La larga marcha de Binner
Anteayer, a las 8.20 de la noche, Hermes Binner ocupó el centro del escenario en el Luna Park . Recorrió un largo camino para llegar allí como candidato a presidente y fue saludado por un estadio lleno, iluminado para que todos pudieran verse: "Se siente, se siente?". Después de unos minutos, comenzó a hablar. El lugar tiene su historia: "Estamos acá, en un recinto importante para la cultura popular argentina". El hombre pausado y sin grandes ademanes dijo estas palabras que señalan su llegada a la escena nacional.
Su discurso fue el que ya se ha hecho relativamente conocido, el mismo que retomó, a las 10 de la noche de ese miércoles, en A dos voces . Durante media hora justa, las palabras clave fueron: cambio con contenido progresista, federalismo y descentralización, desigualdad social, artículo 14 bis de la Constitución, educación que enseñe no sólo a leer sino a pensar, chantaje de los planes sociales, perspectivas para la juventud, industrialización de los productos agropecuarios, banco de desarrollo para las pymes y la cadena productiva, inflación, seguridad que enfrente el gran delito y el narco. Por debajo de esas palabras clave, la experiencia de Santa Fe y una promesa: "En cuatro años vamos a disminuir a la mitad el déficit de tres millones de viviendas".
El público conoce ese discurso y lo sigue en una atmósfera de mutua confirmación. Está allí para identificarse con el candidato, porque, antes, ellos se han sentido identificados. ¿Cuánto puede producir todo esto en las próximas elecciones? ¿Cuántos pueden coincidir con los miles que estaban en el Luna Park? Quizá no los suficientes para ganar una elección nacional. Pero la pregunta no es sólo sobre el presente inmediato, aunque una coyuntura electoral obligue siempre a pensar en presente.
Si lo que se vio en el cierre de campaña del Frente Amplio Progresista tiene un sentido que supera el momento, hay que buscarlo en los símbolos y en las personas. A ambos lados del escenario, de piso a techo, dos paños de luces mostraban alternativamente la estrella de cinco puntas del Partido Socialista y la bandera argentina. Es sabido que "celeste y blanco" y "argentinos" son talismanes para Binner, que quedó profundamente herido por el atropello partidario protagonizado por Cristina Kirchner en el Monumento a la Bandera. La estrella de cinco puntas, en cambio, es un emblema de la historia política. También se vio sobre ese escenario a los candidatos del Frente Amplio, gente libre de prontuario, con pasado y errores como todo el mundo, pero sin inexplicables deslizamientos de aquí para allá: Claudio Lozano, Victoria Donda, Luis Juez (que mostró con sencillez que Binner no huye de los derrotados como otros), Margarita Stolbizer y Norma Morandini.
Los discursos y las presencias en el escenario del Luna sugerían que esa gente está enlazada: derechos humanos como justicia sobre el pasado y acción para el presente, voluntad popular en las instituciones (allí estaba De Gennaro, otro que recorrió un largo camino), cultura juvenil, cultura democrática como base de cualquier progreso económico. Muchos vienen heridos, pero han resuelto no permitir que esas heridas sean reabiertas por la manipulación política. Representan distintos jirones de lo que en cualquier otro lugar del mundo se llamaría la izquierda y la centroizquierda. Acá, en la Argentina, esas palabras, de tanto disputarse, han disipado su contenido.
¿Alcanza con todo esto, que no es poco? No depende de Binner ni de las organizaciones que han formado el Frente. Ellos han llegado hasta acá y el domingo tendrán una primera respuesta. No se trata de la medalla de oro; se trata, más bien, de seguir la marcha que no termina en las elecciones de octubre, sino más allá. Las preguntas podrían comenzar a responderse si el Frente es la plataforma de ideas y de estilos que se afirma gane quien gane. En cualquier país normal, esto se llama construcción a mediano plazo, que no está basada sólo en batacazos electorales, aunque también se necesite esa suerte. Es muy difícil la combinación de buenas elecciones (no necesariamente victorias), trabajo e inteligencia, de ejemplaridad local y proyección nacional. Sobre el escenario y en el estadio había espíritu de confianza. Pero toda confianza necesita tiempo. Lula perdió elecciones y construyó a mediano plazo.
