La lección de Sylvie
Los grandes maestros dan sus mejores lecciones en el momento menos pensado. Debajo del estrado, un día nadie lo espera y, ¡zas!, irrumpen sin gritar con su gesto más elocuente. A veces, cuando así sucede, hasta el propio maestro se sorprende al descubrir por qué ha sido –por qué es– grande.
Esta semana el bailarín Daniil Simkin subió a su perfil de Instagram un cortometraje de media hora en el que entrevista a Sylvie Guillem, una célebre estrella del ballet que fue étoile muy joven, a los 19, ungida nada menos que por la mano de Rudolf Nureyev en la Ópera de París. Su salida de esa compañía en 1989 puso a un ministro a dar explicaciones a todo el país; del otro lado del Canal de la Mancha, Londres la esperaba para brillar ante los ojos del mundo entero. Retirada a los 50 años en 2015, con una gira que finalizó en su adorado Japón, se alejó también de la vida pública que implicaba su carrera superestelar, no pocas veces incómoda. Es posible recordar cómo a la par de los calificativos de “magnética”, “revolucionaria” o “asombrosa” que tuvo su trayectoria aparecían otros que señalaban su carácter de “indomable”; la bautizaron Mademoiselle Non, por la forma que tenía de llevar las riendas de su carrera en sus propias manos.
Ahora la naturaleza parece tomarla por completo: vive en una cabaña rodeada de montañas, entre olivos y animales, las canas le han matizado no solo su clásico flequillo sino también una parte de la larga cabellera, y en su figura, por sobre ese increíblemente estilizado metro setenta y dos, tanto como en sus ideas, se advierte la permanencia del ejercicio y la meditación. Todos signos de la experiencia, el mejor glamour. En esa calma y con mucho humor, frente a un interlocutor que la admira sin adularla, Sylvie Guillem da su lección en poco más de media hora.
“Uno puede fijarse un objetivo y perseguirlo, pero si no es feliz en ese camino, tiene que cambiar el rumbo. Sentir la libertad de hacerlo porque si no ¿cuál es el punto?”. Habla de la mentalidad que tuvo desde que en su infancia eligió entre la gimnasia y la danza, y de su estilo de vida actual, mientras la imagen muestra a una de las bailarinas más aclamadas de la historia reciente con botas de goma hasta las rodillas, rodeada de pastores suizos blancos. Seguramente sus piernas sigan siendo igual de hermosas; ya no las necesita para saltar, pero la llevan como a una gacela por su campo a recoger las aceitunas. La sigo en inglés, con acento francés, y no puedo dejar de pensar en todas esas artistas de primera liga, devotas de Guillem, dispersas por el mapa, a quienes durante años he escuchado hacerse preguntas. Están oyendo las respuestas.
–¿Cómo ser mejor bailarín?, indaga Simkin.
–¿Cómo ser mejor persona?, retruca ella.
El lunes mismo le escribo a Daniil para felicitarlo por el trabajo, sin pensar que es medianoche aquí y qué vaya uno a saber si en ese instante son las 5AM en Berlín –donde reside como principal en el Staatsballett–, una hora menos en Nueva York –su anterior casa– o doce horas más en Tokio –allí actúa por estos días–. Además de un gran bailarín, se destaca por la inquietud y creatividad con la que emprende y sorprende de manera global y en múltiples formatos. Enseguida me confirma que el video, dirigido tanto a nuevas generaciones como a los “seres humanos en general”, lo grabaron en noviembre pasado –plena segunda ola de coronavirus en Europa– en la casa de Sylvie (que por respeto a su privacidad no me dirá dónde queda), y que el significado que ella ha tenido en su carrera se resume en esas líneas en verso que les dedica en su posteo.
Releo y subrayo mentalmente: convicción e instinto; artista y activista.
“Ama y respeta lo que haces –recomienda Guillem–. Tienes que sentir que es necesario, porque si no sientes esa necesidad, ahí está tu problema número uno”.
La palabra clave es, en definitiva, inteligencia.