La mediocridad conceptual
La revista Time publicó hace unos días un ensayo titulado “AI and the Rise of Mediocrity” https://time.com/6337835/ai-mediocrity-essay/ que pone contra las cuerdas a la creatividad de la inteligencia artificial (IA). Su autor es Ray Nayler, un novelista de ficción especulativa y profesor visitante de la George Washington University. Su tesis es que la IA es generativa, sí, pero de la disminución de nuestra capacidad para discernir la calidad y la originalidad. ¿Por qué? Porque a pesar de su sofisticación, la IA todavía es un lenguaje alimentado por la Internet y su esencia es solo predecir. Y, por si esto fuera poco, el knock-out final de Nayler: la IA vomita lo común y corriente.
En la literatura hay quien suele decir que no existe la originalidad, o quien se anima a decir que Jorge Luis Borges “robaba” mucho. No lo sé. Pero, sin dudas los textos de Borges no fueron predecibles; y eso es, justamente, lo que caracteriza el trabajo creativo según Nayler. Por eso, profetiza que la IA llenará el mundo de textos mediocres, aceptables, funcionales, pero desabridos.
Aunque probablemente estas afirmaciones no sean válidas para todos los órdenes del saber o las artes y las técnicas, estoy con Nayler. En mi experiencia con textos académicos he podido observar que la IA menciona conceptos, pero no los usa. ¿Cómo es eso? Por ejemplo, si digo: “Sócrates” tiene ocho letras, no estoy refiriéndome al filósofo que vivió en la Antigüedad sino a un objeto lingüístico; estoy mencionando su nombre y por eso va entre comillas. En cambio, si digo: “Sócrates fue condenado a muerte”, uso su nombre y me refiero a un hecho histórico. Cuando el ChatGPT escribe un texto académico lo hace mencionando conceptos, no los usa. Por eso es repetitivo, aunque ordenado; insípido, aunque gramaticalmente correcto. No explica, no muestra ninguna realidad extralingüística, no hay intertexto; solo un lenguaje sordo y ciego que no denota ni connota.
Volviendo a la tesis de Nayler, podríamos decir que es aristotélica, aunque él no lo diga. Es decir, valora la IA en función de las cualidades que genera en quienes la usan. Y ahí es donde escribe mi párrafo preferido: “Usar estas herramientas para escribir una historia o hacer una imagen no convierte a quien las usa en escritor o artista, como tampoco el armar un mueble de IKEA me convierte en carpintero”.
Apuesto por una educación que genere cualidades y por una academia que no se conforme con producir textos aceptables, sino que intente recrear e integrar diversos lenguajes que nos permitan ver y escuchar la realidad extradiscursiva de modo renovado.
Doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra. Investigadora, FCE, Universidad Católica Argentina