La "gripe española", una pandemia que se quiso ocultar
La enfermedad, que debió su nombre no al país donde se originó sino al único que no censuró la información sobre su desarrollo, causó estragos en todo el mundo entre 1918 y 1920
"Ante la abundancia de defunciones y la escasez de medios para transportar cadáveres, estos eran depositados en la plaza Manuel Becerra (en la ciudad de Madrid), donde los esperaban camiones para su conducción a la necrópolis del Este. El día 1° de enero se juntaron ocho entierros y los camiones no llegaban. Esto dio lugar a protestas aisladas, sablazos, pedradas y carreras. La llegada de los camiones puso fin al escándalo" (United Press, enero de 1920).
Escenas similares se repitieron en todo el mundo entre 1918 y 1920, cuando la llamada "gripe española" llevó a la muerte a, por lo menos, cincuenta millones de personas. Indagar sobre su origen -así como el modo en que ciertos países la enfrentaron- puede ser de utilidad en momentos como este, con el planeta en jaque por una pandemia.
Cierto misterio envolvió y envuelve el origen del centenario virus. Macfarlane Burnet, biólogo y premio Nobel en 1960, realizó numerosos estudios al respecto, concluyendo que el primer brote se produjo en Estados Unidos y no en España. Desde allí, junto al ejército estadounidense, la enfermedad llegó a Francia hacia fines de la Primera Guerra Mundial. Semanas más tarde estaba diseminada por toda Europa. Con el regreso de las tropas a sus respectivos países, el mal recrudeció. Se presentó en dos o tres oleadas, variando según las zonas.
El poder de la censura
Aunque aquella gripe pasó a la historia con sello hispano, la conjetura de Burnet se barajó desde un principio. Así, en diciembre de 1918 el médico Anatole Chauffard, profesor de clínica médica en la Universidad de París, señaló: "En realidad, antes de llegar a España, donde se ha difundido en gran escala, la gripe se había señalado en Alemania y en Francia. El 17 de Mayo [...] di en París el primer grito de alarma, y anuncié a mis colegas de hospital que íbamos a asistir a un renacimiento de la gripe epidémica [?]; una serie de casos que acababa de observar no dejaban ninguna duda, y los que siguieron no han hecho sino confirmar mis temores".
¿Por qué, entonces, se vinculó con España? Simplemente porque el rey Alfonso XIII dijo la verdad y alertó acerca del virus con la prensa como aliada. Mientras tanto, las naciones beligerantes no quisieron agregar un nuevo mal a los de la guerra y censuraron toda información al respecto. De hecho, muchos de los muertos por gripe fueron contabilizados como "bajas de guerra" y sepultados entre trincheras de mentiras e injusticia.
Se calcula que en las islas británicas fallecieron cerca de 250.000 personas a causa de este mal. Quienes fabricaban ataúdes no lograron satisfacer la enorme demanda y, consecuentemente, los cadáveres se apilaban a la espera de ser sepultados. El olor a muerte sorprendía en cada esquina.
Según testimonios de la época, el temor a la enfermedad desató una ola de asesinatos y suicidios. Los escasos informes periodísticos al respecto hablan de un "delirio provocado por la influenza" como detonante.
Síntomas aterradores
Tanto allí como en el resto del mundo los "testeos" se realizaban principalmente analizando síntomas. Estos incluían fuerte dolor de tórax, fiebre, rostro inflamado, lagrimeo, resfrío, anginas y bronquitis, acompañado siempre de una feroz tos ronca. Algunas veces los enfermos presentaban náuseas y vómitos; la inapetencia solía ser total. Es fundamental destacar que los pulmones eran completamente atacados, por lo que el paciente llegaba a expulsar sangre a través de la boca, la nariz e incluso los ojos o las orejas. Algo verdaderamente aterrador.
Pese a la cantidad de muertos, los británicos solo cerraron las escuelas primarias durante temporadas largas; por momentos hasta se podía asistir a los teatros. La economía se vio afectada ya que mucha gente se enfermó; además, la mayoría de los que morían tenía entre 20 y 40 años. Uno de los sectores más castigados fue el del carbón: "Sir Gay Calthrop, inspector de carbones, hablando en la Conferencia de la Federación de mineros de Southport ha dicho que se encuentra en presencia de un déficit anual aproximado de 36 millones de toneladas [?]. Nos fue imposible en julio cumplir nuestros compromisos de envío de carbón a nuestros aliados y a los países neutrales. Estamos, pues, muy atrasados en la realización de nuestro programa de expediciones. El inspector ha explicado que la epidemia de influenza ha influido sobre la extracción del carbón de tal modo que el rendimiento de julio fue inferior a todo lo que se había visto en los demás meses desde el principio de la guerra" (La Nación, Madrid, 6 de septiembre de 1918).
Alemania no corrió con mejor suerte. Allí la enfermedad fue conocida como blitz katarrh (catarro relámpago) y atormentó a una población debilitada por la guerra, para la cual el hambre era moneda corriente. Se calcula que fallecieron 400 mil personas en todo el territorio, siendo además el alemán uno de los ejércitos más afectados.
