo conmueve y lo impulsa a bautizarse. Estos episodios frente a la lectura de una frase al azar son comunes en la literatura clásica, se llaman "suertes virgilianas". Petrarca no hizo más que seguir la tradición. La lectura de los clásicos será siempre una fuente inagotable de aprendizaje. Y siempre será un buen ejercicio dar a los estudiantes la posibilidad de comentar una frase de un clásico, sacada al azar.