La lógica de confrontación, hacia una crisis terminal
"El Gobierno prometió acuerdos que finalmente no propuso y la sociedad argentina, cada vez más polarizada, nos reclama que profundicemos la crítica en un momento en que de verdad hacen falta consensos: es una disyuntiva de la que no sabemos cómo salir". La reflexión (confesión), que partió de la boca de un importante dirigente de Juntos por el Cambio mientras veía las imágenes de la multitudinaria marcha del 17-A por televisión, sintetiza la coyuntura actual: cuando el país más necesita diálogo, el comportamiento inercial, endogámico y egoísta de sus principales líderes lo empuja a una dinámica de mayor confrontación. Más aún, sus prioridades están desacopladas de las principales demandas de la sociedad. Por eso, no solo no contribuyen a resolverlas, sino que al invertir tiempo y energía en temas secundarios, caprichos o problemas de índole privada, empujan al país a un evento dramático cuya probabilidad de ocurrencia es, por su recurrente irresponsabilidad, cada día mayor.
El éxito de la convocatoria del lunes pasado produce que en la escena pública prevalezcan los halcones de las principales coaliciones
El éxito de la convocatoria del lunes pasado produce que en la escena pública prevalezcan los halcones de las principales coaliciones. En JxC, Patricia Bullrich (que recibió el respaldo de la concurrencia y el respeto público de miembros de las fuerzas de seguridad) se anima a imaginar un eventual retorno al poder. El Gobierno, que no quiere mostrar debilidad, sobreexagera su menosprecio por la legitimidad del reclamo y promueve un conflicto de poderes al desconocer un fallo de la misma Justicia que en teoría pretende mejorar, avanza con el tratamiento legislativo del proyecto de reforma y hasta responde con dardos a la gestión anterior con escasa puntería. Con el nutrido arsenal de posibilidades para criticar a Macri, Santiago Cafiero elige hacerlo por haber desfinanciado a los hospitales, cuando desde hace décadas las provincias y algunos municipios están a cargo de sus presupuestos y administración.
Mientras decenas de miles de argentinos se movilizaban por todo el país y muchos otros batían cacerolas desde sus casas, CFK aludió por Twitter a un tópico inevitablemente elástico de la tradición cultural peronista: "unidad nacional". Una referencia que, en otro emisor, podría sonar autocrítica dado el papel crucial que desempeñó (y sigue jugando) en el surgimiento y la profundización de la grieta que desgarra a la sociedad argentina. Pero alguien que masajeó resultados electorales para no reconocer derrotas (2009, 2013) o que se las atribuyó a los medios (2015, cuando los votantes habrían sido engañados), tal vez nunca reconozca errores ni responsabilidades. El mensaje podría tener otro destinatario: los componentes más moderados de esa coalición aún embrionaria, heterogénea y contradictoria llamada Frente de Todos. Mario Negri afirma que "hay olor a 125" y tiene razón: muchos legisladores sienten que en sus pueblos y provincias la presión para que no acompañen la reforma judicial es enorme.
Aunque haya corrección al proyecto original difícilmente sea relevante como para disipar la sospecha de que esta iniciativa pretende la impunidad para CFK y sus hijos. Ahí está el caso de los diputados que responden a Juan Schiaretti (siempre Córdoba es una piedra en los zapatos de Cristina) o los del lavagnismo. En Diputados las defecciones pueden ser mayores: algunos buscan ser reelegidos el año próximo y no pueden dilapidar ningún apoyo. En ese sentido, la vicepresidenta puede complicarles la vida influyendo en la definición de los lugares claves en listas sábana (que por algo son tan resilientes: su integración puede ser digitada a la distancia) o activando candidaturas afines que fragmenten el voto peronista –como hizo en 2017– y precipiten las derrotas de los eventuales "traidores". Así, puede pergeñar la venganza que nunca logró Mario Ishii, el Señor de las Ambulancias. Es cierto que también podría perjudicarse, pero como factor disuasivo la amenaza es creíble y potencialmente fulminante.
Algunos peronólogos argumentan que Cristina sacrificó mucho para constituir el FDT y que no está dispuesta a poner en riesgo su "exitosa" creación. Cualquier ruptura en la coalición precipitaría una nueva derrota y ya acumula demasiadas (la última en 2017, a manos de Esteban Bullrich, una de sus víctimas predilectas en el hemiciclo virtual del Senado). ¿Cómo impactaría otra frustración electoral en la estabilidad de su gobierno y, en especial, en sus propias prioridades? Debe recordar esa definición lacónica y sintética que dio un funcionario menemista en los claustros de Harvard (que no es La Matanza): "Peronismo es ganar".
A la vez, CFK está forzada a ser más prudente de lo que desearía cuando impulsa propuestas que una mayoría considera radicalizadas: proyectos que, aun cuando fracasen como el de Vicentin, siguen siendo piantavotos. Al mismo tiempo, esas iniciativas satisfacen las demandas de los grupos que ven en ella a una líder con una visión, convicciones y una sagacidad muy singulares: debe alimentar el mito sobre su persona.
Mientras tanto, desde Suiza, Macri intentó capitalizar el envión anímico que implicó la marcha para el espacio opositor. Su ambigüedad respecto de qué hacer con la política no debería sorprender: una cosa era construir un equipo con el objetivo de llegar a la presidencia y otra, desgastado en la opinión pública, con el pesado horizonte judicial que lo acecha, colaborar para que llegue otro aunque sea la única manera de ordenar los entuertos que acumula en el fuero federal. A la distancia o con actitudes erráticas resulta casi imposible retomar cierta centralidad. Aplica aquel viejo dicho campero: "El ojo del amo engorda el ganado". No debería sentirse menospreciado: el único que logró influir en serio en la política nacional de manera remota fue Perón. Y aun a él se le retobaron la "juventud maravillosa" y otros actores que en teoría controlaba.
Junto a Elisa Carrió tiene un papel fundamental para que la coalición que fundaron continúe competitiva: evitar la fuga de votantes "por derecha". La proliferación de figuras "de nicho" como Ricardo López Murphy, José Luis Espert y Javier Milei constituye un riesgo no menor, sobre todo para mantener la capacidad de bloqueo en Diputados. No existen chances de que defeccionen a favor del Gobierno (como ocurre con algunos legisladores, tentados en transaccionar su apoyo a la reforma judicial a cambio de migajas que la Casa Rosada promete en contraprestación). Pero operan aquí detalles de la matemática electoral: el sistema D’Hont asigna las bancas con una fórmula que tiende a favorecer al que saca más votos si se fragmenta mucho el del resto de los contendientes. En este papel de stopper del votante anti-K, Macri y Lilita dan a las palomas de su espacio, que esta semana estuvieron bastante apichonadas, el margen de maniobra para seguir seduciendo al voto moderado, incluyendo a los decepcionados del FDT, indispensables para ganar una elección presidencial.
El riesgo, también para la oposición, es que los desbarajustes que niega y al mismo tiempo profundiza el Gobierno precipiten una crisis aun mucho peor. ¿Derrumbaría dicho evento al conjunto del sistema político, como ocurrió en su momento con el Caracazo en Venezuela? ¿Impulsaría, por el contrario, un realineamiento de ambas coaliciones con un acuerdo entre los moderados que logre por fin consensuar una salida lo menos caótica posible? Queda algún tiempo para reflexionar antes de que, como ocurrió tantas veces en la Argentina, la dura realidad se imponga con el enorme peso de los errores que nunca se subsanan.