La humillación, a orillas del mar
En 2004, Aheda Zanetti se sentó a diseñar una prenda para su sobrina, que quería jugar netball, una suerte de pelota al cesto que se practica en Australia. Alineada con los códigos de vestimenta de su familia musulmana, a la joven se le hacía difícil o, más bien, imposible hacer deporte por su hijab y por la incomodidad para flexionar piernas y brazos debajo de ropas oscuras y pesadas. Aheda (48) consiguió entonces inventar una vestimenta deportiva que, sin vulnerar el respeto a la tradición, permitiera una gran libertad de movimientos. Así nació el burkini, mezcla de burqa y bikini, prenda de tejido elástico que solo deja al aire el rostro, las manos y los pies de la mujer y que por estos días es centro de la polémica en Francia luego de que las autoridades de once playas de la Costa Azul prohibieran su uso en nombre del laicismo y la amenaza terrorista, ya que esa prenda exhibe de manera contundente una creencia, una religión que hoy es cuestionada y hasta temida. La Justicia revirtió la prohibición pero la discusión persiste: ¿no es contradictorio que aquellos que enarbolan la libertad como estandarte le prohíban a una mujer entrar vestida al mar? ¿No es contradictorio que los mismos que cuestionan a los islámicos radicales por obligar a las mujeres a esconderse tras las ropas las obliguen a desvestirse en público?
En medio del secular raid por una vida libre de burkinis, la policía de Niza multó a una mujer por llevar uno en la playa, mientras a su alrededor varias personas gritaban feroces consignas racistas sin la menor consideración hacia esa mujer humillada ni hacia sus hijitos. Niza es el escenario donde hace poco más de un mes casi noventa personas murieron luego de que un desquiciado de origen tunecino atropellara con un camión a multitudes que se habían reunido para celebrar el aniversario de la Revolución Francesa, pero las consignas racistas no nacieron la noche en que los fuegos artificiales se tiñeron de sangre. El terror al terrorismo puede ser mal consejero, como podemos ver en estos días, cuando los franceses se proponen inyectar laicidad a los religiosos por la fuerza, del modo en que Estados Unidos busca inyectar democracia cada vez que invade países que no comulgan con ese sistema político. La laicidad pretende igualar a todos los ciudadanos en su libertad de elegir en qué creer y cómo vivir y es, en principio, la manera más democrática de vivir en sociedad. Sin embargo, cuando el ateísmo fue religión de Estado terminó oprimiendo a la población de la misma manera que lo hace la religión cuando se funde con la esfera estatal. En ambos casos lo que está en juego es la libertad individual.
No me gusta que las mujeres deban cubrirse ni en el mundo musulmán ni como precepto de otras religiones. No me gusta, en realidad, que los hombres determinen los modos de vestir de las mujeres, que ellas se vean obligadas a cubrir sus cabezas con velos o con peluca y mucho menos me gusta verme obligada a hacerlo. Quiero decir: entiendo que pueda ser sinónimo de respeto, pero no me resulta cómodo cubrirme la cabeza, los brazos o las piernas en nombre de la religión de otros pero de la misma manera me parece violento y autoritario prohibirle a una mujer que se cubra, más allá de si lo hace por obligación o por voluntad y esto sí es tema para otra columna: muchas mujeres -diría que cada vez más- aseguran que cubrir sus cuerpos es una elección personal.
Con solo reflexionar un momento en el mar de imágenes y noticias que abruman sin respiro, no hay manera de no ver que los cuerpos de las mujeres molestan, siempre. Molestan cuando muestran mucho (sólo basta leer los comentarios de los foros de los diarios cada vez que una mujer es víctima de femicidio) y también cuando no muestran nada y exhiben ese ocultamiento en la playa pública, algo que fue llamado una "provocación" por el ex presidente Nicolas Sarkozy, quien se propone volver al Elíseo en 2017 y para eso promete prohibir el burkini en todo el país, una idea que puede llegar a servirle para birlarle electores al xenófobo Frente Nacional de Marine Le Pen
Aheda Zanetti dice que cuando creó el burkini buscaba darles libertad y empoderamiento a las musulmanas en su país y, sobre todo, deseaba que pudieran mantener sus creencias y también disfrutar de la vida al aire libre como lo hacen los australianos, en una dinámica amalgama de culturas. Aheda contó que primero probó su creación en la bañera de casa y que recién después se animó a hacerlo en público. Y dijo algo más. Dijo que cuando se tiró por primera vez de cabeza en una piscina ante la mirada de los otros, por debajo del traje de baño que le cubría todo el cuerpo de la mirada ajena llevaba puesta una bikini, para ella solita.
Twitter: @hindelita