La importancia de dormir bien
Imaginen un tratamiento que mejore el estado de ánimo, consolide las memorias, fortalezca el sistema inmune, mejore el metabolismo y robustezca al sistema cardiovascular. Parece increíble, pero existe: se trata del sueño nocturno. Dormir la cantidad de horas adecuadas y en el momento correcto es un compañero inigualable para la salud, algo que debemos recordar siempre, no solo hoy, en el Día Mundial del Sueño.
Dormir es vital: en experimentos realizados hace décadas (y que ya no se repiten, por obvias razones) se comprobó que los animales no sobreviven a la privación crónica de sueño, en la misma escala temporal que la falta de alimento. Dormir es tan importante como comer. No se trata solo de descansar: existen diversos procesos fisiológicos que requieren de un buen sueño nocturno para manifestarse normalmente. Durante el sueño se repara el cuerpo, se crece – y cuánta razón tienen las abuelas al mandarnos a dormir para crecer–, se consolidan los aprendizajes.
El sueño también nos protege del alemán más temido: parece ser que una estrategia terapéutica para enlentecer la progresión del mal de Alzheimer es… dormir bien. Dormir poco también nos deja más sensibles a los virus que causan el resfrío (dormir menos de 6 horas diarias es un camino al pañuelo)
Pero la vida contemporánea da cierta mala prensa al sueño, como si fuera una pérdida de tiempo de la cual debiéramos librarnos. Y lo estamos intentando: según datos anecdóticos, en promedio dormimos alrededor de una 1 hora menos que hace 50 años y 2 horas menos que hace 100 años. Si consideramos que la recomendación de sueño nocturno para adultos es de un mínimo de 7 horas, perder 1 o 2 resulta muy significativo. Lo mismo en adolescentes, con un requerimiento mínimo de 8 horas de sueño, que se extiende a al menos 9 para niños. Irónicamente podríamos decir que si seguimos así hacia el año 2758 ya no dormiremos.
Tampoco es muy adecuada la calidad del sueño contemporáneo: según diversas encuestas (incluidas las de la Asociación Argentina para la Medicina del Sueño), más de un cuarto de la población sufre de algún trastorno para dormir, ya se trate de dificultades para conciliar o mantener el sueño, o dormir pocas horas o a destiempo, o incluso la presencia de apneas, esa enfermedad silenciosa que nos roba el aliento durante la noche. El enemigo número uno del sueño es el estrés, y vaya si vivimos en un mundo estresante…
Pero el sueño no solo impregna la salud: sus problemas también son muy caros. Se calcula que los trastornos del sueño le cuestan a un país alrededor del 1-2% del PBI, teniendo en cuenta las caídas en la productividad, las tasas de accidentes, las alteraciones del sueño en la tercera edad, las enfermedades crónicas o internaciones que alteran el dormir, el ausentismo o impuntualidad, los horarios que interfieren con las agujas de nuestro reloj biológico. A las campañas de no beber antes de conducir debiéramos agregarles la de descansar bien antes de conducir. El sueño incluso se vuelve política pública cuando consideramos los horarios y turnos laborales, las guardias en personal de salud o de seguridad, los husos horarios, los turnos escolares o las consideraciones socioeconómicas que lo alteran marcadamente.
Hace no mucho, el presidente de Netflix manifestó que su principal competidor es el sueño. Nada nuevo: el sueño fue el gran enemigo de la revolución industrial; había que lograr que esas chimeneas humearan todas las noches y, casi literalmente, reinventar la luz (un tal Edison tuvo mucho que ver con esto). Pero si en algún momento el insomnio fue un hecho forzado, o al menos aceptado como un mal necesario (pero un mal, después de todo), hoy lo soportamos y aun lo buscamos. De todas las tecnologías exponenciales, el insomnio es la más peligrosa.
La pandemia ha sido también un notable laboratorio de sueño: según nuestras investigaciones, en plena cuarentena hemos dormido más (alcanzando el mínimo recomendado), más parejo –otra buena recomendación para mejorar el descanso – pero, también, más tarde, siguiendo una tendencia cultural en nuestro país que obliga a que todo ocurra “más tarde”, con lo que comprimimos el sueño nocturno y nos exponemos menos a la luz diurna, el verdadero combustible de nuestro reloj interno. Y a falta de luz diurna, solemos ir a dormir acompañados… de pantallas, que engañan a nuestro reloj tentándolo a invadir parte de la noche, perdiendo esos preciosos minutos de descanso y reparación.
La nueva ciencia del sueño está en sus comienzos: en las últimas décadas aprendimos las consecuencias del mal dormir sobre la salud, sobre el rendimiento, sobre el estado de ánimo, incluso sobre el peso corporal. De a poco estamos comprendiendo que el sueño es un derecho, y es nuestra obligación promoverlo desde la ciencia, desde las leyes y las políticas públicas. Al fin y al cabo, todos queremos cumplir nuestros sueños. Pues bien. para cumplirlos hay que empezar por lo más básico: dormir.
Investigador superior del Conicet y profesor plenario de la Universidad de San Andrés