La invención de América
Por Carlos Piñeiro Iñíguez Para LA NACION
SANTO DOMINGO
Hay inventos que son de una vez y para siempre; otros deben estar rehaciéndose, renovándose de continuo si quieren seguir siendo. Diría que América pertencece a esta segunda categoría.
El primer invento de América, el de Colón es uno de esos errores magníficos, irrepetibles en la historia humana; tras él, un nuevo continente resolvió inmiscuirse -como cuña subrepticia- en los mapas/espejos en los que veían la vida los "pueblos con historia".
Luego de los tres siglos de colonización, maduraría la idea extraordinaria que iba a constituir el centro de la invención de América: el fantástico proyecto de emancipar un continente. El invento sólo podía serlo cabalmente si se conquistaba la condición de su autonomía; la desmesura del sueño requería realizadores a su medida, y allí entra -en buena compañía, desde luego- José de San Martín.
Los criollos, esa estirpe de españoles-americanos, serían los protagonistas de la revolución de la independencia, que apenas si era contra España y mucho más lo fue contra un sistema social, económico y político que encadenaba a las fuerzas que venían navegando con la historia. José de San Martín fue, en lo biológico, casualmente americano: nació en un villorrio de lo que habían sido las misiones jesuíticas y con apenas siete años regresó a España. Tal como sus hermanos, se hace militar. Su carrera es brillante y lo que fascina es que paralelamente a su actuación militar desarrolla un proceso de recuperación de identidad americana que es casi una elección. Como otros, con otros, se suma a las logias que asocian el americanismo con la causa iluminista de la libertad.
De vuelta en América en 1812, el militar se adapta a la necesidad de la hora y se transforma en un político de los buenos. Una somera consideración de sus logros en este campo justifica el adjetivo: sobrevivir a las intrigas de la ciudad-puerto de Buenos Aires, sólo interesada en su comercio y lograr su apoyo para las campañas militares; conseguir algo más que neutralidad británica para las guerras americanas de emancipación; concitar el apoyo de comunidades pequeñas, medianas e importantes de la sociedad americana, como pudieran serlo las de Mendoza en la Argentina, las de Santiago en Chile y las de Lima en el Perú; ganar -sin caudillismos paternalistas- la voluntad de la gente de la tierra para conformar esos ejércitos de criollos, indios y negros que independizaron el sur del continente.
Las grandes batallas
La emancipación americana fue más dificultosa de lo que solemos suponer, y no lo fue tanto porque tuviera que enfrentar considerables efectivos militares, sino porque constantemente la causa independentista debía estar ganando batallas contra sí misma: o los pueblos creían que su vida sería más plena, más libre y más digna con la emancipación o ninguna coacción haría el milagro de sostenerlos en la lucha.
José de San Martín tuvo siempre presente que nuestra América era un mosaico cultural. Que una América unida, fuerte y poderosa sólo sería posible desde la integración de lo diverso y lo asimétrico. Para él la invención de América no nacía de la simplificación de pensar que los países del Plata eran idénticos a los de los Andes o del mar Caribe. Por lo contrario, rescató las particularidades, en la forma de respeto a las culturas locales, y exaltó las similitudes, afinidades y el bagaje de luchas comunes de los pueblos latinoamericanos como base de la gesta emancipadora. Intuyó que la causa americana era construir un futuro común, en unión y libertad, solidario e integrado desde las diferencias.
La voluntad de San Martín era prodigiosa; siendo un hombre casi siempre enfermo, soportó los rigores de campañas militares realizadas en dimensiones continentales, avanzando encamillado y cuidando siempre -con un ojo alerta a las circunstancias políticas- que desde la retaguardia en Buenos Aires le mantuvieran los aprovisionamientos.
La pasión que aquejaba a José de San Martín era la de la libertad, que en su madurez asoció al ámbito elegido para sus sueños: el destino americano.
De los años de su vida, tres cuartas partes transcurrieron en Europa; allí fue joven, allí fue viejo. Pero en América fue niño y hombre maduro; jugó y soñó primero, peleó y engendró después. Hasta el último de sus días en el destierro francés vivió pendiente de las tan desunidas Provincias Unidas del Río de la Plata, y siempre más allá de las efímeras fronteras porque -lo repetiría- "mi Patria es América".
En la tradición de la siempre renovada invención de América, la voz de San Martín nos habla de tareas pendientes. ¿Será por ventura el siglo XXI aquel en el que se complete la invención América?