Imagino la historia de estos meses, pero escrita dentro de algunos años. Se preguntará por qué fue imposible la alianza entre una línea importante del partido radical y una experiencia provincial, en Santa Fe, que le daba un sobrio sustento de gestión en común. Fernando Solanas vetó esa convergencia y muchos de los que hoy están en el Frente Amplio la consideraban un rejunte con la vieja política. Ricardo Alfonsín, ya dispuesto a rumbear para otro lado, preparaba sus valijas para migrar de su voluntarismo "socialdemócrata" hacia parajes que le parecieron más generosos en oportunidades. Hizo la alianza con Francisco de Narváez y les dio la mejor razón a quienes no lo querían tener cerca. Aunque Margarita Stolbizer no se llevara bien con Alfonsín, no fue ella sino la mano tendida por el radical a Francisco de Narváez la que hizo el corte definitivo. Todos perdieron algo o mucho: Alfonsín, por hacer un acuerdo imprevisto que lo centrifugó; Solanas, por quedarse solo; Binner, por no presionar a tiempo ni a fondo.
Muchos siguieron sosteniendo que lo único sensato era un acuerdo como fuera, una especie de gobierno de salvación nacional, de los que se construyen en caso de guerra o de crisis. Reclamaban acuerdos por sobre diferencias de ideas, estilos y valores que son la razón de ser de la política. Sin esas diferencias, la política sería innecesaria.
Dentro de algunos años, un historiador podrá hacer hipótesis contrafácticas. Por ejemplo: ¿qué habría pasado si Binner y el Partido Socialista, en vez de responder a la amenaza de Solanas de romper todo (cosa que finalmente terminó haciendo), se hubieran anticipado por horas o por días al acuerdo de Alfonsín con De Narváez? En ese caso, no se descartaba una alianza de la UCR, el socialismo y otros partidos más chicos (alianza que sigue en pie en Santa Fe). Probablemente el panorama habría cambiado, aunque quizá Cristina Kirchner hubiera terminado igualmente victoriosa en las elecciones de octubre.
Las hipótesis sobre lo que no sucedió pero habría podido suceder son útiles. Sirven para pensar las oportunidades malogradas: Solanas no sacó todos los votos que pensaba en la ciudad de Buenos Aires y no está seguro de alcanzar el piso electoral con la candidatura presidencial de Alcira Argumedo. Alfonsín recorre un desfiladero y su mensaje ha perdido sustancia, eco y convicción. Binner ha comenzado una larga marcha que quizás habría podido ser más corta si hubiera decidido antes de manera clara y tajante repetir, a nivel nacional, su exitosa experiencia de alianza con el radicalismo en Santa Fe.
El historiador del futuro podría imaginar una verdadera interna abierta entre Binner y Alfonsín para este 14 de agosto. Ese historiador también sabría que hacerle una interna de verdad a la UCR es muy difícil, porque maneja el territorio. Como sea, habría galvanizado la opinión pública.
Pensaba en todo esto mientras llegaba al Luna Park como espectadora del cierre de campaña del Frente Amplio Progresista. Un día antes, el martes, Binner fue el único político argentino no peronista que se reunió con la CGT fuera de la gestión de gobierno . Lo que hizo es sorprendente, aunque de una sencillez imbatible. Sabe que si quiere gobernar va a tener que reunirse con esa comisión directiva muchas veces. Puede no gustar el secretario general, pero para que haya uno diferente antes tienen que suceder cosas en los tribunales y en la dirección sindical. ¿Cómo no se le ocurrió a algún otro político? Carrió tiene problemas de principio para hacerlo. ¿Los demás calcularon que Moyano es piantavotos? Binner, el menos pensado, tomó el riesgo.
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