La literatura ajustada
Por Rodolfo Rabanal
No conozco a ningún escritor argentino que viva exclusivamente de sus derechos de autor. Todos, en mayor o en menor medida, si bien se ganan la vida en tareas vinculadas con la escritura, en no pocas ocasiones lo hacen con trabajos totalmente ajenos a ella. Muchos son periodistas o profesores de letras, y un buen número de ellos dirigen talleres particulares destinados a formar escritores o, en su defecto, lectores selectivos. Nunca, ni aun en sus mejores momentos, la Argentina fue el reino de la abundancia para sus escritores de cualquier género. Aparte de los infortunios políticos, con sus secuelas de persecuciones y censuras, jamás funcionaron legislaciones sobre ese punto y las leyes del mercado rara vez le fueron propicias al escritor de valía que deseara vivir de su profesión.
Por eso, sería verdaderamente extraordinario que los derechos de venta de los escritores argentinos fueran tan cuantiosos como para que la retención impositiva sobre esas ganancias contribuyera a aliviar el déficit fiscal. Desgraciadamente, los argentinos cada vez leen menos y la educación atraviesa una etapa sombría, con graves índices de analfabetismo parcial. Tales datos, sin embargo, no parecen haber tenido ningún vigor argumental entre quienes, desde el Gobierno, consideraron oportuno confeccionar una retención del 30 % sobre los ingresos que los escritores perciben por cada libro que venden, en la forma de un anticipo a cuenta del impuesto a las ganancias.
Esta retención señala muchas cosas. Una de ellas, el incomprensible desacierto de Hacienda, ya que llama la atención que no se haya considerado que la inmensa mayoría de las ediciones argentinas no superan los 3000 ejemplares por título y que el autor percibe por cada libro el 10 % del precio de tapa. Por lo tanto, hay que hablar de ventas magras y muy flacos ingresos para quienes escriben. Según los cálculos del editor y agente literario Guillermo Schavelzon, una retención de este tipo representaría apenas el 0,06 % del déficit fiscal. Nadie se beneficia y muchos, muchísimos, se perjudican. Es curioso, por ejemplo, que si un autor vive en el extranjero el impuesto sólo será del 12,25 % y si publica en otros países el impuesto bajará a un 5 por ciento. Desearía creer que se trata de un error subsanable; de otro modo, la descalificación despoblaría a nuestras letras y los escritores se verían obligados, como les ocurre lamentablemente a los científicos, a buscar horizontes lejanos.