La humildad en minúscula del poeta
En tiempos de egos e ínfulas, vale recordar al poeta del nombre en minúscula. Me refiero al estadounidense e.e. cummings, tan dedicado a encontrar en la lengua rastros (o restos) de humanidad. Su búsqueda llegaba hasta la letra, y era capaz de sustraerle una vocal a una palabra para observar su funcionamiento en el poema. Lo más llamativo era su relación con la puntuación, las mayúsculas y las minúsculas. No cumplía con las exigencias habituales de la gramática. Establecía nuevos cortes, uniones, saltos (un verdadero atleta del habla) y se empeñaba en abolir la mayúscula; sólo la mantenía en escasas ocasiones, cuando la altura del sentido lo requería.
Jorge Santiago Perednik, el traductor de los poemas de cummings que integran la reciente y bella publicación de Descierto (nueva editorial de delicados hallazgos, que también lanza este mes un "maldito" difícil de encontrar, el poeta simbolista francés Saint-Pol-Roux, en edición bilingüe) refleja agudamente el trabajo minucioso, casi artesanal con la lengua que desarrolló el poeta norteamericano.
En el prólogo, Perednik advierte la "contradicción vasta que estos poemas de e.e. cummings ponen en juego con escenas distintas entre lo que es múltiple, repetido, común y lo que es singular, único". Hay palabras-conjunto y palabras-parte. Las primeras son aquellas que el poeta ensambla en busca de otros significados; las otras, las que corta, parecen restos de algo pasado o despuntes del porvenir.
A pesar de cierto desafío que puede plantear su lectura, no se trata de un mero juego, sino de una apuesta vital: el deseo de simultaneidad. Esto es muy actual con respecto al uso del lenguaje y plantea la relación del tiempo con la expresión.
En los tiempos que corren (literalmente) pareciera que no alcanza la voz para desenvolver la frase; impera el decir, como si abrir la boca fuera más importante que hacerse entender. Claro que no es lo mismo hallar un efecto de simultaneidad en el verso que llevarse por delante las palabras haciendo trizas el lenguaje. Perednik ofrece un ejemplo muy visual: el modo en que cummings junta las palabras "soledad" y "hoja que cae" (en inglés) dando cuenta del momento en que el árbol queda realmente solo: cuando se le desprende la última hoja. Al condensar las palabras, aparece el efecto de la soledad.
Casi todos sus poemas empiezan en minúscula, como si vinieran de otra parte. El único que lleva mayúscula en este libro comienza con la palabra "Humanidad". En cada estrofa, aumenta la entrega. En la primera dice: "Humanidad yo te amo"; en la tercera: "Humanidad yo te amo porque", y en la quinta: "Humanidad yo te amo porque estás/ todo el tiempo metiendo el secreto de/ la vida en tus pantalones y olvidando/ que estás allí y sentándote/ sobre él".
La publicación incluye un texto burlesco del propio cummings sobre el quehacer del poeta, unos apuntes sobre su vida, fotos y dibujos, y en la contratapa, como sello editorial, aparece la firma del autor, de letra y... puñetazo.
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