La impunidad, mayor activo de la casta
Hay algo que sabemos, pero tendemos a olvidar: la falta de independencia del Poder Judicial –su sometimiento al poder político– es la causa que mejor explica el deterioro de nuestro país. La impunidad es el mayor activo de la casta. Bajo su amparo, los conocidos de siempre se entregan al gozoso ejercicio de la corrupción. Ese activo es provisto por jueces venales que pasan a integrar el club de privilegiados que pagan su felicidad con fondos públicos mientras generan, del otro lado, un vacío que explica la pobreza de la mitad de los argentinos. El Presidente no se cansa de fogonear una polarización entre “los argentinos de bien” y “la casta”. Tras la nominación del juez Ariel Lijo para cubrir la vacante que dejó Elena Highton en la Corte Suprema, ¿de qué lado habría que ubicar a Javier Milei? Aunque quizá sea muy pronto para responder el interrogante, la pregunta se impone sola.
Puede que el Presidente encarne el cambio en un aspecto esencial, pero en otros representa la más acabada continuidad. Las dificultades surgen cuando esas continuidades conspiran contra ese cambio que aparece como el principal objetivo del Gobierno. Por otro lado, al reafirmar las continuidades, Milei parece desconocer que parte de los votos que obtuvo contenían el mandato de ponerles fin: la expectativa social de cambio que lo llevó a la presidencia pasaba también por ahí. En este punto, defrauda a muchos.
No hay duda de que el Presidente está decidido a producir un cambio en la economía basado en el equilibrio de las cuentas, la desregulación y la reducción del Estado. Para sanear un sistema económico enfermo, se atreve a hacer lo que ningún gobierno hizo antes. Esta osadía, junto con la presunción de que sabe qué resortes mover para lograr su propósito, mantiene la ilusión de cambio en una sociedad dispuesta a apostar en él lo poco que le queda, consciente acaso de que el fracaso de esta oportunidad abriría las puertas a un padecimiento aún mayor del que supone la recesión actual. Aquí el temor es que el Presidente no calibre los efectos que el desborde de su ortodoxia podría tener sobre aquellos que están cerca del abismo o ya ruedan por la pendiente.
"Con la nominación del juez Lijo para la Corte, Milei les está diciendo a quienes fatigan los tribunales que no se preocupen"
Del otro lado, la continuidad más ostensible es la perpetuación del populismo tanto en el discurso presidencial, pródigo en agravios, como en la dinámica confrontativa que ese discurso promueve. Era ingenuo esperar otra cosa de quien admira a Donald Trump y basa su popularidad en el desenfreno emocional, con prevalencia de la ira. En esto Milei es la continuidad del kirchnerismo. Algo paradójico, dado que el voto republicano que le dio el triunfo en el balotaje no pedía motosierra sino que apuntaba al deseo de dejar al kirchnerismo atrás (la otra opción, recordemos, era Sergio Massa).
En su populismo, Milei no representa lo nuevo, sino lo viejo. Sin embargo, oímos que encarna un fenómeno que no puede ser analizado con las herramientas de la vieja política y exige poner en juego categorías nuevas. La idea, peligrosa, habilita en forma subrepticia sus desbordes y le concede una suerte de patente de corso que vuelve aceptables actitudes que en otros serían condenadas de inmediato. El descalificador “no la ve” que disparan los libertarios ante las críticas es el intento de hacer pasar lo conocido, lo que ya hemos visto tantas veces, por algo nuevo y original.
Con la nominación del cuestionado juez Lijo, aparece la sombra de una continuidad más ominosa. Aun sin proponérselo, con esa decisión Milei les está diciendo a los gobernadores feudales y a quienes fatigan los tribunales que no se preocupen. Que, aunque se disponga a cambiar el diseño económico del país, la política seguirá manejando a la Justicia y eso es garantía de la pervivencia de la casta. En el fondo, soy uno de ustedes. Que siga la fiesta. Ese es el mensaje.
La cosa es muy mala, aun prescindiendo de especulaciones sobre si en el origen de esta nominación, más allá del despecho del juez supremo Ricardo Lorenzetti, hay un pacto de la Casa Rosada con Cristina Kirchner, Sergio Massa o algunos gobernadores peronistas.
Sobre el juez Lijo pesan fuertes denuncias judiciales y periodísticas por dudosos manejos en causas sensibles, y su nombre está ligado a la troupe de “operadores judiciales” con terminales en distintos partidos y entre los que se menciona a su hermano, Freddy Lijo, a Daniel Angelici y al exfuncionario sciolista Guillermo Scarcella. Como dicen en las redes, más casta no se consigue.
Con las causas de la corrupción K en pleno avance, son muchos los que buscan una impunidad que la actual mayoría de la Corte –compuesta por Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda– no está dispuesta a conceder, a la luz de la independencia con que dicta sus sentencias.
¿Puede Milei recuperar la confianza de los inversores, vital para la economía, si avala la burla a la ley? Más aún, ¿puede el país seguir adelante si cierra los ojos al latrocinio de los gobiernos K, es decir, si la impunidad vence? Hay continuidades que, de afianzarse, relegarían cualquier noción de cambio.