La lección de La Medusa
El cuadro es de Theodore Géricault. Mejor dicho, Géricault es del cuadro. Le pertenece, íntegro, a esta pintura que fue su obsesión y su milagro. Se llama La balsa de La Medusa y ocupa una pared entera en el museo del Louvre. Brilla, en la penumbra verde de la sala, con la luz oscura de todas las verdades reveladas a destiempo. ¿De qué habla este óleo tachado en su momento de "escandaloso" y por el que el artista pasó meses en la morgue de París, y hasta llegó a construir una réplica de la balsa en su atelier? Pues de un naufragio. Del hundimiento de La Medusa, un navío francés enviado a Senegal en un intento de recuperar la colonia. A bordo iban familias enteras de colonos. Artesanos, obreros, marinos. También aristócratas. Pero la torpeza del capitán encalló el barco, primero, y lo mandó a pique, después. Menudo problema: sólo seis botes para cuatrocientos náufragos. El gobernador y los oficiales fueron los primeros en embarcar. El resto fue forzado a armar una improbable balsa adonde subieron 150 personas aterradas, con rumbo a altamar. Prendidos a maderos que se abrían al compás del oleaje, tirando al agua a los más débiles, comiéndose los unos a los otros, flotaron quince días. Para cuando la balsa de La Medusa fue encontrada, quedaban poco más de diez fantasmas a bordo. Y dos se animaron a hablar. Desde entonces, la historia de este naufragio es "el" ejemplo de la improvisación asesina, pero también del silencio como cómplice de toda tragedia.
No hay idea más inquietante que la del naufragio. Tampoco historia más previsible que ésa. Habrá un líder, un caos, un traidor, un devorado. Habrá fronteras borrosas, límites fáciles de cruzar cuando sea la propia vida lo que esté en juego. Cuando el enemigo no ataque desde lejos ni hable en otro idioma, y hasta puede que comparta la trinchera.
Tal vez por eso, al tiempo que la historia escribía lo suyo en Malvinas, alguien llamado Rodolfo Fogwill pudo escribir en Buenos Aires una novela llamada Los pichiciegos . Allí se cuenta la historia de un grupo de soldados argentinos que logra sobrevivir oculto bajo tierra, en "la pichicera". ¿Cómo pudo el autor "ver" en sus sueños las atrocidades de las que -como también sucedió en el caso de La Medusa- tantos se enterarían tanto después? Será que en la guerra nunca hay sorpresas. Todo cambia (las causas, los bandos, las geografías), para que nada cambie realmente. A treinta años de todo aquello -del hambre, del viento y los morteros-, si Malvinas todavía conmueve como lo hace no es tanto por lo que tiene de heroísmo y tragedia, sino por su condición de naufragio anunciado y secreto. El hombre con el torso requemado por el sol que en el cuadro de Géricault se encarama a otros náufragos y agita un pedazo de tela en un desesperado intento por ser visto por un barco distante, habla de nuestros combatientes mejor que cualquier discurso de ocasión. Nos hicieron señas. No quisimos verlos.
Naufragamos todos.