La indiferencia ante la droga también mata
La tragedia de Costa Salguero, con la muerte de cinco jóvenes y la lucha por sobrevivir de otros tres, ha hecho algo más que reavivar en la memoria colectiva el estado de shock, conmoción, perplejidad y orfandad que invadió a la sociedad primero con Cromagnon y después con el accidente ferroviario de Once. Lo ocurrido en la multitudinaria fiesta electrónica Time Warp, a la que asistieron -se estima- más de 20.000 jóvenes, es un drama que nadie puede atribuir a la fatalidad o al azar. Tampoco a una "tormenta perfecta" en la que las probabilidades de lo que puede salir mal se confabulan en un instante. El tema es la droga. Mejor dicho, la carga de hipocresía y la verdad incómoda de los que no saben cómo enfrentar el problema o prefieren ignorarlo, aun en el ámbito familiar.
La Justicia y los medios documentaron con suficientes escenas lo que ocurrió esa noche en Time Warp. El fiscal federal que interviene en la causa, Federico Delgado, después de escuchar a los testigos informó al periodismo que "la droga se compraba como choripanes en la cancha". Al ingresar a la fiesta se ofrecía droga como quien vende caramelos. La pregunta era siempre la misma: "¿Chicos, quieren pastis?". Por la muerte de los cinco jóvenes la Justicia separó de sus cargos a los jefes de la zona Río de la Plata y de Narcotráfico de la Prefectura Nacional y al jefe de la empresa privada de seguridad encargada de custodiar el local.
En otras palabras, lo que se ha logrado es naturalizar el consumo de droga, que hoy se hace a la vista de todos. Así, estamos naturalizando la muerte. En estos días escuchamos opiniones que oscilan entre la ignorancia, la banalización, el cinismo y el desprecio por la vida. Por ejemplo, que supuestamente hay droga buena y droga mala y que, en consecuencia, "hay que verificar las pastillas" al entrar a un recital o una fiesta. La traducción inequívoca de esta verificación es: "Vení a drogarte tranquilo, ésta es de la buena".
Uno de los argumentos de quienes aceptan la legalización tiene que ver más con el enorme poder del mercado de la droga que con la convicción de que tarde o temprano el consumo se convierte en adicción. Como no lo puedo controlar, lo hago legal. Esto es, la guerra contra la droga ha fracasado. En muchas de esas expresiones hay una enorme irresponsabilidad, y en otras, una fuerte intencionalidad.
La lucha contra las drogas se gana cuando se logra reducir la demanda y el consumo, y acompañando a quienes han caído presas de este flagelo. A veces me pregunto cuántos de los que opinan sobre la droga han tenido en sus brazos a chicos desesperados destruidos por el consumo. No le demos más vueltas: no existe una supuesta "libertad" capaz de hacer "más feliz" a un individuo que consume. Al contrario, la felicidad es el fruto de una vida digna vivida en libertad, lejos de las adicciones. A las familias y a los amigos que perdieron a un ser querido les queda apenas el consuelo del recuerdo.
El Gobierno expresó, con acierto, que una de sus tres prioridades es el narcotráfico. Al hacerlo, refleja una clara compresión de la magnitud del problema. Pero no se trata sólo de combatir el delito asociado al narcotráfico. Hay que comprender, de una buena vez, que no es la droga el centro del problema, sino las personas que se drogan.
Ya existe una ley promulgada en diciembre de 2009, la ley 26.586, que creó el Programa Nacional de Educación y Prevención sobre las Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas. Hay que recordar que logró la aprobación de todos los partidos políticos, pero todavía no ha sido debidamente implementada. Es urgente un acuerdo nacional para implementar esta ley, que permitiría encarar en forma seria y sistemática el problema de las drogas. En un reciente encuentro con jóvenes en Roma, el papa Francisco los despidió con estas palabras: "Si no sabés decir que no, no sos libre".
Miembro del Observatorio de Prevención del Narcotráfico y especialista en educación