La máquina disciplinadora contra Soledad Acuña
La Argentina contemporánea es un paradigma del fracaso. Un país que en 1910 había erradicado la pobreza, se desangra en el igualitarismo de la miseria. A pesar de sus muchas virtudes, el peronismo fue uno de los actores principales de la debacle. ¿Cómo convivimos tan mansamente con una fuerza que carga semejante responsabilidad y que jamás hizo la mínima autocrítica?
El escándalo desencadenado por Soledad Acuña tal vez brinde algunas claves. El peronismo cincela el universo simbólico a su medida. Además de crear instituciones que garantizan su reproducción, ha establecido un cerco cultural que impide toda transformación. Este crucial dispositivo combina tres elementos íntimamente relacionados. El primero es la instalación de un relato funcional: el peronismo siempre fue democrático y de izquierda, la "juventud maravillosa" luchaba por restablecer la democracia, Sarmiento era un oligarca que odiaba a los niños, las leyes del mercado son ideología, las cifras del Nunca más son falsas o irrelevantes. Para más detalles, véase Paka-Paka.
El debate público argentino está plagado de discusiones prohibidas: cualquiera que las transite será acusado de fascismo, ultraderechismo y simpatías prodictadura
La segunda trinchera del cerco es el ataque sistemático a todo aquel que desafíe los dogmas. El debate público argentino está plagado de discusiones prohibidas: cualquiera que las transite será acusado de fascismo, ultraderechismo y simpatías prodictadura. Y el tercer elemento es la autocensura. El escrache, la persecución y el desprestigio sistemático nos empujan al silencio. Todos sabemos qué asuntos debemos callar y nos sometemos a la regla sin que nadie tenga que pedirlo. En términos de Foucault, un brutal macro-ejercicio del micro-poder. Un formidable manejo del aparato ideológico, en términos de Althusser. En nombre de los más altos valores hemos construido un clima cultural opresivo en el que el debate democrático no puede florecer.
Este mecanismo disciplinador –cuya existencia conocemos y también callamos– quedó transparentado en el caso Acuña. Los mismos que distribuyeron cuadernillos acusando a Macri de desaparición forzada de personas dicen que la sospecha de adoctrinamiento lacera su reputación. Y el mismo movimiento que convirtió a la Argentina en un refugio seguro para criminales de guerra nazis, acusa a la ministra de haberse educado en una escuela dirigida por uno de ellos. Sorprende que estos adalides del pensamiento crítico ignoren que una acusación infundada se refuta ofreciendo evidencia, no minando las credenciales de quien la formula. Manual de lógica para principiantes.
Naturalmente, la responsabilidad por la catástrofe es compartida. La ministra se lamenta por los problemas del área a su cargo como si fuera una mera observadora. Y muchos opositores, hábiles para el marketing electoral pero ajenos a sus bases, todavía apuestan por pactar con el statu quo. No olvidemos que la colaboración también puede ser complicidad. ¿Seguirá Acuña el mismo camino que Darío Lopérfido? El país, otra vez al borde al abismo, necesita cambios profundos; esos cambios que solo se consuman en el plano de la cultura. ¿Será tal vez la oposición la primera que debería cambiar?
Filósofo, politólogo y premio Konex a las humanidades