La izquierda española nos traicionó
“El socialismo, que presume de juventud, es un viejo parricida: él es quien ha matado siempre a su madre, la República, y a la libertad, su hermana”. Esta reflexión temprana y clarividente se le adjudica a Honoré de Balzac. El posterior socialismo democrático, sin embargo, ha refutado al genio de La comedia humana porque demostró ser esencialmente republicano, y uno de los grandes hacedores del Estado de bienestar y del milagro europeo. Felipe González, estadista mayor y lector portentoso, se transformó en un referente incuestionable de los argentinos precisamente por haber encarnado aquella socialdemocracia virtuosa, moderada, libre y aspiracional. La distancia entre aquella forma de gobierno y la actual, interpretada por un caudillo progre llamado Pedro Sánchez, da un poco de vértigo y tristeza.
Mientras tanto, en Ciudad Gótica, Alberto Fernández se congració con Maduro
El sanchismo –así lo denominan hasta los propios– ha dejado atrás esa exitosa cultura política, y para no ser fagocitado por el izquierdismo infantil de Podemos –kirchnerismo español que le reza todos los días a Ernesto Laclau– se “podemizó”, extremando así la polarización entre amigos y enemigos, estigmatizando a cualquier disidente ideológico con el mote de reaccionario o fascista, y últimamente señalando a periodistas como instigadores de odio, tolerando escraches a opositores y hasta copando instituciones imparciales; también industrializando el insumo de la memoria histórica, y aliándose con independentistas catalanes y con el brazo político de los etarras. Tal vez estos y otros insólitos excesos, que vuelven irreconocible el socialismo español, le valieron el devastador voto castigo de las últimas elecciones autonómicas. Y quizá toda esta descripción también deba matizarse, sobre todo viniendo de un mero articulista sudamericano que no vive en Madrid sino en Buenos Aires. Pero de lo que indudablemente se puede dar fe en estas pampas es que esa coalición de poder ha protegido al nefasto populismo de la izquierda latinoamericana y que, de tantos viajes a la región rentados por el chavismo y sus primos hermanos, parece haberse contagiado un poco de sus mañas divisionistas y despóticas. Confundir el clásico socialismo español con las cepas del “socialismo del siglo XXI” es un error tan grosero como emparentar a Mitterrand con Mussolini. Más que una equivocación parece entonces una matufia con buenos dividendos y hasta un acuerdo espurio de rango internacional. Esta España sanchista le “vende” a la Unión Europea que es la gran interlocutora de América Latina, pero los pasos que ha dado la Madre Patria durante los últimos años no han sido pluralistas sino sesgados y hasta facciosos. Ha prestado el prestigioso vestido socialdemócrata a cachivaches autoritarios y a caciques venales de antología. Cuando sus admiradores de siempre –los hijos y nietos de los inmigrantes republicanos– esperábamos comprensión y acompañamiento, y denuncia severa a quienes intentaban en la Argentina someternos a un régimen de partido único, a quienes estaban arrasando con las instituciones y ocultando su megacorrupción mientras generaban inflación y una pobreza abismal, varios popes de ese lujoso colectivo español nos dieron la espalda, nos traicionaron vilmente, y vinieron a solidarizarse de diferente modo con el kirchnerismo. Empezando por el inefable Pablo Iglesias y su esposa, la actual ministra Irene Montero, dos “europeronistas” de íntima relación con nuestra arquitecta egipcia, y de reconocidas simpatías por el cruel reinado de Maduro y Diosdado Cabello. “Los aliados de Cristina hemos sido derrotados”, admitió esta semana Iglesias. Pero el problema no se reduce a esta secta populista fracasada a la que Sánchez ha dado cobijo en las entrañas de su gobierno y de la que parece haber copiado sus prácticas agonales, sino de notorias figuras del progresismo ibérico, como el exjuez Baltasar Garzón, que ha corrido en auxilio de grandes procesados por negocios turbios, sosteniendo la ridícula fantasía cubana del lawfare. Por cierto, ninguno de los arquitectos de esta presunta maniobra de la “derecha” contra la “izquierda” ha dicho nada