La guerra que no ocurrió
Por Julio César Moreno Para LA NACION
La muerte de Karol Wojtyla dio pie a un largo recordatorio, a una semblanza de época que se presta a múltiples lecturas. Su pontificado duró casi veintisiete años, es decir, más de un cuarto del siglo, durante el cual el mundo cambió de raíz, hasta el punto que hoy resulta irreconocible respecto de 1978.
Y fue precisamente a fines de ese lejano 1978 que el flamante Papa tuvo una directa intervención en la Argentina, cuando se ofreció como mediador en el conflicto limítrofe argentino-chileno, que estuvo a punto de estallar a fines de ese año y que hubiera representado para ambos países una verdadera catástrofe histórica.
La Iglesia Católica jugó todo su peso para convencer a los dos gobiernos de que debían pactar una tregua e intentar una negociación que impidiera la guerra. Augusto Pinochet aceptó enseguida, pero en la Argentina las cosas fueron más difíciles, ya que en el gobierno de Rafael Videla las opiniones estaban divididas. La oferta papal fue aceptada por los generales Videla, Viola y la mayoría de los altos mandos del Ejército y la Fuerza Aérea, pero rechazada por la Armada y algunos comandantes del Ejército (entre éstos Menéndez, en Córdoba). Se vivieron horas dramáticas pero finalmente se impuso el criterio de la mayoría.
No hubo guerra y después de algunos años se firmó un tratado de paz, que en nuestro país fue ratificado en una consulta popular en 1984 y después por el Congreso, ya en tiempos de la presidencia de Alfonsín. Pero, volviendo a aquel diciembre de 1978, cerca de Navidad, el cardenal Primatesta -entonces arzobispo de Córdoba- recibió a un grupo de periodistas al que comunicó la tregua y la aceptación de la mediación papal. "Gracias al Papa no estamos a los tiros en la cordillera", dijo. Pero el propio Primatesta tuvo una participación decisiva en el asunto; más aún: fue el gestor de la mediación.
Quizá fue aquélla la única guerra que pudo evitar Juan Pablo II. No pudo evitar la Guerra de Malvinas, ni la guerra de los Balcanes, ni la guerra de Irak. Y como él mismo lo admitió, la Iglesia no influyó directamente en la caída del Muro de Berlín, ni en la desarticulación de la Unión Soviética, ni en la "revolución neoconservadora" de Margaret Thatcher y Ronald Reagan de los años 80 (a la que criticó más de una vez). Como tampoco pudo evitar la caída del partido católico más importante del mundo -la democracia cristiana italiana-, que se hundió junto con el mayor Partido Comunista de Occidente, también en Italia.
Pero los argentinos deberían recordar a Karol Wojtyla por aquella mediación de fines de 1978, que fue encomendada al inolvidable monseñor Antonio Samoré. En un ejercicio de "historia contrafactual", es decir, hacer una hipótesis sobre una historia distinta de la que ocurrió pero que pudo ocurrir, la guerra entre la Argentina y Chile -que no era una hipótesis sino que estuvo a punto de estallar- hubiera sido una tragedia. Se calcula que en los primeros días de esa guerra, que no ocurrió, hubieran muerto unas treinta mil personas.