La locura es total
La primera víctima del populismo no es la democracia ni es la república. La primera víctima del populismo es el fundamento sobre el que se asientan la democracia y la república: la racionalidad. La racionalidad, la idea de que la realidad es comprensible por la inteligencia y de que el ser humano es capaz de describirla coherentemente y comunicarla a sus semejantes, es siempre la primera baja en la larga guerra del populismo contra la realidad, que –como dijo el sabio y repitió el general– es la única verdad.
Y dentro del batallón de la racionalidad, el primer soldado al que apuntan las balas populistas es el principio de no contradicción. Acertada elección, conveniente baja. Objetivo poco prestigioso pero fundamental, ya que una vez derrotado el principio de no contradicción es posible decir cualquier cosa. Por ejemplo, que el coronavirus no va a llegar, pero hay que combatirlo tomando té caliente. Que el Gobierno no cree en los planes, pero tiene un plan. Que no hay vacunas, pero la culpa de más de 92.000 muertes es de la gente que no quiere vacunarse. Que se defienden los derechos humanos apoyando a Insfrán, Hamas, Irán, Rusia, China, Cuba, Nicaragua y Venezuela. Que el presidente de Estados Unidos se llama Juan Domingo Biden. Que el capitalismo ha fracasado mientras que el peronismo es todo un éxito. Que los mexicanos vienen de los indios, los brasileños salieron de la selva y quienes se robaron hasta las vacunas son capaces de redistribuir la riqueza. Sobre todo, la abolición del principio de no contradicción permite seguir afirmando que el peronismo es la representación política de los trabajadores y la Argentina productiva mientras, a favor de la patria subsidiada, el cuarto gobierno peronista K destruye todos los sectores de la economía que aún funcionan: el campo, los unicornios digitales, los exportadores de servicios, las clases medias, las provincias sustentables, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el sistema sanitario privado… y siguen las firmas.
Así, en tanto Mister Chasman les explica el dogma bolivariano a los fans, Chirolita puede seguir intentando mantener el contacto con lo que resta del 48% que los llevó al poder. Homenajeando a 92.000 muertos propios. Inaugurando obras ajenas. Paseando su glamour por la cadena informativa 6,7,8. Preguntando a los periodistas por qué no compra vacunas. Acusando a la oposición de no hacerlo. Poniendo cara de “aquí no pasa nada” en sus encuentros románticos en la Casa Rosada. Se veía venir, y de lejos, pero una mitad de la Argentina no quiso verlo, gentilmente ayudada en su ceguera por Dylan, las canciones de Litto Nebbia y los bien pertrechados escuadrones perionistas, que la convencieron de que un tipo que pateaba borrachos en el piso y emitía tuits insultantes a las tres de la mañana era un conciliador capaz de domar a las fieras.
El resultado es lo que tenemos. Filminas truchas. Falopa en ambulancias. Declaraciones de malestar de medio mundo. Homenajes del Gobierno a sus víctimas. Azafatas que lloran en aviones cuyo despegue transmite Víctor Hugo. Payasas en conferencias de prensa en las que anuncian miles de muertos. Queridas posibilitadoras de milagros. Plantaciones de perejil a la sombra de los eucaliptos. Moyano y Formosa como modelos. Sesiones de Diputados interrumpidas para aplaudir un gol de hace 35 años. Velorios de futbolistas en la Casa de Gobierno. Condenas abreviadas por tocar el ukelele. Descensos de categoría, de a dos. Fideos con gorgojos a precio de caviar. Y el consumo de carne más bajo de la historia, obtenido por quienes triunfaron prometiendo la vuelta del asado. Ni pan, ni circo, ni Roma. Teatro del grotesco y polenta nacional y popular.
Los argentinos nos pusimos en manos de esta gente. De un presidente que pudo pasar a la historia gracias a Pfizer y al Covax, pero eligió hacer negocios con los amigos; de una vicepresidenta que no usa barbijo ni en el Congreso, pero les echa la culpa de los muertos a los anticuarentena; de un ministro de Economía que no es capaz de echar a su subsecretario de Energía; de una ministra de Salud que estaba a cargo de la campaña de vacunación cuyo vacunatorio vip eyectó a su antecesor. Una banda dominguera. Una comparsa sin director. Una murga a la que nadie le daría a administrar un maxikiosco, pero a la que le entregamos el país. A nuestro canciller barrial y popular asesorado por la chancha Pelota. A nuestro exministro de Salud, cuyo primer acto en Madrid fue desayunar con Hugo Sigman. A nuestro gobernador de la provincia, que abre y cierra escuelas siguiendo encuestas electorales. A nuestro jefe de Gabinete, que nos acusa de visitadores médicos, pero no explica por qué se niegan a sacar la palabreja “negligencia” de la ley, y salvar miles de vidas.
Los que venían a solucionarlo todo lo empeoraron todo y carecen de soluciones para todo; por eso no se dedican a gobernar, sino a señalar chivos expiatorios: la culpa del desastre económico es de Macri; la del desastre sanitario, de los runners; de que no haya vacunas, de las multinacionales; de que la gente no pueda salir a ganarse el pan, de la pandemia, y de que nuestros chicos hayan perdido dos años de clases, de las mamis del chat, que no respetan la distancia social en la puerta de las escuelas. Por supuesto, al cuarto gobierno peronista K no le hace falta fundamentar sus afirmaciones, abundantemente desmentidas por los hechos, ya que no apela a la inteligencia de quienes lo escuchan, sino a su necesidad de encontrar una razón a tanto dolor. La política como religión y el peronismo como doctrina de salvación de las almas, en medio de la peor crisis económica, sanitaria, educativa e institucional del país. Un desastre solo comparable al causado por otro gobierno peronista que llegó al poder con abrumador apoyo popular y terminó costando miles de vidas: el que parió la batalla entre Montoneros y la Triple A, hundió la economía y dejó las puertas abiertas a la peor de las dictaduras. Al kirchnerismo le gustaban tanto los 70 que los trajeron de vuelta. Otra Argentina dividida, empobrecida y aislada como las que suelen dejar los únicos que pueden gobernar este país condenado al éxito. ¿Qué podía salir mal?
Que Dios no permita que veamos nuevamente el insensato e inmisericorde desastre ruso, solía decir el gran Pushkin. Que Dios no lo permita aquí tampoco, porque se repiten hoy en modo de farsa los ingredientes de aquella tragedia. Un títere en la presidencia. El verdadero poder, en otro lado. Un plan económico incubador de rodrigazos. Un gabinete de incompetentes partido por su propia grieta. Un gobierno desquiciado y un país fuera de quicio. Y sobre todo, brujos y aprendices de brujo que llegaron pretendiendo ser un gobierno de científicos y hoy toman decisiones sobre la base del estudio de las cartas astrales que reparte por la Casa de Gobierno la secretaria legal y técnica de la Nación.
La locura es total. Deberían esculpir la frase en el frontispicio de la Casa Rosada y las puertas de los ministerios. Le pondrían así un sello distintivo a ese innovador modelo discursivo y decisional cuyo advenimiento anunciaron las profetas de Palermo Trotsky y que terminó siendo una epopeya macarrónica del horror. Y, sin embargo, por detrás de las barrabasadas escondidas entre una manada de barrabasadas, se dejan ver los puntos sólidos del programa: el ataque a la Justicia por Cristina y el copamiento del Estado por La Cámpora. El insensato e inmisericorde desastre peronista-kirchnerista, cuarta temporada. De nosotros depende que no haya más.