La hora de los jueces
A la par de la aceleración y exponencial elevación de la curva de contagios, pareciera que el oficialismo ha decidido acompasar semejante derrotero con una degradación similar de nuestras instituciones. Tal proceder no pasa inadvertido para muchos argentinos que despiertan del sopor de la "cuarenterna" y hacen escuchar sus angustiados reclamos. El coronavirus tiene a maltraer nuestra salud; el segundo proceso compromete la existencia misma de la república.
Los embates institucionales se suceden a diario, sin que el Poder Judicial de la Nación logre activar los frenos necesarios en tiempo oportuno. Para muchos argentinos, pareciera confirmarse el peor diagnóstico, una suerte de "fusión" terminal con la enfermedad llamada a combatir, que aunque no fuere tal, al menos lo parece
Todo el sistema de salud, nuestros médicos, enfermeros, libra a diario una desigual batalla contra un enemigo esquivo ensañado con nuestras vulnerabilidades. Sin descanso, sin pausas, hasta el agotamiento extremo, arriesgando la propia vida y la de sus seres queridos. Lo testimonian más de 20.000 contagiados y 80 fallecidos. En el otro frente, el institucional, la última línea de defensa, el Poder Judicial –por acción u omisión– pareciera adormilado en plena batalla, dejándonos inermes frente a tan desolador avance. Existen muchísimas y honrosas excepciones, pero los efectos propios denuncian a quienes se evidencian "cómplices". Los embates institucionales se suceden a diario, sin que el Poder Judicial de la Nación logre activar los frenos necesarios en tiempo oportuno. Para muchos argentinos, pareciera confirmarse el peor diagnóstico, una suerte de "fusión" terminal con la enfermedad llamada a combatir, que aunque no fuere tal, al menos lo parece.
Piero Calamandrei, en su obra Elogio de los jueces, señalaba con agudeza que el verdadero peligro que enfrentan los jueces, las más de las veces, no proviene de afuera; su peor desgracia es el "terror de su propia independencia, una especie de obsesión, que no espera las recomendaciones externas, sino que se les anticipa; que no se doblega ante las presiones de los superiores, sino que se las imagina y les da satisfacción de antemano". En la Argentina, a resultas de años de "inmisiones políticas indebidas", se ha generado aquella respuesta anticipatoria y neutralizante con una regularidad desesperanzadora. Con cada uno de estos "fallos" se han vertido desechos tóxicos que se expanden sin frenos por el sistema institucional argentino debilitándolo al extremo.
Sin comparar a efecto alguno la Alemania nazi con nuestro presente, vale rememorar un diálogo de aquella conocida película de Stanley Kramer El juicio de Nuremberg (1961), en la que escenificó el proceso a los "jueces" que consintieron las atrocidades del Tercer Reich. Sobre el final, llega un diálogo clave entre el juez estadounidense (Haywood) y uno de los acusados, su homólogo alemán (Herr Janning), en el que este último, implorando, dice: "Le pedí que viniera porque esas personas, esos millones de personas… nunca supe que llegaría a eso. Tiene que creerme", a lo que Haywood responde: "Herr Janning, llegó a eso la primera vez que sentenció a un inocente sabiendo que lo era".
La deriva institucional paulatina y progresiva de Venezuela evidencia la existencia de un momento límite, una frontera temporal a la que –todo indicaría– hemos arribado. Es ahora cuando se deben restablecer los equilibrios institucionales alterados. Es el Poder Judicial, su Corte Suprema, el único que puede ponernos a salvo del otro lado del abismo.
Quizá nuestros magistrados deban reparar en la heroica labor de los agentes de salud a fin de encontrar la inspiración necesaria para sostener sus juramentos en esta cita con la historia. Todo indicaría que ha llegado la hora de los jueces.
El autor es abogado