La hora de la sensatez y la humildad
En estas páginas, días atrás, Héctor M. Guyot escribía sus reflexiones bajo el atractivo título "El virus de nuestra soberbia". Ofrecía al lector el ejemplo de un importante médico estadounidense que pudo sobrellevar (y reponerse) el virus que concita hoy nuestros desconciertos. Transcribía Guyot un párrafo de ese médico, especialista en enfermedades infecciosas: "…para un médico como yo (64 años) la experiencia ha sido una lección de humildad acerca de los límites de la medicina". La naturaleza gobierna, y si bien se puede incidir sobre ella, "su poder es mucho más grande que el nuestro". Advertí que personas de bien ganada importancia daban razón frente al cúmulo de dudas que, de manera cotidiana, se suma al cuidadoso lector de los diarios argentinos. La vanidad y la superficialidad han venido ganando a la modestia.
De otro lado, sentí que no había quedado en soledad cuando pude ver y escuchar la conferencia de prensa del Presidente del viernes 10 de abril. Dejo de lado –por una vez– el tema de la infame actitud de sobreprecios en los productos y fármacos vinculados con nuestra obligación de proteger debidamente los dineros del pueblo todo. La sensatez debió devenir humildad en tiempos en que el default ya convoca desde la cruda realidad. Es que el quehacer respecto del hambre y de la salud nos trae a la memoria a aquel formidable ministro de Salud del presidente Arturo Illia que se llamó Arturo Oñativia. Tenía Oñativia clara conciencia de que en el tema de la salud primero estaba el derecho social a ella, y como ministro (1963-1965) impulsó el dictado de dos leyes (16.462 y 16.463). Afiliado Oñativia desde temprano a la Unión Cívica Radical, su lucha respecto del dominio de las empresas farmacéuticas le valió ser tildado de "comunista". Se pretendía denostar a un hombre del que Juan B. Justo habría dicho que era "de uñas cortas y manos limpias", porque intentó hacer cierto el mandato constitucional: ese que daba al medicamento el carácter de bien social al servicio de la salud pública, desoyendo al lobby farmacéutico, que clamaba por el descenso de sus ganancias.
Con un crecimiento argentino que llegó hasta el 8% anual, el Partido Militar quitaba de la presidencia de la República a Arturo Illia el 28 de junio de 1966. Su derrocamiento fue, para algunos, producto del quehacer del lobby petrolero, ya que había anulado contratos petroleros lesivos para la economía argentina. El tiempo iba a demostrar que el lobby preponderante en el impulso del derrocamiento había sido, en cambio, el lobby farmacéutico. Y hacia allí hay que mirar por los tiempos que se vienen.
El Presidente, en conferencia de prensa, quiso evidenciar que, frente a la incertidumbre que gesta este virus (China parece volver a tener infectados), éramos de lo mejorcito dentro del barrio latinoamericano. Al escucharlo me pregunté si el modo de comparar con otros países traía certeza frente a cuándo y cómo los argentinos íbamos a tener seguridad de efectiva superación de esta dramática realidad. Y si manejados los índices desde otra perspectiva, algún país vecino podía intentar la refutación y alguna incomodidad diplomática. Chile dijo "presente". ¿Valen estos malabarismos numéricos en torno a un tema que depende de una vacuna aún no conseguida? ¿No es mejor aunar esfuerzos para que –esperanza mediante– cuando llegue la hora de obtener lo irrefutablemente eficaz estemos todos pensando desde ya cómo contener las voracidades del lobby farmacéutico? ¿Será posible?
Abogado; presidente honorario de la Asociación Civil Anticorrupción