La literatura después de Bob Dylan
El Nobel al poeta y cantautor cuestiona las fronteras de la escritura, su legitimidad y sus vínculos con la cultura popular
No fue polémico por una cuestión de preferencias. La efervescencia que creció en las redes sociales a segundos de conocerse el nombre de Bob Dylan como nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura fue por diferencias ontológicas. Lo que cuestionaron quienes se manifestaron en contra de la decisión de la Academia Sueca no fue que ganara alguien que no satisficiera a la mayoría (aunque Dylan figuraba en la lista de favoritos que publica la casa de apuestas Ladbrokes, donde este año estaban primeros el poeta sirio Adonis, seguido de Ngugi Wa Thiong'o y Haruki Murakami). Lo que verdaderamente molestó es que el premio reconociera la obra de un cantautor, que en palabras del jurado fue premiado "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición norteamericana de la canción". En definitiva, ¿lo de Robert Allen Zimmerman podía ser considerado literatura?
Celebrado en su país por medios prestigiosos como la revista The New Yorker -que le dedicó una hermosa portada-, el premio indignó a otros que se preguntaron: ¿qué es (o no) literatura? Y más preguntas: ¿es menos poeta Bob Dylan porque sus poemas tienen el soporte de la música? ¿Es más literatura la que está impresa en libros que la que no lo está? ¿De qué manera lo material (el libro) legitima al autor?
El escritor y profesor Daniel Link, titular de la cátedra de Literatura del Siglo XX de la Universidad de Buenos Aires, responde, categórico: "Que Bob Dylan haya ganado el Premio Nobel de Literatura es un índice de la decadencia demagógica de las instituciones de cultura en un capitalismo avanzado, cada vez más cínico y más dominado por las corporaciones de la comunicación". Lo suyo: letal.
También criticaron al jurado algunos profesionales de la industria del libro, que consideraron la designación como un cross a la mandíbula de su mercado. Sin embargo, el día de la apertura de la 68° Feria de Fráncfort -que comenzó el miércoles pasado- la editorial española Malpaso se hizo de todos los derechos de la obra del reciente Nobel para España y América Latina. Hablamos de negocios. Y es un signo de fronteras borrosas que en esta edición de la feria del libro más grande del mundo se inaugurara un nuevo sector llamado "The Arts+", en el que en el que la literatura se expresa en otras ramas del arte y las nuevas tecnologías.
"Que canciones o poesía oral sean elevadas por la Academia Sueca, cuya divisa es ?talento y gusto' -Dylan los posee a rango máximo- no es para suscitar rabietas de secta literaria. Siempre hubo -sigue habiendo- composiciones sobre todo anónimas que no necesariamente llegan al estadio de impresión en papel. A veces se pierden en el tiempo -caso de las viejas coplas o canciones de cuna-, por no hablar de los pueblos que nunca conocieron la escritura, de modo que las técnicas de la memoria y de la escucha les eran imprescindibles como en la Antigua Grecia. Tampoco cumplían con los requisitos necesarios muchos cuentos de antaño para niños, o bien los mitos de origen, a veces desarreglados o devastados por sacerdotes y otra gente letrada. La dignidad de un arte siempre es asunto controvertido y la historia ofrece muchos casos ejemplares", dice el sociólogo y ensayista Christian Ferrer.
Para el escritor, crítico literario y editor Luis Chitarroni, un premio a Bob Dylan era algo necesario. "Cantante singular y desafinado, acompañante de unas pocas notas, no acaudalaba gran cosa por el sendero musical (que, además, no adjudica Premio Nobel). El de literatura, entonces, viene a atenuar ese déficit. Dylan se especializó en singularidad, hizo del cambio abrupto y la línea serpentina un destino propio. Nunca fue ni aparentó ser simpático (McCartney) ni pudo abusar de su sex appeal (Jagger, Bowie). Con sus letras, que no son típicamente letras de canciones ni poemas, inventó efectos intelectuales y dramáticos únicos y acorraló a la cultura de masas y a la de élite con versos -líneas- que alborotaban en una torre a Ezra Pound y T. S. Eliot", dice.
En la voz del poeta y periodista Jorge Aulicino, el problema -la polémica- no es que sea cancionista. Se explica: "Ha publicado poemas también, por si hiciera falta. Aquí se conoció Tarántula en los años 60 o comienzos de los 70. Ahora bien, yo creo lo contrario de lo que dice la Academia: Dylan no influyó en la poesía ?norteamericana' sino al revés. Todo el movimiento beat le cayó encima. Y sus letras recogieron lo que queda en la rejilla. Dylan no es buen poeta, pero no porque sea letrista. Si se quisiese premiar a esa generación, aún vive Lawrence Ferlinghetti, que realmente influyó en la tradición de la poesía y la canción norteamericanas. Por otra parte, le vendría mejor el millón de dólares para publicar y vender libros de poesía, que es lo que hizo toda la vida, además de escribir algunos de los mejores versos de la tradición de Estados Unidos. Así que no, el que haya escrito letras no hace menos poeta a Dylan. Es menos poeta porque es menos poeta".
El triunfo de la cultura popular
Si bien Dylan sigue escribiendo canciones, es sobre todo su producción del siglo XX la que se marca como influencia en otros escritores y músicos, según el veredicto de la Academia. Una nueva pregunta sobrevuela la noticia: ¿es acaso Bob Dylan el Nobel cuya obra más personas conocen? ¿Cuántos millones de fans cantan la letra de "Blowin' in the Wind", "Like a Rolling Stone", "Knockin' on Heaven's Door", "Mr. Tambourine Man"?
