La mayor masacre jamás antes conocida
Las Naciones Unidas designaron al 27 de enero como Día de Recordación del Holocausto. Es que en este día de 1945 el ejército ruso entró al campo de Auschwitz y dio por finalizada la mayor masacre jamás antes conocida. “La mayor inhumanidad en la historia de la humanidad”, en palabras del filósofo Reyes Mate. Una monstruosidad llevada a cabo por seres humanos, si así se los puede llamar.
El sobreviviente Primo Levi nos relata la actitud de los soldados soviéticos en ese día: “No nos saludaron ni sonrieron; parecían angustiados no solo por compasión sino por el sentimiento de culpa de que tal crimen nazi hubiera existido”.
Cuando se habla de Auschwitz se hace referencia también a Birkenau, Monowitz y a otros treinta campos menores. Allí fueron asesinados 1.100.000 hombres, mujeres y niños, de los cuales casi un millón fueron judíos. Auschwitz es el mayor cementerio judío de la historia. Un cementerio de mártires sin tumbas. También mataron a patriotas polacos y rusos, religiosos católicos, gitanos, discapacitados, homosexuales y testigos de Jehová. En estos campos, por la mañana entraban seres humanos y por la noche se despachaban a Alemania: cabellos, ropas, dientes de oro, etc.
Auschwitz fue solo uno de los engranajes de la matanza de seis millones de judíos, proceso conocido en la historia como Holocausto (término griego que significa “sacrificio por el fuego”). Hoy se lo denomina Shoá (del hebreo, “destrucción”, “catástrofe”). Para dar dimensión gráfica de la masacre se necesitarían 160 días para nombrar a cada una de las víctimas.
Conocemos dónde, cómo y cuándo ocurrió semejante descenso a la brutalidad. Pero es casi imposible entender el porqué. No hay y no habrá respuestas definitivas. Coincidimos con Ian Kershaw cuando señaló que “frente a Auschwitz, la capacidad de explicación del historiador resulta insignificante”. Ni el mismísimo Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, a pesar de haber descripto los caminos que llevan a la guerra, llegó a prever tamaña catástrofe.
¿Cómo es posible que los perpetradores no sintieran remordimiento? Hannah Arendt lo explicaba de esta manera: “Los asesinos en vez de decir: ‘¡Qué horrible es lo que hago a los demás!’, decían: ‘¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!’”. ¡Los asesinos habían olvidado el concepto de la unidad del género humano!
Los nazis tergiversaron el lenguaje para metaforizar el crimen. Llamaban “insectos” a las supuestas “razas inferiores”, “solución final” al genocidio y “campos de concentración” a los campos de la muerte. Esta adulteración de la semántica nos debe alertar acerca del uso del lenguaje que realizan los dictadores, lo que Rabinbach llama “la catástrofe de la palabra”.
Justamente, en nuestra época han aparecido partidos de extrema derecha que desprecian al extranjero y al diferente. Si exageran sus posturas, podremos caer nuevamente en el abismo.
El Papa manifestó en 2021: “Recordar la Shoá es una expresión de humanidad, recordar es un signo de civilización”. Para el sobreviviente Elie Wiesel, el mandato de la memoria, luego de Auschwitz, nos exige: no olvidar, recordar y hacer recordar. Y esa memoria incluye la responsabilidad de ser activos, de no ser indiferentes ante el dolor, de adquirir suficiente poder como para defender la dignidad y la responsabilidad para la solidaridad. Parafraseando a Elie Wiesel se podría agregar que, luego de Auschwitz, la humanidad tiene un nuevo mandamiento para cumplir: evitar nuevos genocidios.
Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí