La JP, La Cámpora y lo que le falta estudiar a Máximo
El hijo de la vicepresidenta fastidia y ofende a los porteños con la dictadura; más le valdría propiciar una autocrítica del peronismo sobre los derechos humanos
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A los que acumulamos unos cuantos años, el despliegue callejero de La Cámpora el jueves último nos trajo reminiscencias de otra demostración similar de fuerzas, en 1974, de la entonces Juventud Peronista/Montoneros.
Ambas nutridas columnas, separadas en el tiempo por 48 años, atravesaron la ciudad bulliciosamente con rumbo a la Plaza de Mayo. Aquella, por el Día del Trabajo; la más reciente, por el Día de la Memoria.
Pasó casi medio siglo y el móvil se repite. Sendas movilizaciones intentaron desafiar al Gobierno; en aquella época, presidido por Juan Domingo Perón; hoy, por Alberto Fernández.
Un año antes, Perón le ponía punto final al primer fallido ensayo camporista de escasos 49 días. Game over para la “juventud maravillosa”.
La presidencia y el liderazgo del movimiento residían entonces en una misma cabeza (la de Perón). La diferencia con el experimento actual es que persiste una convivencia bicéfala (Alberto y Cristina) ya sin el menor pudor para disimular que no se aguantan. Ahora la presidencia y el poder real residen en cabezas bien distintas. Un problema que tiende a agravarse cuando se acumulan tantas disidencias.
“El 24 de marzo es el día que más unidos estamos”, dijo Alberto Fernández, que se perfecciona en el arte de disociar sus dichos de la realidad: hizo un acto por su lado y el rebelde hijo bipresidencial presidió una marcha de su agrupación, que mamá felicitó en redes sociales sin la menor mención a la juntada más humilde que hizo su compañero de fórmula en el Ministerio de Ciencia y Tecnología. El secretario general de La Cámpora, Andrés Larroque, le sumó un impiadoso bullying: “Fue jefe de campaña de un espacio que sacó 4 puntos en la provincia”, en referencia a cuando Fernández asesoró a Florencio Randazzo para las elecciones de 2017.
A diferencia de La Cámpora, sus precursores setentistas, aunque habían quedado fuera del gobierno justicialista, no por eso estaban dispuestos a dar el brazo a torcer. En cuanto la vicepresidenta María Estela Martínez coronó como reina del Trabajo a… Cristina Fernández (no la actual vice, sino una agraciada señorita perteneciente a la Federación de Trabajadores de Obras Sanitarias; la historia suele ser traviesa y cínica) estallaron los silbidos desde las columnas juveniles concentradas en la Plaza de Mayo.
Perón venía acumulando bronca desde hacía rato. En su mensaje esa mañana en el Congreso, ante la Asamblea Legislativa, pronunció palabras muy significativas: “Hay todavía sangre entre nosotros. Superaremos también esta violencia. Superaremos la subversión”.
Esa misma tarde, ante la repetida consigna de “Qué pasa/ qué pasa/ qué pasa, general/ está lleno de gorilas el gobierno popular”, ofuscado Perón, desde uno de los balcones de la Casa Rosada, los rotuló como “imberbes”, “estúpidos” e “infiltrados”. Seguramente recordando a su querido José Ignacio Rucci, dijo que “todavía” no había sonado el “escarmiento” y anticipó “la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de iniciar”. La Triple A se cocinaba a fuego lento en cada nuevo hervor del viejo general embravecido.
Un año después de su muerte, hubo cuatro decretos presidenciales “a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el país”. La represión ilegal se inició bajo un gobierno peronista. Tras el golpe, los militares le dieron bestial continuidad. Ítalo Luder, que fue quien firmó en 1975 tres de esos decretos, cuando ejerció el Poder Ejecutivo mientras Isabel Perón estaba de licencia, como candidato presidencial en 1983 aseguró que si ganaba iba a respetar la autoamnistía que la dictadura se había otorgado. Afortunadamente triunfó Raúl Alfonsín. Pero el justicialismo se mantuvo firme y no avaló el juicio a los comandantes ni quiso formar parte de la Conadep. Un gobierno peronista posterior, el de Carlos Menem, indultó a los jefes militares y guerrilleros. Y la gestión nac & pop de Cristina Kirchner ungió como jefe del Ejército a César Milani, procesado, encarcelado y absuelto por delitos de lesa humanidad.
Tarea para el hogar para “hijo de” (según rotula Luis D’Elía a Máximo Kirchner): en vez de difamar tan livianamente a los porteños acusándolos “de votar a aquellos que quieren ocultar lo que hizo la dictadura”, más le valdría con humildad agarrar los libros (alguna vez) y repasar esos capítulos tan oscuros y tenebrosos que el peronismo ha forjado en torno de los derechos humanos en las últimas décadas. De paso, recordar qué hicieron sus padres concretamente en favor de estos en el período 1976-1983 y confirmar, además, si tía Alicia desempeñó algún cargo público en Santa Cruz a las órdenes de los uniformados.
El peronismo –madre e hijo Kirchner incluidos– le debe a la sociedad una autocrítica sincera y profunda sobre sus notables pecados en materia de derechos humanos.