La luz de la altura
En la quinta entrega de la serie de notas por el aniversario de la muerte de Dante Alighieri, una consideración sobre la belleza en la “Comedia”
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Hace falta saber para contemplar la belleza, o la belleza se impone por sí misma, sin mediaciones? Esa discusión es ya un poco superficial: en el fondo, sabemos que pasa lo uno y pasa lo otro. Lo bello no necesita explicaciones, pero las explicaciones no menoscaban su poderío y, a veces, nos preparan para que otras formas más esquivas de lo bello se nos resistan menos. La Divina Comedia es una de las variedades de la belleza y está colmada de anotaciones, bibliografía, interpretaciones y sobreinterpretaciones. ¿Son imprescindibles? No. ¿Son desdeñables? Tampoco. Lo notable es que si uno espiga esas fuentes secundarias, irá descubriendo (y esto es válido no solamente para Dante) que algunas de ellas pueden convertirse en primarias, y eso quiere decir que su existencia no subsidiaria de aquello de lo que hablan. Uno de esos casos, por lo menos, para no salir del tema, son los dos libros que el teólogo Romano Guardini le dedicó a Dante y a la Comedia.
Guardini fue un escritor de primera línea. El espíritu de la liturgia es uno de mis ensayos preferidos. Todo está en su lugar, todo está bien pensado y bien dicho. Escribió mucho, y muy bien, sobre literatura. Sus escritos sobre las las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke, sobre la poesía de Friedrich Hölderlin y de Eduard Mörike, sobre Pascal sobrepasan el comentario. Decía el protestante Hermann Hesse que lo que le gustaba del católico Guardini era que no tendía a ninguna arrogancia espiritual. Esto, que rige para la obra entera de Guardini, se cumple mejor que en casi ninguna otra parte en El ángel en la Divina Comedia de Dante y en Paisaje de la eternidad, sus dos estudios dantescos.
No es cuestión de hacer el comentario del comentario. Bastará con señalar dos detalles para que sea la belleza la que se imponga en el lector sin reticencias. Si omitimos (porque no es el lugar para eso) las soluciones técnicas del verso, los innumerables hallazgos de Dante, ¿qué es la belleza en la Comedia?
Para empezar, Guardini señala en El ángel en la Divina Comedia que, en Dante, la belleza presupone el concepto de la filosofía medieval según la cual es “el brillo de la verdad lo que se revela, el signo del bien consumado, la perfección de lo real”. Las consecuencias de esto no se le escapan al teólogo: “Esta belleza no significa entonces, como pretende en el fondo la estética moderna, una separación de la realidad, sino su desarrollo y su sello”. Podemos recordar otro libro, Sobre la esencia de la obra de arte, en el que Guardini se refiere a la promesa de toda obra de arte, la que apunta a un momento de plena verdad: “El árbol en el lienzo no es como el que hay afuera en el campo. No está en absoluto ‘ahí’, sino que está en el ámbito de la representación, visto, sentido, lleno del misterio de la existencia”.
Esta belleza aparece en el Paraíso, pero había ido preparándose todo el poema en figura de Beatriz. Se deriva de aquí el problema mayor, acaso insoluble, de la representación de esa belleza, y eso atarea a Guardini en Paisaje de la eternidad. Ese problema es el siguiente: cómo dar una forma a seres que no tienen existencia física. Según Guardini, Dante recurrió al eidolon griego, la sombra del alma: “privada del cuerpo, el alma adquiere una sombra, una apariencia que no es verdadera, pero expresa su naturaleza de la manera más exacta”.
Concluye que el movimiento completo de la Divina Comedia está orientado a la trascendencia suprema, pero no para alcanzarla de una vez y para siempre sino para volver de ahí al mundo y consumar “la gran obra”, después de ver el Empíreo. Dice el poeta en el canto XXX del Paraíso: “La belleza ch’io vidi si trasmoda/ non pur di là da noi, ma certo io credo/ che solo il suo fattor tutta la goda”. De eso habla Guardini, de la pretensión afanosa de cantar la “pura luce, esa luce intellettual, piena d’amore; amor di vero bien, pien di letizia, letizia che trascende ogni dolzore”.