La lucha anticorrupción, clave para unir opositores
Ya superadas las PASO, resulta casi obvio señalar que los obstáculos que se interponen en el camino hacia la presidencia, de aquí a las elecciones de octubre, son bien diferentes para el candidato oficialista que para el conjunto de la oposición.
Debe admitirse que Daniel Scioli, con su 38% en las primarias, hizo una buena elección y quedó a las puertas de la victoria final. Pudo hacerlo soslayando una oscura trama de causas judiciales que rozaba a su bando y haciéndose perdonar la rusticidad de su discurso, ratificada en la noche de las elecciones, además de su tediosa corrección política. Aprovechó, también, la absoluta pasividad de sus rivales en criticarlo y en sacar a luz sus inconsistencias, empezando por una gestión provincial que hace agua por todos lados (perdonen los inundados la referencia).
Pareciera que llegar a la presidencia le va a resultar más sencillo a Scioli que a sus rivales. El análisis del origen de sus votos nos dice, sorpresivamente o no tanto, que su verdadero bastión no fue, esta vez, la provincia de Buenos Aires, que ganó en buena ley pero sin la gran ventaja de otras veces, sino las pequeñas y medianas provincias del Norte y Nordeste, de estructura fuertemente patrimonialista e invariable clientelismo. Valgan los ejemplos de Santiago del Estero, Catamarca, San Juan, Tucumán, Misiones o Formosa. Allí seguirá golpeando las puertas para conseguir los votos que le faltan, aparte de buscarlos en el delasotismo y en algunas intendencias díscolas del Gran Buenos Aires.
Más arduo se presenta el horizonte electoral de la oposición. Aquí nos parece que la palabra mágica es "unidad" y no tanto "polarización", porque alguna forma de unidad que encontremos, y que represente la voluntad y el deseo de una mayoría ciudadana, nos llevará a una polarización competitiva, en el esfuerzo final del ballottage. Unidad. Es fácil decirlo, pero ¿cómo, con quiénes, en qué términos alcanzarla? ¿Qué clase de alianza o acuerdo o principio de acuerdo sería necesario? Veamos, para empezar, a los que serían sus lógicos participantes.
La situación requiere una gran capacidad de sacrificio y una enorme imaginación política. La principal responsabilidad recae sobre la coalición Cambiemos y sobre Mauricio Macri, convertido, gracias a los resultados de las PASO, en su único candidato a presidente.
Macri ha tenido el doble mérito de crear Pro, un partido centrista con inserción (aunque despareja) en todo el país, y de administrar con aceptable eficacia una ciudad tan compleja y exigente como Buenos Aires. No es, como insiste en caricaturizarlo el oficialismo, de "derecha" (y debería él mismo negarlo expresamente), sino alguien parecido a un liberal de centro, más inclinado a las realizaciones prácticas y a la gestión de gobierno que a la definición ideológica. Desaprovechó, en la reciente campaña, su condición de ingeniero, ligada simbólicamente con la idea de "construcción" o "reconstrucción" que efectivamente ejerció en la ciudad. Además cometió el error de no confrontar abiertamente con Scioli, vulnerable en muchos aspectos.
Su principal socio en la deseable pero difícil unidad debería ser Sergio Massa, un ex oficialista de perfil ideológico no muy diferente a Macri, que rompió con el gobierno y que en 2013 consiguió, con su Frente Renovador, una inesperada victoria sobre el kirchnerismo, al que incluso derrotó en su fortaleza de la provincia de Buenos Aires. Sorprendió, en la precampaña de 2014/2015, por su buena imagen y aceptación en todo el país, y llegó a ocupar el primer puesto en varias encuestas nacionales. Sin embargo, su peso político se fue desdibujando y cayó a un tercer lugar, hoy difícilmente mejorable.
¿Cómo lograr la unidad de estos dos bloques, que juntos han sobrepasado el 50% de votos de las PASO, y que, de algún modo, reunidos resultarían muy difíciles de vencer? Hoy, cuando faltan 70 días para la elección presidencial, el objetivo parece casi imposible de lograr. Cada una de las dos coaliciones (imperfecta la de Massa, más articulada la de Macri, junto con la UCR y la Coalición Cívica) quisiera negociar, pero desde una posición de fuerza. Nadie quiere retirar su candidato para ayudar a que gane su eventual socio, aunque eso implique, finalmente, el triunfo del adversario de ambos.
Apuntamos, como reflexión más bien teórica, una forma de acuerdo entre los opositores que podría ser la clave, no sólo de la victoria electoral (que por otra parte no está garantizada), sino también un ejemplo de ética republicana que la mayoría de nuestra castigada sociedad, pese a todo, añora.
En el centro de la escena tendríamos un riguroso pacto anticorrupción, tal como lo venimos sosteniendo desde hace mucho tiempo, a la par de varios dirigentes políticos que hoy también integran las filas opositoras. Se trataría de un pacto previo a toda negociación política y a toda coincidencia programática, y podría consistir sólo en eso: en la firma, por parte de los líderes partidarios, de un compromiso conjunto de lucha contra la corrupción, sin salvoconductos ni hipocresías. Y que incluyera la creación de instrumentos legales que permitieran sancionar rápidamente a los corruptos y procurar que devuelvan a la sociedad los dineros que han saqueado impunemente.
Si los líderes políticos decidieran avanzar uno o varios pasos más, entonces podría hablarse de una estrategia conjunta y hasta de eventuales acuerdos programáticos. Lo ideal sería, naturalmente, que este pacto pudiera firmarse antes de la primera vuelta electoral.
Mi irrenunciable ingenuidad me hace contemplar en una pantalla, no sin placer, a un grupo de dirigentes políticos, sentados unos al lado de otros, y listos para firmar un compromiso contra la corrupción, en el que les va el honor y la palabra. Alcanzo a distinguir a Elisa Carrió, a Gabriela Michetti, a Margarita Stolbizer, a Mauricio Macri, a Sergio Massa, a Ernesto Sanz, a Roberto Lavagna. En el fondo, veo viejas banderas, útiles de labranza y libros usados (pero leídos).