Sobre el poder de la lengua inglesa en el mapa de la circulación de letras y de ideas, dice Ferrer: "Este premio pone blanco sobre negro la potencia de la cultura popular estadounidense, su prestancia sobre el planeta. Dylan debe ser uno de los primeros Nobel de literatura que ha sido escuchado -leído- por muchos millones de personas en todo el mundo y no solamente por clanes ?enterados' de lo que sucede en escenas literarias, no siendo las de lengua inglesa las menos importantes: es la literatura más premiada. Veintisiete Premios Nobel, es decir, la mayoría, lejos".
Ferrer refiere a los galardonados en literatura hasta el momento: de un total de 112 premiados, 82 fueron europeos y, salvando un caso, hubo que esperar hasta 1966 para que se lo otorgaran a un escritor de otro continente (un israelí, premio compartido con una alemana). "Dicho de otra manera: ¿existe algo llamado literatura mundial? ¿Desde cuándo existe? ¿Cuál sería su unidad de propósitos? Y en ese caso, ¿cuál es la vara de medida y quien la tiene? Pero un gesto populista por parte de la Academia Sueca habla más de su puesta al día que del destino de la cultura popular. Después de todo, Las mil y una noches había sido, antes de su recopilación, un conjunto de relatos tradicionales cuyos autores quedaron en el anonimato, y eso por no hablar de las historias de los dioses. Entiendo que muchos de los blues que canta Dylan no son suyos sino reminiscencias orgánicas de los lamentos de los esclavos, los marginales y los desfavorecidos por la suerte o el amor, lamentos que van pasando de época en época a la espera de una voz capaz de sentir una gran piedad por aquellos a los que nadie quiso escuchar", reflexiona.
Chitarroni se centra en el análisis de algunas de sus letras y en el uso de su armónica como subrayado: "Cantó a la decadencia y caída de un boxeador, Hurricane, con lo que a veces cargó sobre sus hombros el trabajo adicional del narrador de largo aliento, del novelista. Hizo de la mención, la alusión y la referencia directa instrumentos de ambigüedad e imprecisión artística extraordinarios, que ahondan una especie de escenográfico dramatismo. Creó una forma solícita del aforismo al borde del refrán o la sentencia: 'Cuando no tenés nada,/no tenés nada que perder', 'El que no está ocupado naciendo está ocupado muriendo', 'Mi amor habla como el silencio,/ sin ideales ni violencia'. Christopher Ricks, intelectual universitario de valía, le dedicó un libro no exento de hallazgos, Dylan and Sin. Es además innovador en el uso de un instrumento complementario como amenaza: la temible armónica de Dylan como colofón o subrayado [sobrearmónico]".
Al día siguiente del anuncio, Mick Jagger dijo: "Bob es nuestro Walt Whitman". Dylan reconoció en Chronicles, Volume One -su libro autobiográfico- que había estado influido por el poeta Dylan Thomas cuando decidió cambiar su nombre artístico: "Había visto algunos poemas de Dylan Thomas. La pronunciación de Dylan y Allyn era similar. Robert Dylan. Robert Allyn. La letra D tenía más fuerza. Sin embargo, el nombre Robert Dylan no era tan atractivo como Robert Allyn", dice.
Poeta, cantautor; Ferrer le da entidad de bardo: "Bob Dylan es buena opción para el Nobel de Literatura, dado que los tiempos están cambiando y él decía eso con guitarra eléctrica. Quizás este galardón pueda ser tomado como uno de los últimos destellos importantes de la década de 1960, nicho de formación sentimental e ideológica de las élites dominantes y de los muchos que no necesariamente las desdicen. De modo que este Nobel es homenaje pero también partida de defunción: a las respuestas de aquel entonces se las llevó, soplando, el viento. Quedan los ecos, eléctricos, y Dylan, el bardo más significativo y valioso de todos".
Opinión
La llegada de los bárbaros
Por María Moreno
No lo ganaron ni Proust, ni Nabokov, ni Borges, ni Green, ni Joyce hasta poner el genio por fuera del Nobel, un premio que en el rubro literatura se administra casi por turnos a través de una suerte de justicia democrática que se aplica a estéticas medidas y de causas políticas más nominales que activas.
Pero la indignación o el descrédito desatados por el premio a un autor de canciones ya un poco retro, ícono de la protesta beat y nómade rutero, objetor a la guerra de Vietnam, y de voz imposible, en nombre de una pureza, valor y control universales de cultura alta y selecta, tiene algo de "gorilismo extendido" -como las burlas al "con migo y sin migo" de Herminio Iglesias, el Sócrates que Menem dijo haber leído y las correcciones a los discursos de Cristina-, un soterrado horror a la venida de los bárbaros.
Lo que es claro es que, exhaustos sus criterios de elección, el Nobel de Literatura va inclinándose del lado de los plebeyos; comenzó con el destinado a una periodista, Svetlana Alexiévich. Bobby no contesta el teléfono al Nobel y no es para menos, ya que el hecho de que se lo hayan otorgado es como un cross en la mandíbula, no en el sentido que le daba Roberto Arlt como metáfora de la fuerza en literatura, sino como un feroz golpe a su proyecto de antisistema.
Ojalá Bob esté pidiendo perdón en la tumba de Alan Ginsberg y no haciendo consultas acerca de cómo tiene que ir vestido a la ceremonia. Ojalá la enigmática frase de Leonard Cohen de que el premio es como otorgarle una medalla al Everest signifique que Dylan lo recibiría con la sensibilidad de una piedra y no mera envidia de su parte.