La lotería de las vacunas
Para los que crecimos en la segunda mitad del Siglo XX, las mayores amenazas eran las armas nucleares y la escasez de petróleo. Se imprimieron innumerables textos y se emplearon muchos minutos en discutir acerca de ambos temas. Del petróleo hasta se llegó a especular con que podría desencadenar una Tercera Guerra Mundial. Por suerte, aunque hubo enfrentamientos, no se llegó a eso y ahora la tecnología promete independizarnos en las próximas décadas de este combustible fósil, también responsable del calentamiento global.
Después de ver cómo –por ejemplo, en los días de Aristóteles Onassis– los precios escalaban y países poseedores de grandes reservas se enriquecían de la noche a la mañana sin que el ciudadano común entendiera muy bien el vaivén de las cotizaciones, un día los precios empezaron a descender, dejó de hablarse del petróleo y la preocupación se trasladó al agua potable. En 1995, despachos periodísticos daban cuenta de que un vicepresidente del Banco Mundial, Ismail Serageldin, predecía que “las guerras del Siglo XXI serían por el agua”.
Tanscurridas dos décadas desde 2000, aunque es un recurso cada vez más escaso y motiva disputas (por caso, entre productores agrícolas), y aunque se teme que la falta de este líquido precioso origine desplazamientos masivos de miles de millones de personas (un estudio calcula que en la actualidad hay 2.600 millones de individuos que sufren estrés hídrico) y se estima que ese número será incluso mayor en los próximos años, por fortuna la situación no pasó a mayores... todavía.
En la actualidad, la urgencia es otra: el caos de informaciones contradictorias, promesas incumplidas, marchas y contramarchas, todo parece estar dado para que estallen peleas por las vacunas que permitirán controlar la pandemia.
Lejos de las exhortaciones de hace meses de los organismos internacionales para que se distribuyan equitativamente y de los reclamos de solidaridad de los países sin recursos, el inicio de la inmunización mundial dista mucho de ser el mecanismo de relojería calculado a la perfección que hubiéramos deseado. Es más bien un espectáculo poco alentador en el que Estados y compañías compiten a los codazos, unos por conseguir esa llave vital para disminuir muertes y otros, para vender su producto al mejor postor. La competencia se parece más a un “vale todo” que a un deporte de caballeros.
Según el bioquímico y analista de datos Santiago Olszevicki, a casi dos meses de aprobadas las primeras formulaciones, solo 54 de los más de 190 países del mundo comenzaron la vacunación. Datos de ourworldindata.org le permitieron calcular que, hasta ahora, alrededor del 75% de las dosis fueron aplicadas en solo cinco países: Estados Unidos China, el Reino Unido, Israel y Emiratos Árabes Unidos, el 15% en ocho (India, Alemania, Italia, Turquía, España, Brasil, Francia y Rusia) y el 5% en seis (Polonia, Canadá, México, Rumanía, Serbia y Argentina).
Aunque la única esperanza de volver a cierta normalidad es que la campaña se dé coordinadamente en todos lados para evitar rebrotes, decenas de naciones grandes y chicas todavía no recibieron ni una sola y ya se adelantó que muchos tendrán que esperar hasta el año próximo para poder empezar la vacunación. En Europa, promesas incumplidas y sospechas de que los viales se desvían hacia otros destinos inspiraron airadas protestas oficiales y el allanamiento de una planta de producción.
Esperemos que poco a poco los procesos dejen de parecerse a una lotería y se vaya racionalizando la producción y distribución de un recurso que en este momento nos resulta tan vital como el agua. Acerca de esta última, se había identificado la forma de evitar encontronazos: preparándose para cooperar. Un verbo cuyo espíritu seguramente podría ayudar a resolver también el problema de las vacunas...