La historia, tragedia y amnesia que sobrevuelan en Puente 12
Justo cuando en un suburbio de la ciudad de Buenos Aires se desarrollaba la batalla que, tras acabar con Rosas, catapultaría para siempre al Restaurador a Inglaterra, en Londres Karl Marx escribía El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Publicado inicialmente en Nueva York en alemán, el texto en el que Marx procura refutar a Proudhon y a Víctor Hugo cautivó desde entonces a los estudiosos del marxismo, salvo su primera frase, que directamente se volvió un hit multitarget: "La historia ocurre dos veces, la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una farsa".
Es obvio que la quinta vuelta del peronismo, ahora con el kirchnerismo en el vientre, potenció el uso de esta frase, que por una lejana resonancia hilarante habrá quien se la atribuya a Woody Allen. En la Argentina su verificación garantizada corría el riesgo de empujar al abuso. Y así fue, al punto que en sus años de tediosa verbosidad la propia Cristina Kirchner cada tanto le echaba mano, siendo ella actora indiscutida.
No la embocó Marx para esta parte del mundo con la unión del proletariado detrás de sus presagios (los proletarios se unieron, sí, pero cautivados por un coronel de sustento bibliográfico más conciso, Las Veinte Verdades), aunque su idea de que todo de alguna manera se repite una vez, tomada, en realidad, de Hegel, parece haber sido acá muy respetada.
Marx no pensó la frase para sobrecitos de azúcar. Fundamentó: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal".
Los espíritus del pasado se han apersonado en estos días con inconfundible vestuario setentista, pero, de nuevo, no en clave "marxista" sino recreativamente peronista. Con luces y sombras. Está, por caso, el Puente 12, al que ahora se nombra a repetición, ya sea porque en ese lugar germinó la sublevación policial que terminaría en Olivos trastocada en excusa para desfinanciar a la enemiga ciudad opulenta de Buenos Aires, o porque colectiveros indignados frente al asesinato de un compañero se plantan allí mismo, en Puente 12, en la Autopista Riccheri, y avisan: por el momento los colectivos no circularán por ciertos barrios de La Matanza. Miedo a ser asesinados por una causa desconocida, o por ninguna causa, paraliza a los choferes.
Antes ahí mismo se mataba y se moría por ideas, o eso se creía. El lugar está sobrecargado de pasado, pero nadie lo menciona. En Puente 12 fue la Masacre de Ezeiza, el mayor enfrentamiento armado interno que haya vivido una fuerza política desde 1810. Por si hace falta aclararlo la fuerza política cuyos militantes de izquierda y de derecha se mataron entre sí es la misma que hoy gobierna la Argentina, el peronismo, al que no le agrada para nada recordar ese día. De hecho, jamás lo recuerda.
Era una de las concentraciones más multitudinarias que haya habido, la fiesta popular por la vuelta definitiva de Perón al país. Como presidente de la Nación estaba Héctor Cámpora, a quien honra hoy el kirchnerismo con el nombre de su principal agrupación interna. Fundador aparte, Cámpora es la mejor figura que encontraron los kirchneristas tras revisar la historia argentina, pero rara vez hablan de los porqués de su meteórico ascenso y de su súbita caída. Casualmente la masacre que ocurrió en Puente 12 fue la que llevó a Perón a deponerlo tres semanas después de aquel desgraciado 20 de junio de 1973. "Ezeiza", como se llamaba al suceso en la época, marcó los años siguientes. Por el lado de quienes disparaban desde el palco preparado para Perón prefiguró el terrorismo de estado que meses después inauguraría López Rega con la Triple A.
Cámpora es la mejor figura que encontraron los kirchneristas tras revisar la historia argentina, pero rara vez hablan de los porqués de su meteórico ascenso y de su súbita caída
¿Por qué sin monolito ni cenotafio ni monumento ni placa ni nada significativo que recuerde la tragedia, en la que nunca se supo a ciencia cierta cuántas decenas de personas murieron asesinadas, Puente 12 se volvió otra cosa? A saber, un gran comando policial al que con impronta decadente peregrinan comisarios, sargentos y cabos de policía para exigir que les aumenten el sueldo y les den recursos. O donde los colectiveros dolientes testimonian con lamentaciones y pánico en qué se convirtió el conurbano bonaerense.
La razón es que el lugar en el que en los setenta se dirimía a tiros la "estrategia" (así se decía, sobre todo en el lenguaje montonero) ahora funciona, entre otras dependencias, un centro de operaciones estratégicas de la policía bonaerense. Y allí tiene su asiento el ministro de Seguridad de la provincia, Sergio Berni, el ampuloso médico, militar, abogado y político que día por medio se pelea con el gobierno nacional y que conforma una virtual ala derecha de Cristina Kirchner, su patrocinadora. Al parecer lo considera un captador de votos conservadores a futuro. Para ella, claro.
El contrasentido tal vez no encastra a la perfección con la frase de Marx, pero es muy curioso: uno de los aspectos impresionantes de la Masacre de Ezeiza fue la ausencia total de policía… ¡en una concentración de un millón de personas! (o más), por decisión expresa del gobierno de Cámpora. Con la idea suprema de que la política se cuida sola. Un poco tarde, podrá decirse, el lugar se volvió más policial que ninguno. Desde ahí se dirige una fuerza regular de 90.000 efectivos. Que a juzgar por lo que se ve no consigue prevenir los delitos ocurridos por la degradación social que existe en derredor, en particular en algunas zonas de La Matanza, el partido más populoso del país.
Es cierto que el primero en instalarse en Puente 12 no fue Berni sino el actual intendente y presidente del Partido Justicialista de Ezeiza, Alejandro Granados, cuando fue ministro de Seguridad de Scioli. Tiene lógica que los ministros de Seguridad bonaerenses no quieran irse hasta La Plata para manejar de lejos el caliente conurbano. El problema no es solo que por asentarse en Puente 12 el éxito de la misión les sigue siendo esquivo sino el nivel de negación del pasado traumático que supone manejar a la policía bonaerense justo desde ese lugar, donde la transparencia se escurre.
Casi 2500 kilómetros cuadrados tiene el conurbano bonaerense (con nada menos que diez millones de habitantes). ¿No encontraron un lugar mejor que este, donde el peronismo alcanzó la cumbre de la violencia y donde todavía resuenan los ecos de Leonardo Favio clamando por los altoparlantes con desesperación -como lo reconstruyera Marcelo Larraquy- "les ruego a los peronistas que no hagan uso de las armas"?
Es un poco peor. Puente 12 fue durante la dictadura un centro clandestino manejado por el sanguinario Miguel Etchecolatz, quien resultó condenado a prisión perpetua (su cuarta condena) por los crímenes que tuvieron ese escenario. Entre 1977 y 1978 también funcionó en las inmediaciones del puente 12 un centro llamado El banco. En algunos edificios todavía subsisten limitaciones judiciales para que no se remueva el suelo.
Con tristeza, vecinos de La Matanza recuerdan que en 1973, en la época de la Masacre de Ezeiza, dejaban las puertas de sus casas sin llave y dormían tranquilos.