La integración de los nuevos liderazgos
La valoración que, en general, hacemos del pasado, suele estar muy vinculada a los éxitos o a los fracasos, es decir, a los resultados. La realidad es que, a medida que vamos haciendo camino, ambas realidades están presentes. Madurar, en definitiva, tiene que ver con un proceso de aprendizaje continuo, de un constante incluir y trascender, de integrar experiencias e ir más allá. Esta dinámica personal no es muy distinta a la de un espacio político o a la de un país. En un momento tan particular como el que vivimos, en un contexto de pandemia mundial y de un Gobierno que por falta de liderazgo siembra más dudas que certezas, como fuerza opositora podemos preguntarnos qué aprendimos del recorrido y qué podemos aportar para pensar juntos hacia dónde queremos ir.
En ese camino creo que la maduración de nuestro propio espacio implica identidad en evolución, un ponernos a prueba, ver si somos capaces de no jubilar a nadie y descubrir el valor que tiene la contribución de cada uno. Somos resultado de la confluencia de distintos pensamientos, de distintos orígenes. Aun así, hemos sabido ordenarnos bajo un único liderazgo y en función del mismo proyecto. Ahora, en un momento en que los liderazgos son múltiples, el espacio se ensancha y se dinamiza con nuevos aportes, nuevas miradas, nuevos desafíos.
La evolución a la que me refiero incluye para trascender, es decir, no destruye o descarta para construir, sino todo lo contrario, tiene que lograr superar esa tentación tan frecuentemente triste en política, que es destruir al anterior para construir una nueva identidad. La convivencia y el equilibrio entre nuevos liderazgos y otros ya existentes enriquece el trabajo conjunto y fortalece la unidad desde un aprendizaje recíproco. ¿Se trata de negar los liderazgos anteriores o, por el contrario, incluirlos y, juntos, trascender? Estoy convencido de cuál es el modelo: el anterior liderazgo que permanece y el nuevo liderazgo que busca afianzarse, ambos, se complementan, sin negarse ni excluirse. La discusión interna no puede escapar a este desafío y tiene que resolverse desde una visión integradora, sin descartar ni mandar a la casa a nadie.
Existen muchas formas de liderazgo. Algunos se expresan en función de desafíos más personales y terminan definiéndose luego en candidaturas y cargos. Otros, en cambio, son tan o incluso más relevantes porque juegan el rol del mentor y, en general, son la evolución madura de los que mencionamos recién. Mentor es uno de los personajes de la Odisea de Homero, amigo de Ulises e instructor de Telémaco. Ese nombre pasó a designar al que enseña, aconseja, apadrina, promueve al otro, que lo ayuda a crecer y que disfruta con el éxito del otro. Figuras así son más que necesarias porque son voces que, desde la experiencia vivida, pueden guiar y orientar. El rol del mentor es trascendental en la tarea de identificar nuevos liderazgos sin entorpecerlos ni limitarlos. Cuando se trata de mirar hacia adelante, escuchar al que estuvo antes, nos permite superar esa típica postura autorreferencial de creer que todo comienza desde un principio cuando llego yo.
Este dinamismo de inclusión y trascendencia nos puede ayudar también a tomar dimensión de la responsabilidad que seguimos teniendo frente a ese 41% que nos votó y que se siente aún esperanzado porque mantiene la misma expectativa que nosotros: la de afianzarnos y crecer, trascender hacia la consolidación y la representación de una mayoría que defienda un rumbo sostenido por valores y principios, bajo un liderazgo ético y comprometido.