La máquina del tiempo para volver a ver la economía del pasado
Inflación superior al 100%, escasez de productos, pobreza, dólar alto, deuda, reservas escasas, déficit fiscal, emisión sin freno, falta de insumos: eso que está en los libros de historia de Uruguay es el presente de la Argentina
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Es como volver al pasado. Una inflación superior al cien por ciento, escasez de productos, pobreza en expandida, dólar por el cielo y con valores múltiples, mercado negro con tipo de cambio paralelo, deuda y más deuda, reservas escasas, déficit fiscal sin corrección, pésima calificación de deuda, imposibilidad de obtener fondos en mercados, emisión monetaria sin freno, economía cerrada, falta de insumos para producir, inversión espantada, prohibiciones, fijación administrativa de precios, incertidumbre general: eso que está en los libros de historia del Uruguay es el presente de la Argentina.
Los uruguayos que cruzan el río para aprovechar la diferencia cambiaria se transportan en la máquina del tiempo y ven en Buenos Aires lo mismo que veían en Montevideo en los años sesenta y principios de los setenta. Cuesta entender cómo se repiten fórmulas de mágica política que condujeron al fracaso sin remedio en aquellos años.
“¿Qué visión del país se transparenta detrás de esta enumeración? Pues, seguramente, la de un país desabastecido, con un gobierno que concurre con solicitud y con dinero para salvar escaseces, que sospecha de los empresarios; un país en el que el gobierno tiene que pensar en todo, y todos los consumidores dependen de él para comer, mientras los productores intentan en vano librarse de sus garras. Un país, en lo implícitamente visual, donde las colas de consumidores suministran la imagen paradigmática. En lo anímico, un país que se siente maniatado y sin esperanza; que ha cortado de raíz sus vínculos con su pasado de fuerza y vitalidad”. Ese razonamiento se ajusta a la realidad argentina de 2023, pero es una reflexión que el intelectual uruguayo Ramón Díaz (1926-2017) dejó estampada en su libro Historia económica de Uruguay sobre lo que sucedía del lado oriental en la segunda mitad del siglo XX.
Díaz enumeró la serie de medidas de afectación a la oferta y demanda, que en algunos casos llegaron al absurdo de prohibir la venta de carne vacuna en Montevideo, lo que llevaba a las familias a realizar “contrabando” dentro del país. Los consumidores iban hasta el límite de la capital, compraban carne y la traían escondida bajo el asiento del ómnibus.
La Argentina de 2023 parece el Uruguay de los años 60, pero agravado, más complejo, más enredado, más difícil de desarmar. En círculos de economistas, en foros de empresarios, en encuentros políticos y en tertulias periodísticas que se hacen en Montevideo, hay dos coincidencias: la crisis argentina es profunda y ya no es coyuntural.
Al igual que en aquellos años en Uruguay, de 1956 a 1972, con estancamiento e inflación, con devaluaciones periódicas encadenadas, restricciones a la importación e impuestos a la exportación, el problema mayor no era lo que se sufría en el momento, sino el legado para el gobierno siguiente, tan complejo que no solo era una especie de laberinto, sino una mala tentación a incurrir en prácticas de “realismo mágico”.
¿Cómo se sale de algo así?
Una devaluación es un sinceramiento del valor de la moneda que en la pizarra oficial tiene un precio ficticio, pero no arregla el entramado de problemas acumulados.
Aquel Uruguay cometió todos los errores posibles en política económica y también incurrió en el discurso fácil de demonizar a los “centros de poder extranjeros” como el Fondo Monetario Internacional (FMI). En 1967, el ministro de Economía intentó un ejercicio de pulseada ideológica con el FMI y, para “acabar con la dependencia del financiamiento externo” y sus condiciones, lanzó un llamado al pueblo a depositar en una cuenta bancaria “patriótica”, denominada “18 de Julio”, en dólares, un plazo fijo de un año como mínimo. Eso era para sostener el tipo de cambio sobre la base de un ahorro nacional.
El nombre aludía a la Jura de la Constitución de 1830, pero para hacerlo más contundente le pusieron “Fondo Monetario Nacional”, y lo hicieron pensando en recaudar 65 millones de dólares. Casi nadie puso un dólar en ese fondo y a los tres meses hubo que cerrarlo: solo había depositado algo la compañía estatal de seguros.
Mientras tanto, el dólar había subido de $80 en marzo a $135 en septiembre, y antes del fin del año 1967 pasó a $150; al año siguiente (1968) subió a $200, y el mismo año a $250. La inflación llegó al récord histórico de este país: 183% anual.
Aquel país cayó en el “control de cambios”, en una “ley de rebaja de alquileres” que intervino los precios y en la suspensión de lanzamientos, por lo que el mercado de arrendamientos comenzaría a destruirse, con impacto en la contracción de todo tipo de inversión inmobiliaria.
También Uruguay tuvo sus “precios cuidados”, con el Consejo Nacional de Subsistencias y Contralor de Precios, que, como la historia muestra desde el imperio romano, derivó en mercado negro de alimentos.
Al terminar el primer semestre de 1968, el gobierno decretó la “congelación” de precios y salarios, y se puso bajo control militar la producción de servicios públicos. Aquello detuvo la inflación temporalmente hasta que volvió a explotar, y Ramón Díaz lo expuso como “el truco que se creyeron los gobernantes”. Habían hecho un “truco” para hacer creer que dominaban la inflación, y sin tomar medidas efectivas para lograrlo, ellos mismos cayeron en su propia trampa.
Pasó el tiempo y Uruguay no volvió a incurrir en aquellas prácticas, ni con gobiernos liberales o socialdemócratas del Partido Colorado o del Partido Nacional, ni en los gobiernos de izquierda del Frente Amplio.
Para un uruguayo es común entrar con pesos a un cajero automático de banco o a una casa de cambios y salir con dólares, o hacer ese cambio por medio de la computadora o el teléfono móvil, y cuando va a Buenos Aires le llaman la atención los “arbolitos” y los locales de cambio a escondidas con el “blue”, que parecen de una película en blanco y negro.
También sorprende que en medio de todo eso, con inflación de tres dígitos, pobreza de casi la mitad de la población, mercados en negro y fuga de inversión, el ministro de Economía sea uno de los candidatos presidenciales con chances de llegar a la Casa Rosada. Los turistas orientales viajan en buque o en auto, y cuando llegan a suelo argentino quedan atrapados en la máquina del tiempo.