La ilusión del simplismo
Los populismos dejan la factura para más adelante. Y cuando nos enfrentarnos con la realidad, reaccionamos indignados
Un amigo define los populismos como la subordinación permanente del largo plazo al corto plazo. Me gusta el poder de su interpretación: no conozco ninguna que sea más clara y sintética acerca de lo que muchos entendemos por dicho término. La misma no requiere referencia alguna a cuestiones más complejas y debatibles, tales como tradiciones nacionalistas, actitudes demagógicas, propensiones asistencialistas o tendencias de tinte autoritarias. Las administraciones kirchneristas han tenido, en ese sentido, un neto sesgo populista. En materia de economía han optado por pedir prestado al futuro (malgastar recursos de la Anses, dilapidar innecesariamente las reservas y emitir dinero) antes que corregir las inconsistencias que se fueron acumulando.
En pesos de hoy, el gobierno nacional tiene la friolera de 400.000 millones más que en el año 2003, es decir el equivalente a 40.000 pesos más por familia por año. Gasta dos veces más en seguridad sin resultados. Cuatro veces más en educación y los problemas continúan. Veinticuatro veces más en subsidios a empresas privadas y públicas, en una dinámica típica de bola de nieve que ha llevado a que sea el propio BCRA el que imprime billetes para pagar ese derroche insostenible. En el caso del transporte se han gastado 175.000 millones de pesos de hoy, es decir 10.000 boletos mínimos por habitante del Área Metropolitana de Buenos Aires: no hace falta recordar cómo se viaja en nuestro país. No cabe duda de que los subsidios son un instrumento imprescindible a la hora de construir una sociedad integrada. Precisamente por ello, porque son tan importantes, es que no pueden quedar en manos de Julio De Vido, Ricardo Jaime o Guillermo Moreno.
Los populismos hacen eso: dejar la factura para más adelante
En materia legislativa también ha caído en la tentación de iniciativas con escaso sustento detrás. Eso ha ocurrido, por ejemplo, en temas de seguridad (con la aprobación de la "ley Blumberg"), o de prevención y atención a la violencia de género (no da los pasos administrativos para que se cumpla con la legislación sancionada). Y también se podría decir lo mismo en otras áreas. Eligió que la Asignación Universal por Hijo esté sostenida en un decreto antes que una ley. Y la universalización de las prestaciones previsionales se hizo en base a una holgura fiscal momentánea y no rediseñando integralmente el sistema: hoy casi la totalidad de la clase pasiva tiene cobertura, pero nadie se pregunta qué pasará con los que se retiren dentro de 5, 10, 15 ó 20 años.
Los populismos hacen eso: dejar la factura para más adelante. Y cuando salimos de la burbuja de la ilusión para enfrentarnos con la realidad, reaccionamos indignados. Lamentablemente, en nuestra furia sólo vemos los problemas más recientes y obvios. Caemos, entonces, en un diagnóstico excesivamente simplista acerca de lo que nos aqueja, y aceptamos consignas unidimensionales. "Es preciso acabar con las mafias y la corrupción", "Hay que defender las instituciones", "Tenemos que tener más diálogo" o "Lo que importa no es la ideología sino resolver los problemas de la gente" constituyen todas apelaciones que pueden sonar atractivas pero resultan semi-vacías y no alcanzan a describir la magnitud de los desafíos que nos aguardan. El facilismo de las recetas en las que confiamos cuando las fisuras de lo vigente se tornan indisimulables no es de ahora. Hace poco más de una década también creímos que si complementábamos la Convertibilidad con honestidad tendríamos un futuro promisorio. Así nos fue.
Lamentablemente, en nuestra furia sólo vemos los problemas más recientes y obvios. Caemos, entonces, en un diagnóstico excesivamente simplista acerca de lo que nos aqueja, y aceptamos consignas unidimensionales
Es que los tan mentados fines de ciclo resuelven poco o nada: no podemos mejorar sólo a fuerza de contradecir los defectos más salientes de lo último que padecimos. Tampoco poniendo, como sociedad, las culpas siempre afuera en una clara actitud adolescente. Si pretendemos soluciones adultas debemos actuar con madurez. Tenemos que hacernos responsables de nuestros actos, ser capaces de ver en las falencias de los otros también las propias, y reconocer que los grandes cambios requieren trabajo, constancia y paciencia. Desarrollarse es un poco como ver a los hijos crecer: ocurre todo el tiempo pero sólo nos damos cuenta cuando somos capaces de mirar a la distancia. Ojalá un día podamos decir con asombro y orgullo: ¡cómo cambió el país en los últimos veinte años!