La magia y el trabajo de la representación
En las democracias maduras, quienes tienen reivindicaciones particulares recurren a quienes quieren ganar elecciones para alcanzar sus objetivos: los intereses partidarios son vehículo de los intereses sociales. En la Argentina, especialmente en los últimos años, quienes quieren ganar elecciones confían en que quienes persiguen reivindicaciones particulares los empujen hacia sus metas políticas: los intereses sociales son vehículo de los intereses partidarios.
Ocurrió con las protestas de los productores agropecuarios en 2008. Vuelve a ocurrir con la movilización a la que convocó un grupo de fiscales el 18 de febrero. Los opositores al Gobierno se ilusionan con una ola que desbanque al Frente para la Victoria. El Gobierno y sus seguidores ven en estos reclamos particulares amenazas de destitución. Esta forma invertida de representación, los partidos detrás de los actores sociales, es también incompleta e ineficaz.
Por supuesto, hay motivos para que tanta gente comparta esta percepción. Algunos conflictos sociales simbolizan las divisiones partidarias: las evocan y las condensan. A los ojos de los opositores, la resolución 125 representó todo lo que está mal en los gobiernos del FPV y, para los oficialistas, reunió todos los motivos para apoyarlos. Lo mismo ocurre con la muerte del fiscal Nisman y su tratamiento. Que todos podamos leer tantas cosas en un mismo conflicto sorprende y deslumbra, como la magia. La representación política en democracia no puede prescindir de la magia de los símbolos. Tampoco alcanza con la simbolización.
Representar en democracia es actuar en nombre de otros y para otros. Actuar para otros requiere ganar elecciones, llegar a los lugares autorizados para decidir. Para eso hace falta reunir listas de candidatos, elaborar consignas y hacerlas conocidas y distinguibles para los votantes. Una vez ocupados los cargos electivos, actuar para otros demanda formar mayorías legislativas estables, reunir equipos técnicos competentes y confiables, y coordinar las intervenciones de distintos ministerios y de autoridades de distinto nivel. Representar en democracia es magia y trabajo.
El trabajo de la representación es una tarea de las mujeres y los hombres que hacen política. Sale mucho mejor cuando esas mujeres y esos hombres se reúnen y permanecen dentro de partidos políticos. Los partidos facilitan la cooperación electoral, la colaboración en el gobierno y moderan la competencia que puede impedir una y otra.
El trabajo de la representación democrática en la Argentina no sale bien porque los partidos políticos son débiles. Los partidos argentinos son débiles porque tanto las mujeres y los hombres que los componen como quienes los votamos confiamos más en la magia de los conflictos simbólicos, en la ola que nos remonte hasta los objetivos que perseguimos, en el triunfo en la madre de todas las batallas, que nos alivien del trabajo de la representación. Hacemos mal. No hay atajo y el camino es mucho más penoso sin partidos.
No hubo partido del campo. Puede haber jueces y fiscales que coordinen su acción con objetivos políticos, pero no habrá listas del "partido judicial". Hay candidaturas de agrupaciones que necesitan fortalecerse para hacer mejor el trabajo de la representación.
El autor es director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés
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