La lenta construcción de la democracia
Los observadores están recibiendo señales contradictorias del país que nos rodea. En Tucumán, todo parecía derrumbarse en medio de desórdenes y denuncias de fraude. En contraste, los optimistas podían afirmar, con cierta razón, que los argentinos estamos viviendo un proceso en última instancia positivo, con sus idas y venidas: la maduración de la democracia. Una maduración que ha sido accidentada. Los partos son bienvenidos, pero no por eso dejan de doler.
Aun en Tucumán los signos no resultan insalvablemente negativos. De un lado, es cierto, las denuncias contra el fraude pueden desanimar a los impacientes por las dificultades que va encontrando la construcción de la democracia. Del otro, empero, una plaza llena dio respaldo en Tucumán a los impacientes. Tanto en Tucumán como en otras partes el país se promete a sí mismo la democracia, una meta que, pese a ello, tarda en llegar. Nuestro deber es alentarla. No es poca cosa, por lo pronto, que la plenitud de la democracia se encuentre cada día más cerca. Tampoco lo es, por cierto, que ya no le queden rivales en el mundo de los regímenes comparados. La democracia, en suma, parece ser el rostro del porvenir, el único que queda en pie después de una competencia milenaria con otros regímenes que, a lo largo del tiempo, han ido cayendo en el olvido; desde la monarquía absoluta hasta los cónsules. Quizá la única excepción en este recuento podría ser la república. Para Grecia y para Roma, la democracia y la república fueron casi lo mismo: el gobierno de las mayorías. "Demos" en griego, significa "pueblo", y "kratos", "poder". El poder del pueblo, que en la democracia corresponde a la mayoría y no a alguna minoría.
Es difícil y quizá sea pretencioso adivinar el rumbo de la historia. Incluso con esta advertencia, sin embargo, lo primero que nos viene a la mente es la expansión de la democracia. Hay regímenes que son democráticos mientras el resto sólo lo pretende. Lo cual quiere decir que, siempre de algún modo, la democracia prevalecerá. Esta afirmación la refuerza la historia: por todas partes, por diversos caminos, puntea la democracia.
Lo cual es admirable si se piensa que ella expresa una paradoja: que los que quedan arriba vengan de abajo. Es como si el pueblo fuera una legión de seres aéreos que, porque son livianos, pesan más. Esta observación es paradójica. La paradoja es una verdad que parece no serlo porque contradice el sentido común hasta que, ante la sorpresa del observador, muestra su verdad. Grandes escritores como el inglés Chesterton cultivaron el arte de la paradoja. Fue una manera de mostrar que la verdad no es tan sencilla como suponen los matemáticos. Para buscarla hay que practicar el arte de las paradojas. El mundo nos puede sorprender. La verdad se oculta en el pliegue de alguna paradoja.
Por eso una enemiga de la verdad es la pretensión de saberlo todo. No sé, pero aspiro a saber. Sólo Dios lo sabe todo. Ésta es su verdad. En el transcurso de los siglos, los hombres hemos acumulado algunos saberes, algunas verdades. Ésta ha sido, hasta hoy, nuestra verdad.
¿Cuál ha sido la utilidad de nuestra verdad? Nos ha permitido, por lo pronto, sobrevivir hasta hoy, lo cual es mucho. Nos ha permitido, además, progresar. ¿Somos por eso más sabios? Aún no lo sabemos.
Pero empezamos a sospechar que la Creación tiene un sentido. Que en el fondo de la historia campea la racionalidad. Así es nuestro lugar en el universo. Huérfanos de rumbo cierto, esperanzados en la racionalidad. Estamos envueltos en contradicciones. No sabemos casi nada y querríamos saberlo casi todo. Aspiramos a la sabiduría, pero al mismo tiempo le tememos, sin anticipar lo que nos traería. El hombre es como un ciego rodeado por sorprendentes misterios cuya posesión aumentaría aún más sus ansias de saber. Nunca estará satisfecho, y aun así, sigue insistiendo.
Deseamos lo que sabemos que nunca alcanzaremos, y por eso lo deseamos, quizá precisamente porque se nos presenta como un enigma remoto y cercano, tan lejano como las estrellas y tan cercano como nuestros sentimientos más arraigados. El hombre es un misterio para el hombre, cuyo dolor y cuya gloria es ser pese a todo indescifrable.
Ésa es la gran paradoja humana. Tucumán en estos días nos ha recordado otra paradoja, la del optimismo en medio de las dificultades, la de la lenta construcción de la democracia.