La mente del futuro
Es más productiva la competencia o la cooperación? Como nunca, la pandemia nos planteó esta disyuntiva en una multiplicidad de ámbitos. Muy pronto fue evidente que en esta encrucijada no basta con que una ciudad, un país o un continente disponga de los mejores recursos tecnológicos o aplique las estrategias más avanzadas: para ponerle fin a este flagelo, tenemos que actuar coordinadamente.
En cuanto se advirtieron las dimensiones del desafío, el mundo científico reaccionó levantando las barreras que impedían el acceso a estudios sobre el nuevo coronavirus. Esto permitió que el conocimiento circulara a la velocidad de la luz e investigadores de todo el mundo lo utilizaran para avanzar. Miles dejaron de lado sus temas de trabajo, establecieron grupos de trabajo, y se abocaron a entender el problema y buscar cómo resolverlo o mitigarlo.
Aunque en lo individual nos cuesta advertirlo por las muertes, el distanciamiento físico, los sueños que naufragaron, ese esfuerzo conjunto hizo posibles logros inéditos, como identificar y secuenciar el virus en días, ensayar terapias o desarrollar vacunas en meses.
Como nunca, ya que también en la comunidad científica los conflictos de interés, el potencial beneficio comercial de las aplicaciones y la búsqueda de prestigio favorecen un espíritu competitivo con frecuencia descarnado, surgieron colaboraciones y equipos interdisciplinarios.
En el país, investigadores de distintas provincias y disciplinas sumaron y combinaron su talento, y lo pusieron a disposición no solo de otros colegas, sino también de las autoridades para diseñar planes de acción Los frutos de esa tarea son incontables y algunos, subutilizados: desde tests diagnósticos, hasta barbijos, nuevos sistemas de testeo, simulaciones computarizadas y análisis matemáticos que pueden orientar la toma de decisiones.
En su libro Big mind. How collective intelligence can change our world (Princeton University Press, 2018), el británico Geoff Mulgan, profesor del University College London, y asesor de Tony Blair y Gordon Brown, explora lo que hace algunas décadas se convirtió en un área de estudio, la"inteligencia colectiva".
"Hay bibliotecas enteras dedicadas a la inteligencia individual que tratan de desentrañar de dónde viene, cómo se desarrolla y si puede promoverse –dice Mulgan–. Durante muchos años me interesé en un tema mucho menos frecuentado: porqué algunas organizaciones parecen ser mucho más ‘inteligentes’ que otras, mucho más aptas para navegar en las inciertas corrientes del mundo. Más fascinante aún es el ejemplo de las organizaciones llenas de personas brillantes y costosa tecnología, que sin embargo actúan de formas estúpidas y autodestructivas".
Experto en las tecnologías digitales, que tienen la virtud de hacer visibles los procesos de pensamiento, el autor pronto se dedicó a desentrañar cómo grupos de personas colaboran y trabajan online y, en un sentido más amplio, cómo emerge la inteligencia en gran escala. Es un campo que pretende explicar, ni más ni menos, que la cultura humana, "transmitida de forma imperfecta a través de los libros en las escuelas", y de padres a hijos en las pequeñas enseñanzas de todos los días.
La hipótesis de la que parte es que así como las neuronas individuales solo se vuelven útiles cuando están conectadas con muchas otras neuronas, la vinculación con otras personas y máquinas hace posibles grandes saltos en la inteligencia colectiva. Se trata de descubrir cómo articular respuestas colectivas a problemas colectivos sin ahogarnos en un océano de datos o permitir que nos ensordezca la información irrelevante.
El experimento en marcha durante esta pandemia lo confirma: el todo es más que la suma de sus partes. Tal vez esa será la forma que adquirirá la inteligencia del futuro… si somos capaces de sobreponernos a nuestras pequeñas miserias cotidianas.