Mientras tanto, en la vecina Italia se informó a la población que solo estaban ante "una gripe normal". Cuando las autoridades comenzaron a verse en dificultades debido a la gran cantidad de muertes, se culpó a los prisioneros de guerra por los contagios. Posiblemente esto fue una estrategia para aglutinar a las masas tras un enemigo más tangible que el virus y así evitar cuestionamientos al gobierno. Cualquier similitud con los "privilegiados que lograron viajar" y la llegada del coronavirus a nuestra región luego de que el ministro de Salud argentino asegurara que eso no pasaría, es pura coincidencia.
Demasiado silencio
Volviendo a 1918, los periodistas italianos tuvieron una tarea compleja: debían comunicar las medidas implementadas para contener la pandemia, como por ejemplo la prohibición de todo tipo de reuniones, pero no podían hablar de los enfermos o muertos, a pesar de que los cadáveres eran ya numerosos. Se llegó al extremo de prohibir la costumbre religiosa de tocar campanadas cada vez que alguien fallecía.
Este encubrimiento sobre el verdadero alcance de la pandemia nos trae inevitablemente a la actualidad: hoy son cada vez más fuertes las suspicacias sobre lo que realmente sucedió o sucede en China alrededor del Covid-19. Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos, lo expresó con claridad: "Estamos un poco decepcionados por la falta de transparencia de los chinos". Llamativamente, hace poco más de cien años los papeles estaban totalmente invertidos y la prensa estadounidense no actuó con su libertad característica.
"Lo que resultó más mortal -explica John M. Barry en un artículo sobre la pandemia de 1918, publicado por la revista del Instituto Smithsoniano- fue la política del gobierno hacia la verdad. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, Woodrow Wilson [?] creó el Comité de Información Pública, inspirado en un asesor que escribió: ?La verdad y la falsedad son términos arbitrarios... La fuerza de una idea radica en su valor inspirador. Importa muy poco si es verdadero o falso' [?]. En este contexto, mientras la gripe desangraba al país, los funcionarios de salud pública, decididos a mantener la moral alta, comenzaron a mentir".
Consecuentemente, para septiembre la influenza ya se había extendido por todo el país. El caso de Filadelfia, en Pensilvania, fue especialmente trágico y paradigmático.
Allí las autoridades sanitarias, desoyendo el pedido desesperado de los médicos, se negaron a cancelar un desfile multitudinario. Buscaban vender bonos de colaboración para las tropas entre el público asistente. La inmensa reunión se realizó el 28 de septiembre de 1918, según lo previsto. Como era de esperar, miles se enfermaron y en solo seis semanas murieron cerca de 12.000 personas. No deja de recordarnos a las medidas tomadas por España el pasado 8 de marzo, cuando los casos de coronavirus se dispararon tras la incapacidad del gobierno para suspender los actos por el Día de la Mujer.
Cadena de contagios
En Filadelfia, una vez desatada la cadena de contagios, se intentó frenar la mortalidad, cerrando espacios públicos y fronteras. Sin embargo, según el historiador Kenneth C. Davis, ya era demasiado tarde: "Hospitales sin personal estaban paralizados. Morgues y funerarias no podían seguir el ritmo de la demanda. Las familias afligidas tuvieron que enterrar a sus propios muertos. Los precios del ataúd se dispararon. La frase ?cuerpos apilados como madera de cordón' se convirtió en un refrán común. Y pronto se difundieron noticias y rumores de que los alemanes habían desatado la epidemia".
Simultáneamente, del otro lado del mundo Rusia protagonizó una tragedia de mayores dimensiones. Es mucho más complejo obtener datos de la zona, debido al control sobre la información que ejercieron los bolcheviques. El país se hallaba inmerso en un caos de enfrentamientos internos y de pobreza generalizada. Se cree que en un año y medio murieron aproximadamente 2,7 millones de personas. Entre las víctimas estaba Yákov Sverdlov, uno de los artífices del asesinato del zar Nicolás II y su familia.
¿Y en la Argentina?
En nuestro país estrenábamos democracia bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen, que llevaba a cabo una política de intervenciones federales y lidiaba con huelgas de enorme magnitud. Para variar, lo primero que hicieron nuestros dirigentes fue restarle importancia al asunto. A finales de septiembre la máxima autoridad sanitaria de la ciudad de Buenos Aires, Horacio González del Solar, declaró que los casos fatales de gripe se explicaban por "complicaciones naturales en organismos muy predispuestos a ello". También aseguró que la gripe no había llegado al país y que estábamos preparados. Pero para entonces la pandemia circulaba por los caminos de la patria y distábamos mucho de estar listos para hacerle frente.
La gripe se dio aquí en dos oleadas. La primera comenzó a fines de 1918 y fue bastante benigna, pero durante el siguiente invierno provocó la muerte de 12.760 argentinos.
Historiadora