La lección de Pesaj
Uno de los actos más significativos que debe realizar cada judío para celebrar el Pesaj, la Pascua hebrea, consiste en una cena ritual. Se la denomina Seder, vocablo que denota orden, pues en ella deben seguirse ordenadamente quince pasos rituales. El texto que contiene esos pasos y las lecturas y bendiciones que acompañan a cada uno de ellos se denomina Hagada, término que significa "la narración", y que deriva del imperativo bíblico de narrar a los hijos la historia de la esclavitud y liberación de los ancestros en Egipto.
La cena con sus múltiples símbolos y rituales posee, por lo tanto, un alto desafío educativo: grabar en la mente y corazón de los niños, desde su más tierna edad, la vital importancia de la condición de ser libres. Paralelamente, la lectura y rituales deben servir de introspección y análisis del sentido de la libertad, por parte de los adultos.
Emerge del relato bíblico y de su análisis que destruir las cadenas esclavizantes no significa haber alcanzado la libertad plena, sino meramente el haber sido liberado. Se es libre cuando, una vez destruido el yugo esclavizante, se elabora la capacidad de desarmar prejuicios, generar puntos de inflexión a fin de resolver conflictos, superar el egoísmo, egocentrismo y demás idolatrías que subyugan al espíritu. La esclavitud persiste, más allá de las gestas libertadoras, mientras no se superen las bajezas del alma.
Durante los días de la festividad se halla prohibida la ingesta de todo alimento que contenga el producto leudado de algún cereal. Más aún, durante esos días el judío tiene vedada la posesión de todo alimento preparado mediante el uso de productos leudados de cereales, pues representa, al decir de algunos exégetas, lo fermentado en el corazón. El odio y la cizaña que subyugan el alma impidiéndole obrar y amar en plenitud.
El pan que se debe comer en el Seder se denomina matza y es de harina no leudada. Es el que comieron aquellos que salieron de Egipto. El pan de la pobreza o de la aflicción, de acuerdo con Deuteronomio, cuyo gusto sabe a libertad, en la milenaria tradición judía.
Cuando Dios le encomendó a Moisés la misión que debía cumplir en Egipto, actuando en Su nombre, le reveló el propósito de ella mediante la utilización de cuatro verbos. Dios se había propuesto "sacar", "salvar", "redimir" a los Hijos de Israel de la esclavitud y "tomarlos" como Su pueblo. Los dos primeros verbos y el último son evidentes, el tercero parece señalar algo especial.
Gueulá, que suele traducirse como redención, puede interpretarse como el retorno a un estado primigenio, ideal, que se ha perdido.
Hay estadios intermedios en la condición humana que pueden y deben ser elevados a una realidad superior, que se proyecta hacia un ideal, pues al quedar a mitad de camino pierden su relevancia. De tal modo, se pudo haber sido "sacado", "salvado" y "tomado" de una situación infame y terminar padeciendo la peor de las esclavitudes si no se recorre la senda de la libertad del espíritu. Se puede vivir en un régimen formalmente democrático y, sin embargo, padecer la peor de las tiranías, si el concepto no fue incorporado profundamente en los individuos y en la conciencia colectiva del pueblo. Se pueden promulgar leyes y vivir en una anomia absoluta, si el espíritu de las mismas es vaciado. Alcanzar la libertad, establecer un régimen democrático, promulgar normas y leyes conforman -de acuerdo con el mensaje bíblico- el primer e indispensable paso. Sólo al elevarlo a un estadio superior se le da un sentido real, se retorna a la forma ideal que el Creador propuso al hombre. Por ello, el relato bíblico concatena indisolublemente la salida libertadora de Egipto con la entrega de la Ley en el monte Sinaí. Sólo la liberación que sabe conllevar a la recepción y fiel aplicación de la Ley permite alcanzar la condición de libertad que conduce a la redención. Dios le dio al pueblo la guía de la redención en el monte Sinaí, al revelarle normas de ética, equidad y justicia de acuerdo con las cuales obrar.
La última cena de Jesús con sus discípulos fue un seder de Pesaj. Siguiendo la tradición judía, fue un momento de estudio e introspección. Y también de revelación, en la visión cristiana. La matza se transformó en hostia; el Seder, en eucaristía.
Judíos y cristianos poseen el común desafío de buscar las sendas que conllevan a la dignidad del individuo alcanzada mediante una labor espiritual, en el seno de una sociedad que persigue paz y justicia.
Hollar una senda de redención; retornar hacia un lugar ideal en el que lo espiritual se manifieste mediante una dimensión superlativa; el conocimiento y la tecnología sirvan para enaltecer lo humano, el egoísmo y el egocentrismo sean reducidos a su mínima expresión, junto a toda idolatría que aleja al individuo de sí mismo y de su Creador.
La visión aquí desarrollada refleja gran parte de la esencia del mensaje que, junto al entonces cardenal, hoy papa Francisco, tratamos de brindar, mediante gestos, programas televisivos, un libro que da testimonio de nuestros diálogos y encuentros, y tantas cosas más.
Ésta será su primera Pascua como Papa en Roma. Pero, sin lugar a dudas, con su corazón y mirada hacia Jerusalén.
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