La maltratada estatua del almirante Brown
Hace poco se cumplió un nuevo aniversario de Costa Brava, uno de los últimos combates librados por el almirante Guillermo Brown antes de acogerse a un bien ganado descanso en su quinta de Barracas.
Aquel hombre de acero, nacido en Foxford, condado de Mayo, Irlanda, en 1777, abandonó una cómoda posición en el comercio fluvial rioplatense para asumir el mando de la primera escuadra de la Revolución y poner fin al dominio naval español en Montevideo. Luego hizo tremolar, en parte junto a Hipólito Bouchard, la bandera de su patria adoptiva a través de una temeraria campaña de corso en el Pacífico. Más tarde, cuando estalló la guerra contra el Brasil, comandó los modestos bajeles que enfrentaron a la imponente escuadra imperial. Cosechó triunfos y sufrió derrotas, pero el valor y el vigor moral que imprimió a sus acciones le ganaron el respeto de propios y extraños.
Bien merecía, por esos y otros servicios, que al disponerse por ley 5283, de febrero de 1909, la erección de monumentos de los principales actores de la independencia, con motivo de la celebración del primer centenario de Mayo, su nombre figurase como representante de las glorias de la Armada.
Los recursos de aquella Argentina próspera, parecieron resultar, sin embargo, exiguos para dar cumplimiento pleno a la sanción del Congreso, por lo que los irlandeses y sus descendientes decidieron recaudar fondos con el fin de emplazar la estatua de Brown. Una comisión presidida por el doctor Santiago O' Farell contrató los servicios del escultor Alejandro Chiapasco, quien se comprometió a realizar la obra por la suma de 76.000 pesos. El gobierno nacional contribuyó finalmente con 40.000 pesos y el resto se logró mediante una suscripción que superó en más de 2000 los 80.000 pesos del costo final.
Concluida la base de mármol, la figura en bronce y los ornamentos del mismo metal, el presidente Hipólito Yrigoyen dispuso la inauguración en la actual avenida Leandro Alem, a la altura del sitio desde el cual los porteños presenciaron el heroico combate naval de Los Pozos, en la jornada del 11 de junio de 1826. A pocos pasos hoy se levanta la Casa Rosada.
Aquel 8 de julio de 1919, en que civiles y militares compartieron un emocionante acto patriótico, fue feriado en todo el territorio de la República.
Pasaron muchas décadas, hasta que, lamentablemente, se hizo común el delito de robar los bronces de los parques y plazas, sin que se adoptaran medidas para prevenirlo. A la figura del almirante, le era arrancado, cada vez que se lo reponía, el sable de abordaje que empuñaba en gesto marcial. Hasta que una noche, manos criminales robaron las artísticas placas. Hoy se observa el monumento, enrejado, como otros, pero desde hace tiempo sin la réplica de su invicta arma y, por cierto, sin esas placas que quizá no puedan ser repuestas pues al parecer no existen ni moldes ni reproducciones fotográficas detalladas.
Es de esperar que las autoridades -¿quizá el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires?- no cometan la injusticia de dejar sin reacondicionar la estatua cuando concluyan las obras que se realizan en la zona con motivo del Paseo del Bajo. Si no están los modelos, que se cubran los huecos con otras placas para testimoniar la gratitud de la Argentina hacia uno de sus más grandes héroes.
El autor es presidente del Instituto Nacional Browniano