
La maldición de Esteco
La ajetreada historia de una localidad virreinal que duró 126 años
De las ciudades virreinales de América en el actual territorio argentino, Esteco se pareció más a las Sodoma y Gomorra bíblicas que ninguna otra entre las establecidas durante la dura conquista. Fue destruida y luego sepultada no sólo por olvido. Tuvo una corta vida de 126 años desde su oscuro nacimiento en 1566. Se la conoció por diferentes nombres, surgió de cruentas rebeliones, fue pasto de luchas, miserias, hambruna y venganzas entre facciones que lucharon por el poder. Resultó la aldea mejor alcanzada por la implacable mano del Santo Oficio. Padeció desde una penosa mudanza hasta ahorcamientos, pestes, una invasión malonera en 1686 y, finalmente (1692), un terremoto definitivo.
Se sabe -con aproximada certidumbre- de sus dos emplazamientos en el hoy territorio salteño, una vastedad donde el progreso anidó dos estaciones ferroviarias que evocan dos de los tres nombres que tuvo, pero no las ubicaciones que durante tres siglos constituyeron un misterio idéntico a la también desaparecida -y cercana- Concepción del Bermejo.
Ultimamente, Esteco apareció como detectada por exploraciones arqueológicas que hendieron la selva, hurgamiento motivado por tanta curiosidad acumulada y el justificado esclarecimiento de los orígenes del país.
La carta de Felipe de Albornoz al rey, datada en Santiago del Estero el 25 de abril de 1629, da cuenta de los pocos vecinos de Esteco (50, muchos comparados con los 211 del padrón de Buenos Aires de 1664). Claro que la diferencia con la "reina del Plata" era el estigma padecido por la Esteco endemoniada.
Cuando el obispo Melchor Maldonado y Saavedra la visitó en 1636 había 30 casas y una fuerte epidemia ya que "los indios caen cada día muertos de repente, todos macilentos", quizá como secuela del pasado licencioso de sus habitantes, porque "bien muestra Dios el enojo que tiene (por) esta ciudad y en sus castigos la gravedad de las culpas, peste continua, sapos, culebras, tigresÉ y los mayores temblores que he visto en las Indias", anuncio del terremoto definitivo
Depredadores y progresistas
Quizás el obispo fray Melchor estaba en lo cierto. Por lo menos en aquello de darle explicación a tanto flagelo endémico y telúrico. Ya en un informe que el procurador Hernán Mexía Miraval llevó a España en 1589 sobre Esteco se detallaban las desventuras de sus habitantes que, para no perecer de hambre (como en la agonizante Buenos Aires de don Pedro de Mendoza), debieron comerse los caballos y los perros, pero también las raíces y los cueros de los correajes. Terminaron vestidos con pieles de venado y -deambulantes y fantasmales- perdieron por años la memoria del pan.
La idea de interponer una ciudad que frenara las invasiones de aborígenes alzados del Gran Chaco, fue reflexión de un gran emprendedor. Francisco de Aguirre acumuló prestigio en las guerras italianas y en las huestes de los Pizarro que dieron guerra a Almagro. Nació en Talavera de la Reina en el año 1500, entró con Pedro de Valdivia a Chile en 1540 y tras sus rastros se llega a la escena fundacional de Santiago, la capital chilena. Peleó contra Juan Núñez del Prado en la meseta peruana y repartió mil indios a cada uno de 56 encomenderos. Eso lo enemistó con los calchaquíes que, de inmediato, atacaron la ciudad del Barco. Se retiró al río Dulce donde fundó Santiago del Estero (el 17 de marzo de 1553). Antes había tenido que ver con los orígenes de La Serena, frente al Pacífico, donde fue hecho prisionero y Hurtado de Mendoza lo desterró a Lima. Pero refundó La Serena en 1549, ciudad -hoy turística y balnearia- a la que volvió achacoso y en donde murió octogenario al tiempo que el vizcaíno Juan de Garay refundaba Buenos Aires.
Se funda Esteco
Francisco de Aguirre era gobernador del Tucumán en marcha a tierra de los comechingones. Descansaba en un paraje a 63 leguas de Santiago de Estero en la plácida noche de junio de 1556. Y estalló la rebelión. Lo mejor de su tropa, 14 oficiales encabezados por Jerónimo Holguín -con el apoyo de Diego de Heredia y Juan de Berzacona- tomaron a Aguirre, a su hermano Hernando, a un mestizo y al yerno Francisco Godoy. Engrillados, Holguín los llevó a Santiago del Estero con el fin de juzgarlos por la Inquisición con los cargos de perjurio religioso y discurso heterodoxo respecto de la fe. La acusación la concretó el clérigo Julián Martínez, pero por instigación de Pedro Ramírez Quiñones, enemigo de Aguirre y presidente de la Audiencia de Charcas.
Berzocana y Heredia aprovecharon la idea de Aguirre -instalar una ciudad a la manera de una frontera contra los aborígenes- y fundaron Cáceres, nombre que homenajeaba a la ciudad natal del rebelde Holguín. Ya procesados, Aguirre y los suyos fueron encarcelados en Cáceres. Desde allí, Olguín y el clérigo Martínez los llevaron engrillados y con 20 hombres de escolta al Plata, mientras Berzacona volvía a Santiago del Estero. Fue en ese lugar que un teniente de Aguirre -Gaspar de Medina- lideró una revuelta que terminó con el poder de los amotinados, y Berzacona y sus secuaces encarcelados. Medina ocupó Cáceres (que todos llamaban Esteco), apresó a Heredia, lo colgó en la horca y ejecutó a los demás a mediados de 1567.
El gobernador del Tucumán, Diego Pacheco, se informó de estos sucesos y marchó sobre Cáceres-Esteco el 3 de julio de 1567. La refundó como Nuestra Señora de Talavera (luego Talavera de la Reina, nombre de la cuna de Francisco de Aguirre) y le ordenó al teniente mudar la ciudad, fundarla nuevamente con bando y todas las formalidades, lo que se hizo junto al río De las Piedras (más de un siglo y medio después se llamaría Pasaje o Juramento).
Quizá las mayores calamidades en esta segunda Esteco, como siguió llamándose, retornaron en 1781 con conflicto entre los poderes civiles y eclesiásticos. El gobernador Lerma, por ejemplo, acusó a los Mercedarios de Esteco de intimidación con armas a la autoridad civil. Uno de los jefes de la rebelión era el deán portugués Francisco de Salcedo, allí desterrado. Hubo amotinamientos, clérigos acuartelados en los conventos, varios frailes engrillados y abundaron las agresiones.
Pero no todo fue malo en Esteco: de ella salieron aguerridos contingentes de soldados y vecinos que participaron de las fundaciones de Córdoba y de Salta.