La hija de González se divorcia
En voz muy baja, se producen las conversaciones de medianoche. Sin encender la luz
A medianoche, González y su señora apagan la luz. Ya han leído un rato, cada cual su libro. Ya han mirado los atroces noticieros de la tele. Llega el breve instante de sus relaciones sexuales, que consisten en acariciarse de memoria. Y luego, en voz muy baja, se producen las conversaciones de medianoche. Sin encender la luz.
-Viejo...
-¿Qué, gorda?
-Tengo que decirte algo. No es una buena noticia.
-¿Pasa algo, gorda?
-No sé, por ahí es mejor que de una vez se produzca el hecho. La nena se divorcia.
-¿La nena, nuestra hija, Lucy?
Ahora, por primera vez en la vida, estamos solos.
-Sí, la nena. Bueno, viejo, ya tiene treinta años.
-Y un hijo de tres. Y un marido de casi cuarenta. Pero... ¿Qué pasó?
-Nada, es el desgaste.
-¿El desgaste de qué? Se casó hace cinco años.
-No sé, viejo, yo te explico lo que me dijo ella. Hoy, al mediodía. Parece que tuvieron una discusión muy fuerte con Alberto. Y bueno, quiere venir a casa.
-¿A casa? ¡Pero ella tiene su casa!
-Es lo que yo le dije. Es que, viejo, desde que nos casamos estamos criando hijos. Hace más de treinta años. Ahora, por primera vez en la vida, estamos solos. Yo estoy bien así. Incluso pensábamos viajar este año...
-¡Por supuesto, gorda, vamos a viajar! Ya tengo reservados los pasajes para Madrid y Roma.
-Ya sé. Pero si viene la nena le tenemos que hacer un lugar. En el cuarto azul, donde vos tenés el escritorio, donde yo tengo mi taller de cerámica... Bueno, era el cuarto de la nena. Ella me pidió ese cuarto.
-¿Ese cuarto, justamente? Hay que cambiar todos los muebles. Es un problema. ¿Y nuestra nietita? ¿Lua?
-Bueno, hemos hablado de que Lua va a dormir en su cunita al lado de Lucy. Vos la podés llevar al jardincito a las ocho de la mañana, cuando te vas a la oficina. Y yo la voy a buscar al mediodía y me la traigo a casa... hasta las cinco, que vuelve Lucy.
-¿Y Lucy dónde piensa pasar el día?
-Ella quiere estudiar. Dice que el matrimonio le frustró la vocación. Ese es uno de los problemas.
¿Y por qué Lucy no empieza por solucionarse su propio problema? ¡Ahora tiene un flor de problema!
-¿Tiene una vocación?
-Sí, va a estudiar para counselor.
-¿Y eso qué es? Nunca vi a un counselor trabajando. He visto abogados, arquitectos, médicos, dentistas... pero un counselor nunca ví.
-Bueno, viejo, no empecés a ponerte nervioso. Es una carrera moderna. El counselor le soluciona los problemas a la gente.
-¿Y por qué Lucy no empieza por solucionarse su propio problema? ¡Ahora tiene un flor de problema!
-Sí, yo se lo dije, pero está muy sensible, es un momento difícil.
-Ajá. Bueno. Pero... Escuchame una cosa: esa chiquita tiene un padre. Lua tiene a su papá, Alberto. ¿Qué dice Alberto?
-Parece que está muy confundido. De todas maneras, se va a llevar a pasear a Lua todos los sábados y el mes de febrero. Es lo que conversaron. Y por supuesto, le va a pasar su cuota alimentaria. Mil pesos, dice Lucy.
-¿Mil pesos? ¿Y qué hacemos con mil pesos? Hay que pagar el jardincito de Lua, la ropa, los juguetes, la comida, y además el curso de counselor de Lucy. ¿Ella no piensa trabajar?
-Cuando se reciba.
-¿¡Cuando se reciba!? Estamos todos locos.
-Ya sé, viejo, no te pongas mal. Lucy está muy traumada, cualquier cosa que le decís, se pone a llorar. No me gusta discutir con ella. Yo también estaba feliz con esta vida de novios, los dos solos, los hijos cada cual en su casa...
-Por supuesto, aquí siempre va a haber lugar para nuestros hijos. Pero decime: ¿Por qué no se queda Lucy en el departamento y Alberto se busca un hotel, o se ubica con los padres...? ¡Como todos los matrimonios divorciados normales!
-Es que, según me contó Lucy, el caradura de Alberto se llevó una mujer a la cama conyugal. ¡Ahí mismo! Y ahora Lucy no quiere pisar más esa casa.
-¿Pero dónde está la nena en este momento?
-En el departamento. Pero duerme en el cuarto de Lua. Se puso un colchón en el piso. ¡Pobrecita!
-Pobre hija, es verdad. Y el otro, un pavote, porque siempre fue pavote. Yo te lo dije.
-¡Además, justo tenía que elegir esa cama!
-Y bueno, finalmente, en algún lado lo tenía que hacer...
-¿Cómo decís, viejo?
-Quiero decir que esas cosas pueden ocurrir en cualquier parte. Una casa, un hotel, un sofá... ¿Qué diferencia hace?
-No le vayas a decir esas cosas a Lucy porque le agarra un ataque de nervios.
-A mí me va a dar el ataque. ¡Y a vos! O sea, se nos viene encima un gasto fenomenal. Los estudios de la nena, el jardincito de Lua... ¡Mejor despedite del viaje a Europa!
-Sí, ya me di cuenta. Sería mejor si Lucy tuviera su casa.
Yo también estaba feliz con esta vida de novios, los dos solos, los hijos cada cual en su casa...
-Por supuesto. Casa y trabajo.
-Claro, ella dice que haciendo un esfuercito, le podríamos construir un chalet, para estar independiente.
-¿Dónde?
-En el jardín.
-¿Un chalet en el jardín?
-Si, viejo, donde están los rosales.
-¡Pero eso no existe! ¡No se puede construir en un terreno que no es tuyo, y menos sobre la medianera! Está prohibido. ¿Y vos te vas a quedar sin rosales?
-No sé, es una idea. Una idea de Lucy.
-Estamos en el horno.
-A la larga, esta casa va a ser de Lucy.
-¡Sí, gorda, una vez que me muera yo y te mueras vos! Pero por el momento vivimos acá, y las cosas tienen una lógica. Si metemos un chalet en ese jardín, todo queda ahogado, y lo único libre viene a ser el patio. Además no hay plata. ¡Levantar una casa, ahora, con baño, cocina, dormitorio, ventanas! ¿Sabés lo que cuesta?
-Sí, yo le dije a Lucy, pero estaba tan afligida que me dio pena. Más que un chalet, podría ser una cabaña.
-¿Y en qué quedaron?
-Le expliqué que, después de treinta años de criar hijos, yo estaba disfrutando de un momento de pareja con vos, que ya no tenía fuerza y paciencia para alzar a una chiquita de cuatro años...
-¿Y te entendió?
-No, no entendió. Este fin de semana viene a casa y vamos a conversar.
-¡Madre de Dios!
Los González permanecieron un rato en silencio. Luego, lentamente, se fueron quedando dormidos.
Fue un sueño intranquilo.