sobre todas las detenciones de líderes liberales o conservadores a lo largo de estos últimos diez años, y mucho menos de la flamante condena a Fernando Collor de Mello por el Lava Jato. Será que cuando los jueces fallan contra algún dirigente del Partido de los Trabajadores o del Frente de Todos se trata de una conjura del imperio norteamericano, y cuando lo hacen contra un aliado de Jair Bolsonaro, es un acto de sublime justicia. Aquí el doctor Garzón –no se sabe si contratado o como simple amigo de la gran dama– vino a sostener su trasnochada novela del Partido Judicial y a blindar mediáticamente a la Pasionaria del Calafate en la causa Vialidad: dijo que esta era una aberración jurídica. Estuvo acompañado, para tan digna ocasión, por otro cantamañanas peninsular: José Luis Rodríguez Zapatero. Que últimamente nos visitó también con dos propósitos: presentar en la Feria del Libro su opúsculo No voy a traicionar a Borges y para dar una “clase magistral” en una universidad de Rosario. A Borges ya lo traicionó con ese estudio vacuo, y transmitiendo su perplejidad pública frente al hecho de que un escritor tan vanguardista no haya sido del palo y que incluso haya caído en un “antiperonismo visceral”, que por supuesto no comprende. Debe ser porque le han soplado, y le conviene creer, que el general Perón era un progre de la primera hora. Parece, por otra parte, que la lectura de las páginas borgeanas lo tienen tan atrapado que no puede leer nada más: “Mi relación con la literatura se resume en eso: solo Borges”, confesó durante su visita. “Caramba –diría el autor de El Aleph–, qué astucia para referir que no ha leído nada”. Dicen que en su disertación rosarina, el susodicho se jactó de su mediación en Venezuela, puesto que gracias a ella se habría evitado una guerra civil. Interesante pirueta discursiva. Se evitó una guerra porque el chavismo construyó, en realidad, una dictadura militar fuertemente armada; asesinó, torturó y metió presos a los discrepantes, y expulsó a siete millones de venezolanos. ¿Cuál es el logro de Zapatero? Este socialista perfumado del Corte Inglés, que vino a deslegitimar las causas contra Cristina Kirchner y a sembrar dudas sobre la imparcialidad de los fiscales y jueces que la investigaron, intenta convencer a Alberto Fernández de las bondades de ser un expresidente, algo que el argentino fue desde el primer día de su mandato. Todos unidos triunfan en el Grupo Puebla y en Unasur, desde donde operan para proteger a los tiranos de izquierda y a los grandes ladrones de Estado, y de paso para demonizar a la prensa. Allí les hace compañía Lula Da Silva, que supo ser un estadista respetable y juicioso, y que ahora sorprende con un negacionismo gagá: el autoritarismo de Maduro es un mera “narrativa” inventada, sostuvo estos días. Dos verdaderos progresistas lo refutaron con respeto, aunque con dureza: Gabriel Boric desde Chile dijo que no se podían barrer bajo la alfombra las violaciones a los derechos humanos de los “bolivarianos”, y el propio Felipe González advirtió que no estaba de acuerdo con “blanquear lo que no se puede blanquear: Maduro es responsable de crímenes de lesa humanidad”.
Mientras tanto, en Ciudad Gótica, Fernández se congració esta semana precisamente con Maduro, como si las denuncias realizadas por Michelle Bachelet en las Naciones Unidas le parecieran también una narrativa, y Sánchez espera ahora con gran ilusión la cumbre entre la Unión Europea y la Celac, donde todos estos personajes más los infaltables autócratas de Cuba y Nicaragua se abrazarán con él para una foto y lo respaldarán en su conmovedora campaña a suerte y verdad: parece que después de la paliza electoral a manos de la centroderecha, la Madre Patria está a punto de caer en las fauces de los fascistas, ¿sabían? Y es por eso que los fascistas de izquierda de América Latina deben acudir presurosos en su ayuda. Los parricidas de la república y de la libertad, los negadores de las nuevas tiranías y los limadores de la “democracia burguesa”, llegarán a Madrid para reivindicar a su gran benefactor y para comer jamón de jabugo. El socialismo de Sánchez y Zapatero consumará allí el último acto de su dolorosa traición.