La intensidad de una ausencia
Sobre El secreto de Irinia, de Vlady Kociancich
No cuesta evocar el atrapante universo de Virginia Woolf cuando, al iniciar la lectura de El secreto de Irina, acude un eco de la apertura maestra de Al faro, emblema marítimo al que los Ramsay piensan visitar (“–Sí, seguramente iremos, si mañana hace buen tiempo”, escribe Woolf). Vlady Kociancich instala su relato en un caluroso mediodía de la Costa Maya y sugiere lo inverso, cuando de entrada dictamina que “Irina presintió con disgusto que la excursión a las ruinas de Chichén Itzá [al día siguiente] sería inevitable”. Aunque invertido el sentido, se despierta una expectativa, en la víspera, por ese programa (fatal) que desencadenará la intensa peripecia posterior. Un presupuesto de relato similar, pues. Verano, grupo en vacaciones lejos de casa, el plan de una excursión al día siguiente.
Esa ínfima pista, reforzada por la presencia amenazante del agua y las fantasías suicidas de la protagonista, no es casual; en su extenso peregrinaje intelectual y literario, Vlady Kociancich (1941) no ha ocultado –ya desde sus días de aprendizaje junto al propio Borges– sus afinidades con la literatura en lengua inglesa, que incluye a autores de otros orígenes (dar un vistazo a su ensayo sobre Conrad en La raza de los nerviosos que, además, arranca con una confesión de la escritora que ahora incide en la configuración del carácter de Irina: “Nunca me gustó el mar”).
La nueva entrega de la autora de La octava maravilla corrobora su vocación por la ubicuidad de escenarios; impenitente viajera –aunque más profunda que los burgueses que acompañan a Irina en el tour–, Vlady ha transformado en ejercicios de ficción su paso por el sur de Italia (Amores sicilianos) o, más afín con la nueva exploración, por el seductor sol del mar Egeo (El templo de las mujeres). Ahora arroja al lector al esplendor de la costa del sur mexicano, recorrida con tal inquietud por lo desconocido y lo ominoso que desdibuja todo atisbo de aproximación turística.
A pesar de lo cual –hay que aclararlo– las descripciones son de un luminoso despliegue plástico y de tal minuciosidad que vuelven tangible no sólo el paisaje genérico que rodea al resort, sino también los bordes costeros que llevan al mismísimo cenote, la intrincada formación geológica, mezcla de gruta y abismo, en la que queda atrapada la heroína de la novela.
Por la apelación al motivo de un ser que “se desgaja” misteriosamente del seno de su grupo de amigos, resuena también la incógnita de Michelangelo Antonioni en La aventura cuando, en las islas Eolias, Anna (Lea Massari) se esfuma y se convierte en búsqueda obsesiva y fútil de sus pares de excursión, también veraneantes, también burgueses adeptos al ocio soleado del mar y las rocas. Pero no: en Kociancich no hay un anclaje en el interrogante acerca de una desaparición porque el punto de vista es bipolar; en una sagaz construcción, el narrador omnisciente incluye también la perspectiva de “la extraviada” y la erige en figura central, en ese abandono que viene a sumarse a sus bajones depresivos por una reciente ruptura de pareja, mientras sus disipados compañeros de excursión no toman conciencia de que Irina ya no forma parte de la rutina del grupo.
El relato, así, focaliza la introspección de Irina y sus flashes de “memoria”, que rearman una vida ahora amenazada por el lento oleaje que va inundando el celote: una incógnita –léase intriga– acerca de lo que le deparará un destino hecho de océano, de cueva, de oscura noche. Y del temor por un (hipotético) secuestro. De su pasión por los libros, que la reducían a una estéril “mujer a medias”, Irina pasa a encarnar un Robinson condenado a un ignoto agujero entre las rocas y el mar.
Nadie repara en su ausencia. Ni siquiera Paul, su amigo íntimo. En un inapelable trick narrativo, la autora le inventa a Paul un affaire clandestino con la mujer de otro compañero del grupo; el enamoramiento lo absorbe y ya no piensa en nadie más. La trama va adquiriendo así su densidad, un espesor que canalizará en otra situación conflictiva, develadora de la engañosa superficie del complejo estatus cultural de México. Kociancich maneja con virtuosismo un discurso fluido, sólo a veces tentado por la profusión de la frase o de las situaciones. El resultado es un relato sólido, una muestra más del caudal narrativo de una de nuestras novelistas mayores.
EL SECRETO DE IRINA
Por Vlady Kociancich
Tusquets
258 páginas
$ 289