La libertad no avanza, retrocede
Que en nombre del liberalismo un partido extremista y dogmático haya superado –aunque por escaso margen– en estas primarias a JxC, cuya principal amalgama es precisamente el liberalismo, demuestra que esta alianza dispone de un capital competitivo por explotar. El respeto por las formas, a menudo más importantes que el fondo (Lord Chesterfield), cobró a JxC el precio de su liberal disposición a debatir propuestas, en las antípodas del gratuito dedo del líder que careció del desgaste de las disidencias, planteando la paradoja de que las primarias favorecieron a los que no creen en ellas.
Que JxC exprese una prolongada y exitosa convivencia de ideas diversas enaltece su espíritu liberal frente a un partido único y monolítico, sin méritos comprobados y acotado a un líder visionario, lo que no augura capacidad para gobernar conteniendo las variadas expresiones de una sociedad abierta, sino, por el contrario, anticipa emular al actual partido en el poder, que ya ha demostrado que la forma en que se gobierna internamente una fuerza predice el modo en que gobernará el país.
La libertad, en rigor, retrocede cuando el malintencionado equívoco de que JxC integra o debe buscar la derecha junto a LLA surge de la confusión entre liberalismo de mercado y el liberalismo clásico (Stuart Mill, Alberdi), esa rancia artimaña doméstica que actúa como anticuerpo conservador del establishment cuando los populismos intuyen su inminente agotamiento, de Martínez de Hoz a Menem, y que ahora retorna en un formato que no casualmente entroniza al riojano y que se sospecha fue apoyado en estas primarias por esa ingeniería electoral peronista que es marxista o hayekista conforme a la temporada. Cuestiones de fondo, como si para el liberalismo la tolerancia precede al dogma, el humanismo al mercado, la libertad de prensa a cualquier ínfula u ofuscamiento, los derechos humanos al del más fuerte, y el Estado de Derecho a la anomia, constituyen dilemas que no solo unen a los aliados de JxC, sino que también los diferencia de las formas autoritarias, mesiánicas y demagógicas que comparten el kirchnerismo y LLA.
El basto irracionalismo voluntarista que caracteriza al libertarismo anárquico con el que se pretenden afrontar los delicados problemas nacionales se contrapone a la racionalidad ilustrada que acunó el nacimiento del liberalismo. El voluble atractivo de LLA podría vacilar cuando deba explicar cómo gobernaría un país complejo destruyendo instituciones básicas, exaltando el amateurismo, sin estructura realista ni equipos con experiencia, ni siquiera la de un líder iluminado y con dificultades de autodominio, opuesto a JxC y Bullrich, que exhiben gestión exitosa, equipos avezados, aplomo ante el caos y representatividad por género de una mitad del electorado desconcertada por la estética violenta de LLA.
Menos que ampliarse hacia sectores peronistas –que podrían sumarse si demostrasen buena fe transformadora–, es primordial que JxC lo haga hacia abstencionistas y jóvenes que genuinamente indignados aspiran a reemplazar liberalismo por populismo, pues como me comentó el agudo intelectual norteamericano Nicolas Shumway en su reciente visita y a propósito de las similitudes entre Trump y Milei, JxC no debe ceder el saber escuchar a la gente. La juventud como categoría con códigos transversales a las clases fue protagonista de los pasados comicios, pues su eterna pulsión anárquica, guiada ahora por Milei, halló cauce en la profunda grieta de desastres que cavó el kirchnerismo durante 20 años, aunque sería un error pretender sortearla, porque es ancha y torrentosa, y lo que resta es navegarla con coraje, recordando que allí donde está el peligro está la solución (Hölderlin), pero con la responsabilidad de la consistencia que aportan a JxC irrefutables personalidades liberales como Sebreli.
JxC debería potenciar el sustrato liberal que la une y la acredita para representar al verdadero liberalismo que reclama el país.
Diplomático de carrera y miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem