La inteligencia del optimismo y de la positividad
La actitud de aceptar y enfrentar los problemas conduce a mejores resultados que el pesimismo crónico
El chiste conocido es bastante explícito: un pesimista es sólo un optimista bien informado. La idea que está detrás es que el pesimista sabe cómo son las cosas, está en contacto con la realidad, mientras que el optimista es una especie de ingenuo (con suerte) o idiota (con menos suerte) que no es capaz de enfrentar la crudeza de los hechos. La linea argumental de fondo es: la negatividad es más realista que la positividad, es decir, el mundo amenaza y lo inteligente es estar advertido, prestar mucha atención a los abundantes peligros y no dejarse engañar por falsas ilusiones. Pero ¿es realmente así?
Hay muchos puntos de vista para desarmar este planteo y encontrar que lo contrario es más cierto, que la mayor inteligencia está asociada al optimismo y a la positividad y que el pesimismo, pese a los efectos de verdad que logra generar, no ve mejor, ni más lejos, ni más profundamente.
Lo primero que habría que aclarar para hacer el optimismo más aceptable (ya que tiene mala prensa y peor prensa mientras más "culta" sea una persona) es que cabe distinguir entre un optimismo tonto y otro inteligente. El optimismo es inteligente cuando no niega la existencia de las dificultades, lo que llamaríamos con cierta grandilocuencia la presencia del mal. Es inteligente cuando acepta y enfrenta los problemas, todo aquello que no es deseable, pero tiene un lugar asegurado en la realidad. El optimismo puede ser superficial, en cambio, si describe un mundo ideal, sin dinámica, estático en su imaginación de un bien puro, pero deja de serlo si se traduce más bien en aceptación de lo real y lo posible o, como diría Nietzsche en su mal comprendida positividad: si es capaz de afirmar y querer la vida. El optimismo es tonto en la utopía y en el ideal, pero no cuando se mete en el barro a dar las batallas necesarias. Nietzsche es un buen caso para pensar esta relación entre las dos perspectivas básicas. En su lenguaje, se trata de decir sí a la vida o de negarla. Negarla es restarle sentido, verdad, valor. ¿Lo tiene o no lo tiene la vida, el valor?
El pesimista diría probablemente que sí, que lo tiene, pero en origen y en esencia, y que en cambio la forma habitual en la que esa vida se expresa es, digamos, una especie de degradación. Para esta perspectiva, las circunstancias (históricas, culturales, sociales) hacen de la vida sólo un reflejo de lo que debería ser. La afirmación de la vida implica adoptar una perspectiva distinta, contraria y a veces difícil de entender: la vida es esto que la realidad muestra constantemente, el gigantesco despelote de la existencia tal como la conocemos y experimentamos los humanos desde el inicio de nuestra historia. La vida no es lo que está más allá de los problemas que experimentamos, ellos son la carne de nuestra existencia, el aire problemático que respiramos, el modo en que ella se manifiesta. Y esto, tal como se presenta, con sus horrores y dificultades, lo real, tiene un valor absoluto.
Volvamos al punto inicial entonces: ¿quién está más informado? ¿El pesimista, que siente lo problemático como algo que no tendría que suceder, como algo, digamos, ilegítimo? ¿O el optimista que entiende que la dificultad debe ser incorporada y enfrentada, que la existencia de problemas no quita valor a la existencia? Y aun más: ¿no está más informado y posee mayor inteligencia el optimista, que es quien concibe la plasticidad de lo posible, entiende que no es superficial decir sí a lo real aunque no satisfaga todas nuestras expectativas?
Otro importante punto de vista lo aporta la psicología positiva, ese nuevo campo de la psicología experimental que ha tomado como su objeto de estudio la felicidad y las consecuencias de un enfoque positivo en el trabajo y la vida cotidiana de las personas. (Sí, para quienes estamos identificados con la visión del psicoanálisis -más una filosofía que una terapia-, estos planteos pueden resultar superficiales, pero es necesario reconocer niveles y campos en las ramas del conocimiento, y validar herramientas útiles cuando aparecen).
¿Qué conclusiones encuentra la psicología positiva? Éstos son sus hallazgos experimentales: la felicidad no es una consecuencia del éxito, sino su causa. Equipos organizados para disfrutar su trabajo se desempeñan mejor que los que no lo hacen. Líderes severos y críticos obtienen peores resultados que líderes entusiastas y empáticos. Las empresas que cultivan la felicidad de los empleados obtienen más ganancias y cotizan mejor en bolsa que las empresas que siguen considerando que el bienestar de los trabajadores es una variable blanda y secundaria y dicen que ¡después de todo acá se viene a trabajar y no a pasarla bien!
Miremos qué ofrece la perspectiva pesimista en sus diversas expresiones: la verdad de la vida es amarga, el trabajo no puede sino ser padecido, la verdad de las relaciones es el desamor, la traición, la soledad, el otro no es confiable ya que lo guía un interés egoísta, estamos atrapados y las posibilidades son siempre engañosas, etc. Una interminable serie de visiones más basadas en el temor que en lo cierto se enhebran para dar lugar al credo melancólico que nos atraviesa como argentinos.
¿Es necesario resumir la complejidad del sentido a una mera dicotomía de sí y no, de positividad y negatividad, de optimismo y pesimismo? Seguramente no es imprescindible, pero la lógica binaria aparece y reaparece en todos los planos del pensamiento y resulta poco prudente no aceptarla. Después de todo, las ideas son representaciones y no lo real mismo, y su valor tiene que ver con el uso que se hace de ellas.
Puesto en estos términos, que son los términos a los que nos lleva el planteo pragmático y realista de la psicología positiva, si es la positividad la que otorga los mejores resultados, tanto en términos de desempeño laboral como en los de felicidad personal, ¿cómo entender el prestigio de la negatividad y el pesimismo? Miedo, falta de afirmación personal (y compartida), desamor, impulso defensivo.
La época es positiva, tiende a la positividad. Por más que la crítica inunde el pensamiento y la queja la conversación social, los sentidos de nuestro tiempo van por el lado de un mayor énfasis en la inmanencia, expresan el valor de la intimidad y la legitimidad del bienestar en la Tierra. Este nuevo esquema plantea innumerables desafíos a nuestro orden social y mental. La positividad es una clave necesaria para captar el sentido evolutivo dentro de este universo de nuevas oportunidades.
Se lo ve en muchos órdenes de nuestra vida diaria. Dos casos. Uno: probablemente los celulares y las aplicaciones sean dispositivos inmanentistas para generar constante intimidad, para glosar y celebrar el mundo, una exuberancia de expresión y producción simbólica. Dos: la política de nuestro país está viviendo un giro acorde. Harta de la producción de fracasos, de enfoques de limitación y de pobreza en los cuales inmolarse como si fuera justo hacerlo, la sociedad desafía los principios básicos de la nostalgia y el cinismo argentinos para transitar el dificultoso pero satisfactorio camino de la construcción de lo posible. Es mucho más que un gobierno, es un cambio de vientos humanos, con sus sostenidos y sus bemoles, pero claramente un paso evolutivo.
Ensayista, asesor presidencial. Autor de La evolución de la Argentina