La huella de la multitud: claves para entender la obra de Andrés Waissman
Artista de varias facetas, exhibe una instalación en Gachi Prieto realizada con virutas
Artista de varias facetas, Andrés Waissman (Buenos Aires, 1955) condensa en sus obras tradiciones religiosas, políticas y sociales. El judaísmo, los aportes del surrealismo y el arte testimonial, la influencia de las luchas políticas en la Argentina, el tributo fértil de las diásporas y la influencia de la literatura determinan una obra densa, se diría rebosante de significados contrapuestos y, a la vez, dinámicos.
Como Waissman cuenta en el documental realizado por Eduardo Montes Bradley, sus abuelos llegaron a la Argentina desde Rumania, Siria e Inglaterra. Esa mixtura de culturas se aprecia en sus trabajos pictóricos, en especial sus series Fondo de ojo y Multitudes, que han merecido reconocimiento nacional e internacional.
Sacándole viruta al arte
Encapotado, la misteriosa nube (o capa) de hilos de metal que ocupa gran parte de la galería Gachi Prieto, parece un punto de inflexión en su obra, pero es probable que se trate sólo de una impresión. No es la primera vez que Waissman trabaja con ese material industrial residual, la viruta, provisto de varios sentidos, incluso biográficos.
El concepto de arte de Waissman no es débil: siempre está vinculado con el hacer, con aquellas actividades con que los humanos ocupamos las horas en busca de sentido. En su nuevo trabajo, acaso un modelo de lo que se denomina site specific, la obra muta, se transforma y se desvanece en el tiempo real de su abrumadora presencia.
“Las virutas aparecieron como obra hace alrededor de ocho años –cuenta Waissman-. La novedad tiene que ver con haberla sacado de formatos más tradicionales, pero tuvo necesariamente que cruzar ese período anterior.” Años antes, el artista dejó reposar ese material sobre el bastidor y, al retirarlo, había dejado la tela impregnada de óxido.
“En Encapotado se convierte en una masa enorme que toma todo el espacio y cobra la fuerza que intuí hace tiempo y que los acontecimientos internos y externos aceleraron. Ese entramado de viruta de acero suspendida se constituye, viva y mutante, en un dispositivo que crea experiencias y confronta con aquello que no conocemos, que no entendemos. Algo de ese entrecruzamiento de hilos pide a gritos respuestas: son bocas, son gargantas, son agujeros.”
Waissman asegura que su actividad artística se orienta por una reflexión primordial. “Todas mis obras tienen al hombre como entidad fundamental -dice-. Mis trabajos en viruta están ligados a mis pinturas de Multitudes. Pero también a Rompecabezas, de los años 70, a las series Fondo de ojo y Abgrund. Aprendí que hoy es muy poco lo que acerca o conmueve. El arte sólo parece abarcar y atrapar a pocos en pocos momentos. No soy un autor políticamente correcto, creo hacer todo lo contrario. La desolación hoy es tremenda y el arte no es un juego. La banalidad debería quedar fuera de este campo. Muchos de nosotros tenemos la certeza de que las cosas están fuera de control y de que estamos al borde de un precipicio; basta con ver las masas de refugiados, la indiferencia de los otros y la liviandad con que se maneja el mundo en esta civilización del beneficio.”
Encapotado responde, en primera persona, a esa visión perentoria. La instalación estuvo al cuidado de Lara Marmor.
Tres preguntas a Andrés Waissman
-¿Cómo se vincula tu trabajo artístico con el de docente y curador de muestras de creadores jóvenes?
-Amo la docencia como instancia de transmisión de saberes y también de interrogantes. Algunos jóvenes me sorprenden en su intento de encajar en un tiempo de contrastes terribles. Muchos tienen la lamentable ansiedad de ser ingeniosos; de otros, aprendo. Hay mucho talento, pero se genera demasiado desgaste por el abuso de estupidez del afuera. Estar en permanente contacto con ellos hizo que aprendiera a trabajar desde otros lugares y que nada fuera imposible dentro de cierto método del conocimiento. Ser guía temporario exige estar abierto y dar mucho. Si eso no se da, no se ayuda en nada.
Cuando me invitan a curar una muestra, convoco a artistas que sean singulares, que trabajen diferentes soportes, que estén comprometidos visceral y conceptualmente con su obra. Sólo a veces un artista pega un grito cuando termina una obra. Pasa muy pocas veces y en general depende de la continuidad creativa, de la pelea. Se ve enseguida una obra que sólo fue hecha porque sí, una obra donde no hay lucha, una obra cansada o mecánica, un prólogo ligero. Me interesa la curaduría como espacio creativo, de edición, pedagogía, comunicación y puesta en escena.
-¿En qué estado se encuentra, en tu opinión, el arte en el país y la gestión oficial en esa área?
-En principio, el trabajo fundamental de los artistas argentinos pareciera ser la autogestión. Y a veces esa gestión lleva más tiempo que el proceso de producción de obra, lo cual se torna problemático. Supongo que se trata de responder a las exigencias del afuera y también de despojarse de la mochila de la herencia recibida. Hay cierta indiferencia generalizada, quizás porque hay hartazgo ante el panorama de una Argentina casi imposible de transitar y con una notable de falta de autoestima.
Por otro lado, cada vez más hay una enorme interrelación entre los artistas. Esa generación de lazos espontáneos, creativos y profesionales permite la construcción de tejidos comunitarios y, en el mejor de los casos, el desarrollo de capacidades de una autoconciencia: la escena se observa a sí misma, se comprende para y por sí.
Buenos Aires y muchas otras ciudades del país continúan siendo lugares de talleres literarios, de actividad teatral, de danza y música, donde la cultura y el arte en general se desarrollan con enorme potencia, independientemente del Estado. Pero la escena sigue siendo endogámica y fragmentada. Podríamos decir que, quizás por eso, aún hoy muy pocos argentinos se vinculan con el mundo de las artes.
Casi parece un cliché pero en las esferas de la política, de cultura se habla poco y de arte, mucho menos. En los últimos tiempos se fue creando otra cultura, que parece apoyarse en el espectáculo, con fiestas a todo ruido y una banalización extrema. ¿Será que creen que de esa manera el arte se hará popular?
Mientras que en los salones de la política se gestan reuniones y viajes internacionales, se realiza lobby y se acuerdan protocolos, entre los artistas y gestores el foco de la conversación son las carencias (y oportunidades) para las políticas públicas en materia cultural. Los certámenes están tan viciados como las medidas de selección que dependen de autoridades de la cultura. Se elude sistemáticamente la carencia de institucionalidad realmente coordinada.
-¿En qué trabajás actualmente?
-Estoy trabajando desde hace un tiempo con tiras de papel interminables, como las que compraron el Muntref en arteBA el año pasado y una pareja de australianos que están abriendo un museo en Sidney. Allí es donde fueron vistas por primera vez.
Alguien me dijo el otro día, mientras estaba trabajando en ellas, que leyera Salvatierra, la novela de Pedro Mairal. Son tintas sobre papel de arroz desplegado en un dispositivo enrollable, que hace que se vean fracciones de apenas unos dos metros de un trabajo que tiene seis metros y medio de largo. Dejo jugar la línea y se van creando personajes, uno sobre otro, uno a continuación del otro. Otra extensa hilera de una multitud pero con rostros. Es un juego entre el dibujo espontáneo y el pensamiento constante sobre la historia, entre la máscara y el gesto.
Encapotado, de Andrés Waissman en Gachi Prieto. Al cuidado de Lara Marmor, hasta la primera semana de marzo. Entrada libre