La insoportable levedad argentina
Estos días, buena parte de la ciudadanía observa minuto a minuto y estupefacta la lucha descarnada que libra la elite dirigencial (que incluye Gobierno, oposición y todas las facciones de poder que pelean por sus intereses). Una repetición dolorosa que, con la vertiginosidad propia de nuestro país, hilvana algunas escenas previas que pueden resultar explicativas.
Escena 1. Las noches de Buenos Aires son frescas. Desde los balcones se oyen aplausos tenues que suben su intensidad hasta convertirse en un rugido. Son un homenaje a los profesionales de la salud. Es la noche del 29 de marzo de 2020. Plena pandemia. El presidente Fernández acaba de terminar su discurso acompañado de Axel Kicillof y de Horacio Rodríguez Larreta. La Argentina parece enfrentar esta amenaza con racionalidad lejos de las excentricidades asesinas de Trump y Bolsonaro. Pero poco dura esa alianza. Ante la posibilidad de que esa imagen beneficie al candidato del Pro, la orden de ataque y demolición fue implacable. Le siguieron miles de gestos que, si no fuera porque venían del partido de gobierno, hubiesen sido considerados destituyentes.
Escena 2. 26 de abril de 1985. En una Plaza de Mayo repleta, congregada ante los ataques a la democracia aún amenazada, el presidente Alfonsín sorprende con un discurso que anuncia el principal desafío que tenían su gobierno y la República. Frente a una economía de guerra, solicita la colaboración de todos los sectores para lograr el crecimiento económico que países devastados como los europeos y Japón habían logrado. Son vísperas del lanzamiento del Plan Primavera. Dos años más tarde ese programa cayó, al igual que el proyecto político del presidente.
Escena 3. 20 de diciembre de 2023. El flamante presidente Javier Milei da detalles, por cadena nacional, del decreto que dispone una masiva reforma económica. En los días posteriores envía el proyecto de ley Ómnibus. Cacerolazos, paro general de la CGT, fallos judiciales adversos, acusaciones a legisladores y gobernadores por parte del oficialismo, negociaciones fallidas en el Congreso y vuelta a comisión de una de las naves insignias del Ejecutivo. Un comienzo poco auspicioso.
Desde entonces, y sin saber a quién aplaudir, la sociedad argentina sigue el debate con un alto grado de división entre quienes quieren que al Presidente le vaya bien y los que consideran un eventual triunfo de sus políticas como el avance del lado oscuro. ¿Existe algún actor que pueda interpretar la enorme desazón de una mayoría castigada?
En las tres escenas cada presidente enfrentó distintas amenazas. Los golpes de Estado, una pandemia global, una economía desquiciada, con casi inexistente apoyo del Poder Legislativo. Nuevamente el principal desafío es lograr crecimiento económico. Sin embargo, los verdaderos protagonistas, los ciudadanos de a pie, son hombres y mujeres de carne y hueso, con angustias, sueños, deseos, que luchan para abrirse paso en medio de esa matriz política, ideológica y económica asfixiante.
La realidad del país es fluctuante. La esperanza del mal trago hoy para un futuro próximo mejor aún sostiene a buena parte de la ciudadanía, que acompañó con su voto al Gobierno. ¿Pero qué sucederá si esas mejoras no llegan pronto? ¿Qué pasará si en el enjambre de iniciativas con tinte refundacional se pierde de vista que la cotidianidad es un infierno para la mayoría? Por otro lado, ¿qué proponen aquellos que pueden tener más injerencia sobre la realidad, por su riqueza, su influencia o su responsabilidad?
En medio de todas esas cavilaciones existe un garante de equilibrio y es el Poder Legislativo. En ese sentido, lo que se jugará fundamentalmente en el Parlamento –con los grupos de poder e influencia que encuentran en el Congreso– es una síntesis que permita una salida posible del desastre económico que moldea a toda la cultura argentina, y cuyo rasgo fundamental es la desmesura. En la búsqueda del equilibrio fiscal se dirime no solo qué resignará cada sector sino cuál es el equilibrio narcisista de esta sociedad. Cuáles son sus capacidades concretas para alcanzar sus ideales y si hay un valor superior regulador que pueda unir a este conjunto de intereses contrapuestos.
Frecuentemente aquellas personas dedicadas a tareas de cuidado y con gran compromiso, que involucran altos ideales, son afectadas por el denominado “Síndrome de Tomas” (también conocido como Síndrome de Burn Out) al derrumbarse frente a la frustración de la realidad. Refiere al personaje de Milan Kundera en La insoportable levedad del ser que en la Checoslovaquia socialista es castigado por denunciar las contradicciones del sistema, y pasa de militante a perseguido, y de médico cirujano a limpiavidrios.
Como aquellos médicos aplaudidos y olvidados la mayor parte de la sociedad sufre su idealidad. Así, con sus ansias igualitarias, su reclamo por bienes públicos de calidad, su espíritu modernizador, está en una horrible disyuntiva entre el cinismo y la melancolía. Padece el peso aplastante de sus ideales inalcanzables mientras no puede encontrar una satisfacción más modesta pero real, o persigue con fanatismos consignas que no paliaron el fracaso económico.
El Congreso cuenta con experimentados legisladores en los que recaerá, en los próximos cuatro años, la responsabilidad de intentar resguardar al Presidente de sus enemigos y de sí mismo. Existe un generalizado desasosiego en busca de un bálsamo. Es hora de una síntesis con políticas certeras y mucho sentido común.
Médico, psicoanalista, magister en Ciencias Políticas y miembro del Club Político Argentino