La intolerancia subió a escena en el Colón
La hostilidad contra Milei refleja un preocupante clima de crispación social y es un síntoma de degradación en los códigos de convivencia
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Un brote de intolerancia estremeció al Teatro Colón. La reacción hostil de una minoría contra el candidato presidencial de La Libertad Avanza reflejó, en ese escenario de la cultura, hasta qué punto se han deteriorado en la Argentina los códigos de convivencia.
El episodio expresa rasgos preocupantes de una sociedad atravesada por la crispación. Revela que aun sectores que deberían dar el ejemplo en materia de urbanidad y respeto, asumen comportamientos patoteriles con la lógica totalitaria del escrache. Confirma, además, el germen autoritario que anida en algunos núcleos sociales que pertenecen o se declaran sensibles al mundo de la cultura y la academia.
Por supuesto que la intemperancia de un pequeño grupo no representa al público del Colón, que de hecho tuvo reacciones contrapuestas frente a la presencia de Javier Milei. Pero hace juego, sí, con las antinomias y fanatismos que ha exacerbado el poder en los últimos veinte años. De hecho, algunos asistentes a la ópera apelaron a un cántico patentado por el kirchnerismo para descalificar y estigmatizar al adversario, encarnado ahora por el postulante libertario: “Milei, basura, vos sos la dictadura”. Es la perfecta síntesis de una concepción totalitaria: el que no piensa como yo es el mal, está fuera de la ley, que es la que nosotros imponemos.
La reacción expresa, además, la arrogancia de algunas minorías que, arrastradas por su propio fanatismo, incurren en confusiones de fondo: se declaran defensoras de los derechos humanos, pero banalizan la dictadura, identificando con ella a los adversarios que juegan en el tablero de la democracia. Del mismo modo, se erigen como “abanderados de la cultura”, pero intoxican con agravios y violencia verbal la atmósfera del Teatro Colón. Enarbolan la retórica del “Estado presente”, pero degradan las instituciones públicas con un criterio de apropiación facciosa. Hablan del “acceso a la cultura”, pero pretenden ejercer el derecho de admisión en algunos de sus recintos emblemáticos y hostigan al adversario con la pretensión de excluirlo.
La del Colón no es una escena aislada. Se la debe “leer” en el marco de lo que ocurre en muchas universidades e instituciones públicas en las que se combate el disenso y se practica la exclusión con métodos autoritarios: en algunos casos puede ser el “escrache”, en otros las “listas negras” o los mecanismos más o menos grotescos con los que se penaliza la discrepancia y se impone el pensamiento único.
El violinista que, en medio del revuelo, se atrevió a entonar la marcha peronista también es un síntoma de algo más amplio. ¿Por qué no habría “violinistas militantes” en un país que lidia con jueces, docentes y embajadores militantes? El violín partidario representa a un Estado colonizado por la politización y el sectarismo, donde las estructuras del servicio público se subordinan a una facción y resignan toda noción de profesionalismo, independencia, equilibrio y ecuanimidad.
Lo del Colón resulta especialmente doloroso, además de simbólico, porque degrada un espacio que debería unir y enorgullecer a los argentinos, más allá de banderías y afinidades políticas. Por otra parte, cuando el atropello al pluralismo se produce en ámbitos en los que debería rendirse culto a la diversidad, a la convivencia y al respeto por las diferencias, tendrían que sonar todas las alarmas y activarse los anticuerpos en la sociedad, porque de lo contrario se corre el riesgo de naturalizar ciertos rasgos totalitarios y aclimatarse a una atmósfera autoritaria.
En un país con sanos códigos de convivencia, el candidato presidencial del oficialismo debería haber sido el primero en expresar su repudio por las reacciones de hostilidad y agresión contra su adversario. Pero en el marco de una campaña marcada por la agitación del miedo, “los carpetazos”, la manipulación y los agravios, una escena como la del Colón parece confundirse y mimetizarse con el paisaje dominante. El candidato opositor ahora ha sido víctima de una intolerancia que él mismo ha desplegado en otras oportunidades. También deberían esperarse gestos suyos que contribuyan a la convivencia civilizada.
El episodio de la ópera expone niveles de beligerancia y de agresividad que han germinado en estos años. Pero podría ser, además, un anticipo de lo que vendría en el caso de que Milei se imponga en el balotaje de hoy. ¿Escalarán estas reacciones? ¿La nueva oposición va a fogonear la “resistencia combativa”? ¿Los militantes del Estado van a empuñar algo más que sus violines?
Si no cultivamos la tolerancia y la armonía, lo que terminará mal no solo será Madama Butterfly, donde la protagonista de Puccini se suicida, sino también la Argentina, que habrá extraviado el norte de una convivencia civilizada.