La justicia social es mérito y gratuidad
Corrían los años setenta cuando en mi colegio las autoridades tomaron una decisión desconcertante: el rol de abanderado ya no sería para quien hubiera logrado los mejores promedios, sino que se transformaría en una especie de "honor rotativo" (con perdón del oxímoron), primero entre los escoltas, luego entre los alumnos elegidos por sus pares (el mejor compañero, el mejor deportista, etc.) y finalmente, entre todos, por simple sorteo. Algo no estaba bien. La escuela es por definición una institución que persigue fines educativos. Era lógico, pues, honrar a quien se destacara en el estudio. Para reconocer otros talentos existían otras modalidades u otros ámbitos.
Más allá de las buenas intenciones de los directivos, el mensaje implícito era claro: ¿para qué estudiar de más? Era un germen, entre tantos otros, del igualitarismo que con el tiempo socavaría el valor del mérito, destruiría la cultura del trabajo, y haría cada vez más socialmente aceptable el hábito de "vivir de arriba", es decir, del Estado, o más precisamente, de los que sí trabajan.
El recuerdo volvió a mi mente al leer las sorprendentes palabras del Presidente en su reciente visita a San Juan: "Lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años". A cualquier ciudadano puede resultarle ofensivo que un funcionario lo tome por un niño desprevenido al cual "le hacen creer" tal o cual cosa, más aún cuando quienes le han hecho creer en el esfuerzo y el mérito como base de su crecimiento personal han sido sus queridos padres y sus educadores, como es mi caso. Pero por honestidad intelectual debemos interpretar esta afirmación del Presidente ante todo en el contexto de su mismo discurso. Y en él, continúa diciendo: "el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres. Y entonces no es el mérito, es darle a todos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo. Mientras eso no ocurra en la Argentina, no podemos estar tranquilos con nuestras conciencias".
Más allá de la falaz contraposición, y del tono innecesariamente confrontativo, en estas palabras hay un fondo de verdad que es preciso rescatar: el principio del mérito no puede funcionar de un modo justo si no es articulado con el principio de una razonable igualdad de oportunidades. No es justa una carrera en la que unos parten desde más adelante y otros, desde más atrás.
La polémica desatada por el discurso presidencial coincidió con el Ángelus del Papa, dedicado a la parábola de los obreros de la última hora, en la cual el propietario de una viña contrata trabajadores a diferentes horas del día, pero al caer la tarde paga a todos lo mismo. Al respecto comenta el Papa: "quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, pasa de ser el primero a ser el último". Muchos lo interpretaron como un aval a las palabras del presidente Fernández. No es probable, ya que se trata de una reflexión clásica sobre el evangelio correspondiente a ese domingo, y no estaba dirigido especialmente a la Argentina, sino a todo el mundo. Pero lo más importante, es que esta meditación se refiere ante todo a la salvación, que es siempre un don de Dios. Afirmar esto no significa en modo alguno negar el valor del mérito: si el hombre no cultiva el don recibido a través del esfuerzo por vivir el amor a Dios y a los hermanos, el don se echa a perder. Recordemos la parábola de los talentos.
El Presidente y el Papa hablaban, por lo tanto, de temas distintos. Aun así, existe una conexión. Nosotros no podríamos hacer méritos en la vida si no hubiéramos tenido una serie de oportunidades que nos fueron brindadas gratuitamente (como contención familiar, bienestar material, educación, etc.). Hoy en nuestro país, la mitad de su población carece al menos de algunas de estas posibilidades básicas. El principio del mérito debe complementarse con lo que Benedicto XVI llamaba el principio de la gratuidad. Debemos promover una sociedad que brinde oportunidades para que todos tengan la posibilidad de ser protagonistas de sus propias vidas. Pero, reitero, esto no se contradice con el valor del esfuerzo y el mérito, sino que lo confirma. Como decía San Pablo, que de corrección política entendía poco: "el que no quiera trabajar, que no coma".
Sacerdote y teólogo. Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton (Argentina)