La guerra en Ucrania y la agonía del patriarcado
La invasión de Ucrania del dictador ruso Vladimir Putin ha logrado desestabilizar el orden mundial, pero también despertar a las democracias occidentales de su letargo. La resistencia ucraniana, encabezada por el presidente Volodimir Zelensky, está logrando mostrar a todo el planeta la caída de un viejo paradigma y el surgimiento de uno nuevo. Nada será igual después de esta guerra.
Mientras Ucrania se defiende y dice basta a décadas de atropellos rusos, Putin, con su poderoso arsenal militar, destruye hospitales y viviendas, y masacra a civiles para sembrar el terror. No está dispuesto a soltar a la que considera su presa y su propiedad, y de la que pretende disponer a su antojo, “por la negociación o por la guerra”, como le dijo a Macron. El zar populista, apoyado por el patriarca ortodoxo ruso Kirill, alega su deseo de restaurar el imperio de la “gran madre Rusia”, que encubre su ambición de poder y de control económico sobre Ucrania, una potencia alimentaria y el granero de Europa. Ucrania exporta cereales, semillas, harinas y aceites de girasol a sus vecinos europeos, a África, Medio Oriente, y es el principal proveedor de maíz de China. Para lograr la anexión del territorio, Putin amenaza con desencadenar una guerra nuclear no solo contra Ucrania, sino contra Occidente. Putin va por todo. Y si no lo consigue, amenaza con romper todo. Todo. Suena conocido.
Esa actitud de adueñarse de lo ajeno, fundamentalmente del territorio y de los frutos del trabajo de la tierra, resuena en la Argentina de hoy. Hace poco, el presidente Alberto Fernández anunció sin pudor alguno que va otra vez por el campo, al que pretende subirle las retenciones porque lo considera “la gallina de los huevos de oro”, reanudando la vieja pelea que el kirchnerismo ya perdió en 2008. Cristina Kirchner admira a Putin y no lo oculta. De todos sus ídolos –Castro, Chávez, Khadafy, Ahmadinejad, Maduro y Xi–, sin duda Putin es su preferido, como lo ha demostrado ante las cámaras. Admira a los autócratas y desprecia la democracia.
El espíritu autoritario que comparten Cristina y Putin es evidente. A ambos políticos los inspira la cosmovisión patriarcal, la fantasía del poder hegemónico y confrontativo que, como está a la vista, no es exclusivo de los varones, porque no depende del sexo ni del género. Es una creencia de los que se sienten dueños de la verdad. El paradigma del patriarcado es el dominio sobre el otro y la justificación de la ley del más fuerte incluso por razones “religiosas”. Esto contempla la eliminación de sus derechos, sus libertades y, llegado el caso, de su vida, por tratarse de un enemigo al que hay que someter, despojar y vencer.
Sin embargo, en el siglo XXI, la revolución tecnológica y las redes sociales están arrasando con ese paradigma obsoleto y con esa forma de entender el ejercicio del poder, y, más aún, con esa forma de hacer negocios. Los chicos crecen, maduran, los ciudadanos reclaman sus derechos, se conectan por valores compartidos, más allá de las fronteras. Las mujeres se liberan de los mandatos, los jóvenes y las minorías empoderadas con un celular en la mano se organizan y luchan por su libertad, su dignidad y por elegir su destino. Los emprendedores cooperan entre sí y hacen negocios juntos. La comunidad universal va por otro lado. Porque la conciencia colectiva evolucionó.
La apelación al espíritu de la madre al que alude Putin con la gran madre Rusia, inspirado en Sophia, la Santa Sabiduría de Dios que veneran los ortodoxos, la comparte con Cristina, que se autopercibe “madre de todos los argentinos”. Sin embargo, el arquetipo de la Gran Madre, el ancestral espíritu femenino sagrado, es muy diferente y se manifiesta de otra forma.
Frente al terrorismo de Putin se alza la figura de Zelensky y su joven mujer, Olena Zelenska (ambos de solo 44 años), que encarnan otros valores, el espíritu de respeto, de unidad y sabiduría, de libertad y de amor a toda la humanidad. Zelensky manifiesta muy bien ese espíritu de Sophia. A diferencia de los líderes populistas, el presidente de Ucrania reniega de los personalismos y en su discurso de asunción advirtió a sus funcionarios: “No quiero mis fotos en sus oficinas, el presidente no es un ícono ni un ídolo. Cuelguen fotos de sus hijos, y mírenlos cada vez que toman una decisión”. Su prioridad es la comunidad.
La empatía de Zelensky con las madres rusas lo lleva a convocarlas a ir a Kiev a buscar a sus hijos prisioneros de guerra. Civiles ucranianos les ofrecen té, alimento y sus propios celulares para que hagan una videollamada a sus madres. Los jóvenes soldados lloran. Otros piden perdón. Esta no es su guerra, fueron llevados engañados. Es la guerra del ególatra Putin.
Son dos paradigmas los que se enfrentan. Estamos presenciando en vivo y en directo la violencia de la que es capaz un macho alfa cuando siente amenazado su poder hegemónico y vislumbra su fin. Saber que ya no puede retener a su presa, que le perdió el miedo y reclama su libertad, lo vuelve más agresivo, amenazante y dispuesto a todo. Como pasa con la mujer golpeada y explotada que, amparada en otras mujeres y en toda la comunidad, elige liberarse de su cautiverio y esclavitud. Evitar un femicidio requiere de mucha prudencia, sabiduría y estrategia, y no solo poder. Eso está demostrando la comunidad occidental, sin provocaciones de la OTAN, pero abasteciendo a Ucrania de ayuda militar; cortando los vínculos financieros y comerciales con Rusia, confiscando yates y mansiones de los jerarcas rusos, y con millones de personas asistiendo a los refugiados ucranianos a través de las redes y acogiéndolos en sus casas. El amor universal en acción. Algo así como millones y millones de abejas atacando a un oso que quiere apropiarse de su panal. Otro mundo.
La recuperación del principio femenino –principio que expresa el poder del arquetipo de la Madre y la esencial unidad universal– evidencia el cambio de paradigma y la inexorable agonía del patriarcado. Es una luz de esperanza para todas las mujeres (y también varones) que venimos padeciendo sus embates violentos desde hace más de 4000 años, como está ampliamente documentado por las investigaciones de Johann J. Bachofen, Joseph Campbell, C. G. Jung, Erich Neumann, Henri Corbin, Edward Whitmont, Marija Gimbutas, Anne Baring, Suzanne Schaup y tantos más.
No todo está dicho y el final de esta siniestra guerra no está escrito. Pero nada será igual en el orden mundial. A pesar del sufrimiento, o tal vez a partir de él, el cambio de la conciencia colectiva avanza. Las redes sociales están alumbrando el paradigma de la hermandad universal anunciado por Cristo.
Finalmente llega la Era de la Sabiduría y lo que estamos viviendo son los dolores de parto. Un nuevo mundo, más femenino y materno, está luchando por nacer, donde varones y mujeres como los Zelensky trabajemos juntos por toda la comunidad universal. Las campanas de las catedrales de toda Europa repican por la paz mientras en la frontera de Polonia un pianista anónimo recibe a los refugiados de Ucrania tocando el himno universal “Imagina”. Una pancarta, luego hecha remera, expresa la leyenda “en un mundo lleno de Putines, sé un Zelensky”. Se hace la luz. La guerra nos está revelando la nueva conciencia.ß