La guerra en Ucrania y un nuevo orden mundial
Será prudente volver sobre la historia de Ucrania para intentar entender esta guerra de injusta agresión que presenta un gran dilema. Kissinger, con su experiencia y autoridad, sostiene que Ucrania debería estar dispuesta a ceder alguna parte de su territorio a Rusia a cambio de la paz mundial. ¿Sería eficaz ese intercambio o una nueva guerra surgiría con la pretensión de nuevos territorios?
Este sería el negocio internacional que armonizaría la sabiduría y el heroísmo ucranianos con un débil derecho internacional ante un gravísimo dilema. Que la fuerza de la guerra de agresión triunfe sobre los principios del mantenimiento de la paz. Dicho dolorosamente: un nuevo desorden mundial basado en el uso permanente de la fuerza. Una guerra perpetua sin vencedor, con sanciones económicas profundizadas por la persistencia de un deterioro general, un daño progresivo por causas externas que generan otras internas. La guerra produce gastos crecientes y requiere fortaleza de mando. El país agredido tiene la fuerza moral de la legítima defensa.
El uso de la fuerza hasta ahora se basa en el derecho de las Naciones Unidas, que probablemente haya que reformar. El dilema parece ser que la fuerza solo podría detenerse concediéndole derechos. Sería el derecho como hecho. La victoria o la perspectiva de victoria o la perspectiva de la continuidad de la guerra daría derechos. Ello conduciría a la carrera armamentista de los que pudieran pagarla y la sumisión al protectorado de los que no pudieran. Habría que replantear un nuevo orden que asegure mejor la prohibición del uso de la fuerza, tarea de grandes estrategas, negociadores y juristas que redescubran el nuevo orden internacional.
El presidente Bush, ante la Asamblea General de la ONU el 1º de octubre de 1990, decía: “Tenemos una visión de una nueva asociación de naciones que trasciende la Guerra Fría. Una asociación basada en la consulta, la cooperación y la acción colectiva, especialmente por medio de las organizaciones internacionales y regionales. Una asociación unida por el principio y por el imperio del derecho y apoyada por un reparto equitativo de los costos y los compromisos. Una asociación cuyas metas sean intensificar la democracia, aumentar la prosperidad, robustecer la paz y reducir las armas”. Un orden fruto de una reconciliación y un equilibrio de intereses nacionales. Un orden que termina, pese a que aspiraba a permanecer. Los estados sucesores de Yugoslavia se han desintegrado. También los de la Unión Soviética, un imperio con diversas nacionalidades. ¿Era previsible la desintegración de la Federación Rusa?
El exclusivismo o el excepcionalismo de Estados Unidos es hoy menos intenso que al final de la Guerra Fría. También parece menos intensa su defensa de principios sobre los intereses. Necesitan mantener un equilibrio entre Rusia y China. La aplicación concreta de los principios norteamericanos puede debilitarse en las hostilidades. ¿La Siberia militar rusa podría cambiar las relaciones de EE.UU., China y Japón? Ignoramos la dirección de los cambios y su velocidad. ¿Rusia luchará por reconquistar su antiguo imperio sobre Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán? Lejos de la democracia en los “países cercanos”. El retorno de Rusia a su antiguo imperio la distraerá de la lucha contra el fundamentalismo iraní. Rusia cuenta con el aparente apoyo de su patriarca ortodoxo ruso Kiril en pos de un “mundo ruso”. No se sabe si la futura dirigencia rusa será distinta de la actual. Muchos vecinos de Rusia aspiran a integrar la OTAN.
Más que Ucrania, las grandes potencias están obligadas a evitar la guerra total. Si un líder tiene poco tiempo y carece de frenos internos puede extender el ataque. Aunque nadie querrá jugar con un candidato a perdedor. Las guerras de agresión neocolonialistas han perdido legitimidad en la opinión pública. Deberían mejorarse los métodos multilaterales para sofocar inmediatamente la guerra de agresión. Alemania, desde los tiempos de la URSS, depende de la energía rusa. Ignoramos el equilibrio de intereses futuros en el asunto más crucial para el predominio alemán en Europa. No sabemos el futuro de las relaciones de Rusia, China y el islam fundamentalista o terrorista. El equilibrio del mundo asiático es harto incierto. ¿China podría unirse a EE.UU. para establecer un nuevo orden mundial?
