La guerra del helado
El chocolate no quiso dejar su cargo y todo terminó de la peor manera en la batalla de los sabores
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En medio de la ola de calor, hubo un hecho histórico que muchos pasaron por alto pero que marca un antes y un después en la historia del frío: los helados se reunieron por primera vez para decidir qué gusto iba a presidir un nuevo mandato de su tan sabrosa y fresca organización. Históricamente, la agrupación había sido encabezada por la familia feudal del chocolate, que gobernó con puño de granizado. Luego, le heredó su lugar a su hermano el chocolate con almendras. Sin embargo, casi al instante llegó el interinato del chocolate blanco, que decidió llamar a elecciones pero no sin antes ver un derrame de crema.
Así, se armaron dos grupos. Por un lado estaban quienes querían mantener el poder a como diera lugar, valiéndose de cualquier 2x1, promoción bancaria, reintegro y 20% de descuento los jueves. Esa banda la encabezaba el clásico chocolate apoyado por sus eternos helados-tenientes: la vainilla y el dulce de leche.
Del otro lado resistía la línea artesanal, integrada por la banana split, su prima la tramontana, el pistacho y la cereza a la crema. En las negociaciones a contrarreloj por agrandar el grupo de resistencia sumaron a la amarena, a la frutilla a la crema y a los frutos del bosque. Dudaron en incorporar a la menta granizada porque no sabían si era un sabor o un dentífrico. Y también quedó afuera el Dulce de leche con Brownie loco, al no ser considerado un gusto familiar.
Quienes además se encolumnaron fueron los sabores que tenían contratos con multinacionales, como lo son el dulce de leche Marroc, el Kinder, el chocolate con Oreo y el Mantecol. A cambio de sumarse, pidieron estar siempre en promoción y, en caso de compartir cucurucho con un gusto que no sea de su mesa chica, ser siempre la bocha de arriba.
Aunque muchos no lo crean, en los helados también hay tibios. Quienes se mantuvieron al margen fueron aquellos gustos que eran neutrales de origen, como el bombón suizo, el chocolate belga y el helado danés. La crema americana, por su parte, mantuvo lo que denominó como “la tercera posición del envase de kilo”. Contó con el apoyo del limón, el sambayón y la frutilla. El mascarpone primero preguntó si lo dejaban probar y como mucho no le gustó firmó en disidencia.
Una vez acordadas las alianzas, estalló la guerra del sabor. Fue una masacre de gustos, una mezcla derretida al sol que se cobró más de un cucurucho, que dejó cannolis heridos y que obligó al exilio a cientos de barquillos.
Cayeron bombas de chocolate, bombones de dulce de leche y se dispararon torpedos frutales. Para cuando todo terminó, no había servilleta que lo resolviera. Había sabores chorreados por todos lados y freezers abiertos por doquier. Muchas cadenas de frío habían sido interrumpidas. La lucha del sabor había ido tan lejos que dejó a todos al borde del derretimiento.
Por eso, ante un panorama tan amargo, se arregló una tregua, que fue lo que derivó en esta reunión. Se decidió lo siguiente: desde este momento, y de ahora en más, habrá elecciones todos los años; la fórmula deberá incluir una crema, un gusto de agua y un palito-bombón-helado; la lista deberá tener, para garantizar la diversidad, sabores que incluyan una fruta; las promociones no serán acumulables con otras promociones; se seguirá usando el término “helado” y se prohibirá el uso de “gelato” para mostrar diferencias con la casa central en Italia; y ante cualquier duda, consulta o conflicto de intereses, se deberá recurrir al sabor más comido en las historias de las navidades: el almendrado.