EE.UU. debería construir una nueva relación con China en modo que pueda obstar al imperialismo ruso. Quizá deba negociar una solución especial para Taiwán. Una alianza estable de China con su próxima Rusia parece difícil como unión de Eurasia. Pero en todo caso EE.UU. y la Unión Europea tienen que poner límites al expansionismo ruso de raigambre histórica. Si Ucrania debe hacer alguna concesión territorial a Rusia debería ser por un alto precio. Reconstruir Ucrania con más sanciones económicas a Rusia. Debería reconsiderarse el derecho de veto. ¿Pero una reforma de las Naciones Unidas sería posible durante una guerra permanente con breves tiempos de paz? EE.UU. debería armonizar las relaciones entre China y Japón.
El caso de Ucrania debería despertar una nueva estrategia diplomática para mitigar los avances chinos y la memoria de Japón. La llave podría ser la estrategia conjunta de EE.UU. con China, aunque los primeros tengan que hacer algunas concesiones económicas. Ucrania tiene el derecho de defensa que la legitima. El peligro está en una guerra de sangría. Las sanciones económicas pueden debilitarse con el tiempo. Si Ucrania es capaz de poner en fuga a Rusia, aun con asistencia occidental, tendrá un nuevo rol en Europa. EE.UU. puede desplegar mucho más su influencia en el mundo con el pragmatismo que suele caracterizar a Gran Bretaña, que triunfó sobre Alemania haciendo entrar a EE.UU. en el ejercicio de su poder mundial. La nueva armonía u orden mundial requerirá a EE.UU. ejercer un poder externo más realista, para evitar que la Guerra Fría del pasado se transforme en una nueva guerra.
Obtener para Ucrania una compensación razonable, proporcional, en lo posible, a los daños materiales y morales perpetrados, de modo que la fuerza injusta no constituya derechos. Además, debería hallarse un beneficio en tierra ucraniana compensatorio de los países asistentes cuya conducta se ha ajustado al derecho internacional. Y sobre todo la reparación de los crímenes de toda laya perpetrados en Ucrania. Pero no basta con eso. La guerra en Ucrania puede cambiar el orden mundial. Debería cambiar las relaciones de EE.UU. y China. La economía debe sujetarse a la política: un corsé para la tradición imperial rusa. Y una nueva prueba de su sumisión al derecho. En Bosnia había tropas francesas e inglesas. También en la guerra del Golfo. China ya no podrá abstenerse. Tendrá que jugar con la mayoría si pretende seguir obteniendo de ella sus beneficios. La sentencia de la Corte Internacional de Justicia que ordena el cese del fuego ha caído en peligrosa ineficacia. La moral del agresor es más débil que la del defensor. La Santa Sede y todas las comunidades religiosas deberían alzar la voz de la paz dando una opinión pacificadora conjunta. Se requerirían procedimientos de defensa multilateral ante cualquier guerra de agresión evidente.
La Corte Penal Internacional podría ejercer una jurisdicción universal antiagresión. Y además, una jurisdicción humanitaria amplia. Las guerras de agresión nacionalistas no justifican la división, la segregación y la lucha contra una o más nacionalidades. El nuevo orden mundial debería contener métodos eficaces contra los comienzos de toda guerra de agresión. Una sofocación inmediata universal de pronta mitigación de daños. Las Naciones Unidas deberían tener una organización militar de acción inmediata para ese fin. Este método preventivo podría enfriar inmediatamente las agresiones sin considerar los liderazgos que pudieren tener.
La permanente guerra de agresión se parece al tirano que no quiere abandonar el poder. ¿Logrará un nuevo orden mundial desalojar a Rusia de Ucrania de modo estable? Il faut l’argent pour faire la guerre. ¿Pondrá Rusia sus Fuerzas Armadas y China su dinero para sostenerlas?
Expresidente y exjuez de la Corte Suprema, exjuez de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, profesor ordinario de la UBA (1971-2021)